Cuando se nos pide que seamos «tolerantes» con los compañeros que se drogan, tengamos cuidado de no confundir las cosas: lo que no podemos es ser convidados de piedra, permaneciendo en silencio, indiferentes ante la autodestrucción de nuestros propios amigos.El título de esta carta no es invento mío, no pretendo ser original. Lo escuché por primera vez en el estribillo de una canción cristiana. Me llamó la atención porque es una expresión un tanto provocativa, que bien puede darnos pie para abordar el problema moral de la relación de los jóvenes con las drogas. Poco importa que sea botellón, porros, rayas, pastillas, etc. Ya te imaginas de lo que quiero hablarte.
Con frecuencia, dentro de la Iglesia, hablamos de vosotros los jóvenes y de vuestros problemas. Sois objeto de esperanza y de preocupación para muchos de nosotros. Pero quizás nos falta hablar directamente con vosotros. El caso es que esta carta ha caído en tus manos de una forma u otra… El caso es que tú tienes fe, o la has tenido, o no sabes muy bien si la tienes o no… El caso es que has consumido drogas alguna vez, o al menos te lo han propuesto, o ¡quién sabe! si eres consumidor esporádico o habitual… De lo que sí estoy seguro es de que has visto las drogas de cerca y de que tienes conocidos que las consumen.
¿No hay problema?
No es cuestión de mirar para otro lado o de meter la cabeza debajo del ala. Aquí hay un problema muy gordo. En el mes de septiembre se dio a conocer el dato, de que España es el país europeo que lidera el ranking de consumo de drogas. En los últimos diez años el consumo de cocaína se ha multiplicado por cuatro y el de cannabis se ha duplicado. Por si fuera poco, la edad de inicio en la droga es cada vez más temprana.
Los problemas originados son fuertes y de muchos tipos: psiquiátricos (esquizofrenias, psicosis, depresiones…), psicológicos (desinhibición, falta de reflejos…), físicos (apetito desmedido, propensión a ataques de corazón, problemas respiratorios…), familiares, afectivos, laborales, escolares, de amistades, etc.
Pero, desde mi punto de vista, el prisma principal desde el que debe ser abordado el consumo de las drogas es el moral. A mí no me gustaría que un joven decidiese dejar las drogas, presionado solamente por motivos médicos, laborales, policiales, familiares, etc. Todas esas cosas, aun siendo importantísimas, son externas, y no servirían de mucho si no descubrimos el «bien moral», como la razón principal de nuestras decisiones. Imagino que te preguntarás qué es el bien moral… Ten un poco de paciencia e intentaremos explicarlo.
No estamos ante la droga de la curiosidad, los comienzos de la droga pudieron ser achacables a la curiosidad por lo desconocido, al morbo de lo prohibido, etc. Hoy en día, sin embargo, no creo que nadie entre en el mundo de la drogas por «desinformación» o por mera «curiosidad». A los niños, desde pequeños, se les habla del tema y, según van creciendo, ven a su alrededor, con sus propios ojos, las desastrosas consecuencias que acarrea. Sin embargo, la mera información, por sí misma, no ha sido capaz de detener esta «epidemia».
Tampoco estamos hoy ante la droga de la rebeldía. Hubo un tiempo en el que la droga pudo verse acompañada de connotaciones contestatarias. Era la droga de la rebeldía y la insumisión, con especial incidencia en el mundo hippie y en otros movimientos radicales. Han pasado esos tiempos. Hoy en día fumarse un porro, lejos de ser un signo de rebeldía, es signo de integración y sumisión a la cultura dominante.
El problema que hoy se plantea es muy distinto al de la lucha rebelde por la libertad que en un tiempo movió masas. Ya tenemos la libertad, y ahora, ¿qué hacemos con ella?
Droga de la «falta de sentido» La droga de nuestros días se impone por defecto, quiero decir, por falta de ideales firmes y trascendentes. Es como si el organismo estuviese bajo de defensas, y entonces coge fácilmente cualquier virus que ande por ahí suelto. Nos falta afirmarnos en el sentido de nuestra existencia, caer en la cuenta de que nuestra vida responde a una vocación.
Esta es la cuestión clave: La cuestión del sentido. ¿Para qué tantos sacrificios, metas, obstáculos, agobios? Difícilmente se le puede pedir a alguien que se sacrifique en el día a día, si no le ha sido mostrado el sentido de su existencia. Solamente cuando descubrimos que venimos del amor y que volvemos a él, venciendo el sufrimiento y la muerte, es cuando podemos dar lo mejor de nosotros mismos.
Los cristianos hemos descubierto en Jesucristo la «clave del sentido» de la existencia, y es la que te proponemos. Este es el bien moral del hombre: descubrir su vocación al amor y entregarse a ella. Como comprenderás, las drogas no tienen sitio en esta perspectiva.
Existe la tentación. La carne es débil
Pero, con lo anterior, no quiero decirte que aquí lo importante sea tener las ideas claras, y que con eso ya esté todo solucionado. Por desgracia, las cosas no son tan sencillas. Nuestros ideales conviven con nuestras debilidades. Jesucristo mismo dijo: «El espíritu es fuerte, pero la carne es débil» (Mt. 26, 41). De lo cual se deduce que hemos de disponernos a la batalla espiritual. El que no lucha, sucumbe espiritualmente. Eso es seguro.
