Mao, el líder más mortífero del siglo XX

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Arropado por documentos y testimonios, la historia desconocida (Taurus) hace responsable al dirigente chino de la muerte, en tiempos de paz, de más de 70 millones de personas.

Treinta años después de su muerte, la imagen de Mao Zedong (para los viejos, Mao Tse Tung) se mantiene intocable en la plaza de Tiananmen y, en general, en China. Pero en la Historia, Mao ya no es el Gran Timonel que lideraba a millones de chinos, cuyo famoso catecismo enarbolaban sus guardias rojos y cuya Revolución Cultural encandilaba a muchos jóvenes occidentales (jóvenes que, de haber vivido en la China maoísta, habrían sido candidatos preferentes para ser reeducados en un campo de trabajo). Mao Zedong ha quedado en la Historia como uno de los tiranos más sanguinarios y crueles de todos los tiempos. La reciente biografía de Jung Chang y Jon Halliday, Mao, la historia desconocida, que estos días saca Taurus, entierra lo que pudiera quedar del mito maoísta.

El voluminoso trabajo comienza con una declaración tajante: Mao «fue responsable de la muerte de más de setenta millones de personas en tiempo de paz. De ningún otro líder político del siglo XX puede decirse tanto». Mao tenía, como la inmensa mayoría de sus compatriotas, unos orígenes campesinos.

Pero esos orígenes no le imbuyeron, dicen los autores, «del idealismo necesario para mejorar las condiciones de vida del campesinado chino». De hecho, se mostró muy duro con ese campesinado, rebajando lo que oficialmente se consideraban sus necesidades de subsistencia.

Una de las leyendas maoístas que desmontan los autores es la que le incluye entre los fundadores del Partido Comunista Chino. Pero el PCCh se funda en un momento en que «Mao ni siquiera había declarado su fe en el marxismo».

En realidad, Mao nunca fue un marxista fervoroso o demasiado convencido, lo que marcaría el carácter del pomposamente llamado «pensamiento Mao Zedong». Mao se caracteriza por un sentido fuertemente pragmático y oportunista, lo que explica sus difíciles relaciones con su propio partido. Es sintomático a este respecto que la famosa Revolución Cultural no se apoyara en el proletariado, sino en el Ejército y en las masas de jovencísimos, fanáticos y poco preparados guardias rojos. La idealizada Revolución Cultural fue, en el fondo, una sucia y prosaica lucha por el poder, envuelta en algunas simples y pretenciosas consignas que dieron la vuelta al mundo.

La lucha por el poder, el oportunismo, los virajes ideológicos y el uso, no ya de la fuerza, sino del terror en sus formas más extremas, caracterizan la trayectoria de Mao Zedong, su particular larga marcha.

Se esforzó, en cambio, por ganarse el apoyo de Moscú, lo que consiguió en unos años en que los partidos comunistas de cualquier país eran poco más que apéndices del PCUS y de la Tercera Internacional.

Moscú apreció siempre el carácter de ganador de Mao, aunque fuera (o precisamente por eso) con métodos crueles. Moscú y Mao coincidían en lo esencial: se trataba de imponerse a cualquier precio. Ese apoyo soviético sería fundamental dado que la posición de Mao dentro del PCCh fue controvertida durante años.


Nunca brilló como militar, pero sí como intrigante y maniobrero. Así, fue haciéndose con el control de cada vez más tropas de los dispersos grupos comunistas que actuaban en China. Y desde el mismo momento en que contó con alguna parcela de poder se embarcó de lo que Mao quiso contar, la Larga Marcha estuvo llena de errores tácticos. Mao, lejos de tener un comportamiento esforzado, fue porteado por sus soldados y, fiel a su costumbre, no cesó de intrigar para ascender dentro del partido.

Mao no salió de la Larga Marcha como máximo dirigente del PCCh ni como comandante en jefe del Ejército, pero sí dio un paso decisivo: consiguió entrar en el secretariado del PCCh, el núcleo de poder comunista.

La Larga Marcha fue, en realidad, un largo vagabundeo desorientado que costó miles de vidas a las fuerzas de Mao, en el que no se dieron algunas de las míticas batallas que luego ha querido contar la historiografía maoísta, pero que sirvió para que el futuro Gran Timonel consolidara sus posiciones políticas.

Los bárbaros métodos que caracterizarían la Revolución Cultural de los años sesenta fueron ensayados más de 20 años antes en el periodo que Mao pasó en Yan’an, etapa mitificada por sus seguidores. Los exámenes de conciencia públicos, las autoinculpaciones y la represión más brutal fueron escenificados ya entonces.

También en fecha tan temprana como 1943 se empezó a hablar del «pensamiento Mao Zedong», ese fantasma que recorrió el mundo desde la España del tardofranquismo al Perú de Sendero Luminoso.

El mito de la Larga Marcha

Una de las leyendas doradas de la historia oficial maoísta es la Larga Marcha, la supuestamente heroica retirada de Mao y sus hombres a lo largo de miles de kilómetros durante la guerra contra Chiang Kaishek. Los autores de esta demoledora biografía explican que el itinerario de Mao fue conocido, y en cierto modo guiado (a través de sus movimientos de acoso), por Chiang Kaishek, cuyo hijo estaba en China en condiciones de rehén.

La Larga Marcha fue, en realidad, un largo vagabundeo desorientado que costó miles de vidas fuerzas de Mao, en el que no dieron algunas de las míticas batallas que luego ha querido contar historiografía maoísta, pero que sirvió para que el futuro Gran Timonel consolidara sus posiciones políticas.

Los bárbaros métodos que caracterizarían la Revolución Cultural de los años sesenta fueron ensayados más de 20 años antes periodo que Mao pasó Yan’an, etapa mitificada por sus seguidores. Los exámenes de conciencia públicos, las autoinculpaciones y la represión más brutal fueron escenificados ya entonces.


También en fecha tan temprana como 1943 se empezó a hablar del «pensamiento Mao Zedong», ese fantasma que recorrió el mundo desde la España del tardofranquismo al Perú de Sendero Luminoso. No brilló como militar, pero sí como intrigante. Cuando llegó al poder inició sangrientas purgas.