«Me considero de izquierdas y estoy en contra de la eutanasia»

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Me considero de izquierdas y estoy en contra de la eutanasia. Cuando digo eso, siempre encuentro personas que se despistan mucho y me tachan de facha. Vale, me da igual. El debate sobre la eutanasia debe ser transversal. Tratamos de algo tan profundo como la muerte humana pedida, o dicho con más propiedad, exigida.

Publicado en ABC.es

No, lo siento, no apoyo ese engendro que nos quieren colar. Entre otras cosas porque viví esa situación, la de mi madre bordeando la muerte, con su brazo inútil y ya yendo en silla de ruedas. Fue el cáncer, lo cambió todo, incluso a ella. Mi madre jamás me habría pedido que la ayudara a morir. Nunca. Dentro de su salud mental, como yo la intento recordar, jamás me habría pedido que la matara porque yo era su hija, el amor de su vida. Tuvo un día, solo un día terrible, en que me lo pidió. Nena, estoy muy mal, si esto sigue así, te lo tengo que pedir a ti. ¿Me ayudarás? Ni siquiera se atrevió a terminar la frase.

Recuerdo que le respondí con una ridiculez, con una respuesta muy absurda: Mamá, tú no te vas a morir. Morir no es tan fácil».

Mentira. Ella sabía que se moría. Solo los que van a morir lo saben así, con esa seguridad que tenía mi madre cuando en su último día la llevamos al hospital. La llevamos porque ella siempre insistía en que no quería morir en casa. Arropada, drogada, le preguntaron si sabía por qué estaba ahí: «Sí, he venido a morir».

Y murió. Ante todo mi asombro, murió. No hizo falta que yo la matara y menos mal. Porque a día de hoy aún tengo un trauma con su muerte, no quiero imaginar qué habría pasado si le hubiera hecho caso aquella tarde en la que ella no era mi madre.

Antes de todo eso yo estaba a favor de la eutanasia, después ya no. No, porque la cuidamos bien, arropada, querida. Nos moríamos si no estábamos con ella. Y para mí, aún ahora, a eso se reduce el amor total. ¿Fue horrible? Claro. Fue horroroso. Sobre todo para ella.

Más allá de mi experiencia personal, sostengo que una ley para legalizar la eutanasia es un error. Ya lo hemos visto en otros países como Bélgica, donde se anima a la muerte. Las leyes cambian una sociedad y eso es bueno si se usa bien. Nadie de mi entorno ahora mismo se plantea que dos hombres o dos mujeres se pueden casar. Para entender eso, rememoremos las cloacas del inicio de esa ley. Nos cambió, al menos a la mayoría. Por eso digo que las leyes nos cambian y mi temor con la eutanasia es que nos deformen como seres humanos, que en lugar de defender la vida, animemos a la muerte.

No es baladí que en la mayoría de países occidentales la eutanasia sea ilegal. Hay pocos, como Canadá, Holanda, Bélgica… en los que establecen condiciones. Pero entre esas condiciones está lo que llaman ‘pendiente resbaladiza’. Una vez legalizas matar a una persona, los motivos se desenfocan. Te encuentras con discapacitados físicos, otros están terriblemente deprimidos, algunos son alcohólicos o sufren mal de amores. Yo me aferro a creer que todo eso tiene solución, y esa solución no es la muerte. Esa solución son los cuidados paliativos, la asistencia, el sostén y, al final de todo, el amor que no deja lugar a la soledad.

Me considero de izquierdas y esa ley no me gusta nada. En Bélgica cada año sube un 10 por ciento las solicitudes de eutanasia. Allí no se atreve a estar en contra ni el partido cristiano. Eso no puede ser. Yo quiero una sociedad que vele siempre por la vida (el debate del aborto es otro y hoy no escribo de ese), yo quiero vivir y cuidar la vida siempre, a pesar de todo. Por eso ya pasé. Y murió mal, como todos, porque la muerte es una mierda siempre; desaparecer es terrible. Pero mi madre, aunque no la maté, murió con amor. Con mucho amor. Aunque eso dé igual, porque al final te mueres. Y te lo pierdes todo.

Lola Sampedro

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