Se nos dice engañosamente que «hay que ser espontáneos, dejarse llevar por los propios impulsos…», olvidando que existe dentro de cada uno de nosotros una tendencia espontánea al egoísmo, reforzada por los vicios que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida. El principal enemigo lo tenemos en nosotros mismos. Quien abre los ojos a esa realidad, está en una situación privilegiada para orientar la batalla de su vida. No podemos identificar «deseo» y «voluntad». Sería un error gravísimo de nefastas consecuencias. Es imprescindible ejercitarse en negarnos a nosotros mismos determinados deseos», si no queremos padecer la tiranía de nuestro propio capricho.
Yo, personalmente, no conozco a nadie que se haya iniciado en las drogas tras una decisión madura y libre. Más bien, he escuchado expresiones como las siguientes: «empiezas a lo tonto», «para cuando quieres darte cuenta…», etc. En el mundo de las drogas, no te conduces, sino que eres arrastrado.
Los cristianos comprendemos todavía mejor lo dicho hasta aquí, porque la Biblia nos descubre la existencia y el influjo en nosotros de un pecado original que nos arrastra al mal. A esto se añade la tentación de Satanás y sus ángeles caídos. Jesús experimentó las tentaciones y nos enseñó a enfrentarnos a ellas con decisión (Mt. 4).
¿En medio del fuego y sin quemarse? Una tentación, y no pequeña, es la tendencia a complacer al mundo que nos rodea. Suele ocurrir, curiosamente, que el mismo joven que tiende a ser un inconformista en el seno familiar, sin embargo, luego pase a ser complaciente, a ser un «enrollado» en la calle. Te propongo para tu meditación este pensamiento que recientemente leía en un libro: «Quien no esté dispuesto a dar la espalda al mundo, se llevará la sorpresa de que en poco tiempo el mundo le dará la espalda a él».
Aunque nos suela humillar el reconocerlo, el entorno nos influye bastante más de lo que suponemos. El ambiente «nos hace», de la misma forma que nosotros hacemos el ambiente. No es prudente suponer que vayamos a estar habitualmente en medio del fuego, sin quemarnos.
Como cristianos debemos acercarnos al necesitado. ¡Y quién más necesitado que el que padece la esclavitud de las drogas! Pero, no nos engañemos, ese acercamiento conviene que lo busquemos en la intimidad del encuentro personal. ¿No te ha ocurrido algún fin de semana, que te hayas sentido fuera de lugar por verte en medio de un ambiente en el que todos están «morados»? Difícilmente podrá ser ese el momento para forjar amistades sinceras o para ayudar a alguien.
La caridad cristiana nos impulsa a hacernos presentes o a ausentarnos, discerniendo cuándo nuestra presencia ayuda de forma eficaz, o, cuándo, por el contrario, va a resultar un comodín para «normalizar» comportamientos anormales. Cuando se nos pide que seamos «tolerantes» con los compañeros que se drogan, tengamos cuidado de no confundir las cosas: lo que no podemos es ser convidados de piedra, permaneciendo en silencio, indiferentes ante la autodestrucción de nuestros propios amigos.
Ocio y drogas
Una de las características principales de la droga en nuestros días es su estrecha relación con la cultura del ocio. El consumo de determinadas drogas está cuasi indisolublemente unido a algunas fiestas, conciertos, etc.
Hay un dato que es bastante claro: quienes «soportan» o «aguantan» los días laborables del calendario, suspirando ansiosamente por la llegada del fin de semana para disfrutar a tope, son los candidatos principales al consumo de drogas.
Digámoslo claramente: La felicidad no es fruto únicamente de la diversión. En realidad, si no eres feliz el miércoles, tampoco lo vas a ser el sábado por la noche. El motivo es muy sencillo: no es lo mismo «ser alegres» que «ponerse alegres». La felicidad no está al alcance de una moneda ni de una sustancia química.
Hay quienes reconocen que la droga no les hace felices, pero que es lo único que les consuela de no serlo… Lo malo es que quien recurre al sucedáneo de la felicidad, fácilmente deja de buscar la auténtica. Volvemos aquí al principio de esta carta: La verdadera felicidad depende de que el hombre alcance su «bien moral». Depende, entre otras cosas, de que sepamos integrar las cruces de nuestra vida en la vocación al amor, para la que hemos sido creados.
Sé humilde y Dios te bendecirá
¿Tienes ya problemas con las drogas? No lo dudes, PIDE AYUDA. Sé humilde y Dios te bendecirá. Más vale ponerse una vez rojo, que veinte veces amarillo. Ya suponemos que tu realidad dista mucho de coincidir con el «gigante de tus sueños», pero tampoco tiene nada que ver con el «enano de tus miedos». Ni lo uno, ni lo otro: ni gigante ni enano. La verdad es que Dios te quiere como eres, pero te sueña distinto. Y, ¿sabes qué? Los sueños de Dios, a diferencia de los nuestros, ¡se hacen realidad!
Hay muchas razones para luchar por la verdadera libertad, por una vida sin drogas. Tantas, como razones para el amor, la fe y la esperanza. Dios no sólo te pide que dejes la droga, sino que te da su «gracia» para poder hacerlo. Y… ¿qué es la gracia, sino la compañía de Dios que camina junto a ti? ¡No te sentirás nunca solo en ese camino de liberación!
+ José Ignacio Munilla Aguirre
Obispo de Palencia