Lucio Gutiérrez Borbúa, presidente de la República del Ecuador y maestro de la logia masónica del Ecuador , y de cómo colocó a sus hermanos en las élites de poder… El gobierno de Lucio Gutierrez ha venido exhibiendo un febril entusiasmo por el ALCA, al punto de convertir a la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE. UU. –eslabón del ALCA- en un «objetivo nacional».
LUCIO, EL MASÓN
16 de julio del 2004 | Guayaquil, Ecuador
EL UNIVERSO
Francisco Febres Cordero
Yo sí decía, ¿de dónde le vendrá a Lucio tanta sabiduría? Hasta que por El Comercio descubrí: ha sido masón.
Ahora me explico todo. Verán: los masones son, ante todo, un grupo muy unido. Por eso forman una hermandad. Y Lucio supo captar la esencia masónica y privilegió esa hermandad: a una hermana le nombró cónsul en Buenos Aires, a otra le colocó en el Banco del Estado, a otra le tiene de jefa del Palacio. Y a su hermano diputado le encargó Petroecuador. ¡Qué hermano! ¡Y con el Villa, qué cuñado! ¡Y con el Borbúa, qué primo! Un gran miembro de la familia masónica resultó el Lucio.
Lo maravilloso es que le bastó pisar la logia para entender de lo que se trataba la masonería. Y entonces sus compañeros, viendo que en la práctica se había revelado como un hermano ejemplar, inmediatamente le ascendieron a maestro.
Ustedes me preguntarán: ¿qué ventajas tiene que Lucio sea masón? Y yo les responderé que muchas porque, en primer lugar, para ser admitido en la masonería una persona tiene que ser íntegra. Entonces, los masones deben haberle hecho a Lucio un minucioso examen para demostrar su integridad, que está intacta. Nada le falta. A veces parece que no ve, pero sí ha sabido ver. A veces también parece que no oye, pero sí ha sabido oír. A veces parece que es medio mudo, pero no ha sido: ha sido mudo completo. Por lo demás, tiene brazos, piernas, ternos Gucci, corbatas. Totalmente íntegro está, según el pensamiento masónico.
También para ser masón es necesario que el hombre no tenga tacha. Y Lucio ha resultado intachable. Los malos nomás le tachan de mentiroso, de nepotístico, de traidor, de corrupto, pero como los masones no son malos sino bien buenos, no creen en esas tachas.
Y el último requisito es que sea un hombre de palabra. Ahí sí acertaron los masones, porque, ¡qué palabra la de Lucio! Jamás una contradicción, jamás un desmentido. Todo lo que dice, hace. Y todo lo que no dice, también hace. Y después deshace, porque lo que vale es su palabra y con ella dice que no dijo lo que dijo, para después hacer lo que no dijo.
También el masón tiene que ser exacto, como el compás. Y Lucio, para qué también, sí es. A todo llega exactamente una hora más tarde. ¡Qué exacto que es en atrasarse! ¡Nunca falla! Y, como el compás, gira de los Pachakutik a los socialcristianos sin inmutarse. Bien compás es el Lucio, francamente.
Además, un masón debe ser recto, como la escuadra. Y el Lucio no solo que parece escuadra, sino paralelepípedo rectangular, que para los masones es mucho mejor.
Elé. Está nomás de que renuncie a la presidencia y se dedique a la logia, donde los masones están felices de tenerlo por lo mucho que les enseña ese maestro ejemplar.
El Presidente y el «tren de la historia»
René Báez
Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.
En sus tiempos de campaña, Lucio Gutiérrez –candidato de «los de abajo»- visualizó a la adhesión del Ecuador al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) como a una decisión peligrosa. «Un suicidio», según su recordada expresión.
Luego de una efímera afiliación del país al tercermundista G-21 de Cancún a fines del 2003, el gobierno ha venido exhibiendo un febril entusiasmo por el ALCA, al punto de convertir a la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con EE. UU. –eslabón del ALCA- en un «objetivo nacional», conforme el coronel-presidente, sin molestarse en convocar previamente a un plebiscito, le reportara a George W. Bush en la Cumbre de Monterrey. Desde entonces, personeros oficiales se han dedicado a promover al TLC de marras publicitándolo como el «puente al Primer Mundo» (Joyce de Ginatta).
Del verbo a la acción, el gobierno ha obrado con fe de carbonero, cumpliendo a rajatabla los prerrequisitos para la firma del TLC establecidos por el zar yanqui de los TLCs, Robert Zoellick, relativos a que el país introduzca reformas a sus leyes y prácticas laborales y resuelva litigios con empresas norteamericanas (IVA petrolero, BellSouth, IBM, etc.). A ese mismo fin, y a insinuación de la embajadora Kristie Kenney, designó como plenipotenciario a Mauricio Yépez, ulteriormente sustituido por Christian Espinosa; mendigó fondos a la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo internacional (AID) para el adiestramiento del elenco de negociadores criollos y contrató asesores chilenos y centroamericanos… Y a partir del 18 de mayo último le incorporó al dividido Ecuador a las negociaciones formales del TLC andino-estadounidense.
¿Cómo explicar la metamorfosis de Carondelet? A más del progresivo alineamiento con la estrategia hemisférica de la potencia mundial -recordar que el Plan Puebla Panamá y el Plan Colombia/Iniciativa Regional/Plan Patriota se encuentran en avanzada fase de instrumentación-, el viraje se explica por su subordinación a sectores primario exportadores, importadores y comisionistas con asiento principal en Guayaquil, representados en el Congreso por el Partido Social Cristiano (PSC), Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) y Partido Renovador Institucional Acción Nacional (PRIAN) en el gabinete por la ministra «pop» de Comercio, Ivonne Baki.
A lo que demuestran los hechos, la administración Gutiérrez desconoce –o busca soslayar- que el ALCA y los TLCs se inscriben en la vieja-nueva geopolítica estadounidense, orientada al control absolutista del subcontinente en las esferas productiva, comercial, financiera, tecnológica, política, ideológica, cultural e institucional. Todo en la perspectiva de favorecer a Wall Street en su disputa hegemónica con los europeos y asiáticos.
A la luz de las tendencias tecnológicas, económicas y políticas predominantes, el ALCA y los TLCs son inequívocas propuestas para acelerar la cristalización del inveterado sueño estadounidense de la Gran Área (Grand Area), con sus correlatos de desinstitucionalización y redoblamiento de la expoliación de la mano de obra y de los recursos naturales, energéticos y medioambientales de los «territorios» sureños.
¿Es este el «tren» que teme perder el otrora adalid de la Revolución del Arco Iris?