Se cumplen 30 años del inicio del régimen de los Jemeres Rojos que, dirigidos por Pol Pot, perpetraron de 1975 a 1979 el genocidio que exterminó a dos millones de personas
Publicado el 17/04/2005
Nueva España
Fue hace hoy 30 años, en el extremo oriental de Asia. Los guerrilleros maoístas conocidos como Jemeres Rojos hacían su entrada en Phnom Pehn, capital de Camboya, y en menos de 24 horas obligaban a sus dos millones de habitantes a abandonarla rumbo al campo. Eran los compases iniciales de un genocidio que, en menos de cuatro años, se cobró la vida de dos millones de personas. Fueron las víctimas del delirio maoísta de Pol Pot, un visionario que quiso instaurar de la noche a la mañana una sociedad igualitaria de raíz campesina, aboliendo familia, dinero y cuanto pudiera recordar un modo de vida burgués. Pol Pot murió en libertad y sólo dos de sus secuaces están en la cárcel. Se espera que, en breve, un tribunal internacional juzgue por fin los crímenes de aquel régimen.1
Phnom Pehn,
Bronwyn SLOAN
Hace hoy exactamente treinta años, el 17 de abril de 1975, las tropas maoístas del Jemer Rojo entraron victoriosas en Phnom Penh, la capital de Camboya. Fue el pistoletazo de arranque de un sanguinario régimen de tan sólo cuatro años de duración que, sin embargo, dejó en la piel del país la cicatriz indeleble de uno de los más espantosos genocidios del siglo XX: dos millones de personas muertas.
Los guerrilleros maoístas ocuparon Phnom Penh sin encontrar resistencia alguna y, en pocas horas, obligaron a una evacuación total de la ciudad, cuyos dos millones de habitantes fueron confinados sin excepción en regiones agrarias, con la excusa de ser protegidos de unos bombardeos estadounidenses que jamás se produjeron. Pronto los residentes en otras urbes sufrieron el mismo destino, en aras de una «reeducación» que debía extirpar sus mentalidades «burguesas».
Era el primer acto de la «gloriosa revolución» de la Kampuchea Democrática, dirigida por el «hermano número uno», Pol Pot, y ejecutada por sus temidos soldados de negro: batallones de hombres obsesionados por borrar todos los «símbolos de corrupción» del régimen de Lon Nol, el aliado de Estados Unidos en los últimos compases de la debacle que para Washington significó la guerra del Vietnam.
«El pueblo nuevo deber ser purgado de todos sus vicios». Esa era la consigna. La Angkar (La Organización), dirigida por Pol Pot, en unión de Nuon Chea, Jieu Samphan, Ieng Sary, Son Sen y Ta Mok, llegaba dispuesta a aplicar una ideología ultranacionalista y ultracomunista: se trataba de llevar la revolución maoísta mucho más lejos de lo que Mao Zedong había llegado a hacer en China en los enloquecidos años de la Revolución Cultural.
Formados en Francia
Para esto, los Jemeres Rojos, cuyos jefes han sido formados en el extranjero, sobre todo en Francia, impusieron progresivamente la eliminación de la familia, así como la abolición de la religión y del dinero. Según ellos, se trataba de hacer un hombre nuevo en una sociedad rural absolutamente igualitaria.
En nombre de una utopía agraria que buscaba la autarquía, todo un pueblo fue sometido a hambrunas y trabajos forzados para producir ingentes cantidades de arroz y construir gigantescas obras de regadío. No hay posibilidad de resistirse: a quienes no se someten se les aplica la tortura como plato principal. El resto del menú revolucionario lo componen las ejecuciones sumarias, las deportaciones, una estrechísima vigilancia las 24 horas del día o, en el caso de vietnamitas, chinos y musulmanes, la depuración étnica o ideológica.
A fines de 1978 -tres años, ocho meses y 20 días después de la entrada triunfal de Pol Pot en la capital- 150.000 soldados vietnamitas invaden Camboya. Es su respuesta a la serie de ataques que los Jemeres Rojos han lanzado contra el territorio de Vietnam. Las tropas invasoras provocan el colapso de un régimen minado por las luchas internas y las defecciones masivas. Fue en esa época cuando comenzó a conocerse la magnitud del genocidio y de las atrocidades cometidas por el régimen de Pol Pot.
Sin embargo, la ONU siguió reconociendo al régimen de los Jemeres Rojos varios años después de haber sido expulsados por el cuerpo expedicionario vietnamita y pese a que ya eran de sobra conocidas las atrocidades que habían cometido.
Del mismo modo, los intereses estratégicos de las grandes potencias han permitido que, treinta años después, varios de los principales responsables del genocidio hayan logrado evitar la acción de la justicia. Pol Pot murió en 1998, refugiado en algún lugar de la jungla camboyana, sin sentarse en el banquillo. En realidad, sólo dos de los antiguos líderes de los Jemeres Rojos están en la cárcel. Se trata del general Ta Mok, apodado «El Carnicero», y de Kang Jek Iev, el director del centro de detenciones de Toul Sleng, en Phnom Penh. Los demás viven libres en Phnom Penh o en los antiguos bastiones de la guerrilla, en el noroeste de Camboya.
Un tribunal mixto
Con todo, en 2003, las Naciones Unidas y Camboya acordaron, tras seis años de difíciles negociaciones, la formación de un tribunal especial mixto -camboyano e internacional- para juzgar a los responsables del genocidio. No obstante, las organizaciones de defensa de los derechos humanos han denunciado que dicho tribunal, y en particular los jueces camboyanos, serán sometidos a presiones políticas en un país donde la justicia es un paradigma de corrupción.
De los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, China -que constituyó el apoyo ideológico de los Jemeres Rojos- y EE UU han rechazado colaborar en la financiación del proceso a los genocidas.
Treinta años después, Camboya sigue sufriendo por la eliminación de sus élites y vive un pavoroso silencio cómplice sobre uno de los peores genocidios del siglo XX, que ni siquiera figura en los programas escolares del país.
Ahora bien, mientras los supervivientes del genocidio conmemoran la fecha de hoy, algunos de los antiguos dirigentes del Jemer Rojo expresan sus remordimientos. «El 17 de abril no es un buen día», declaró esta semana Ieng Sary, ex ministro de Asuntos Exteriores del régimen de Pol Pot, que desde la década de 1990 vive libre tras desertar y rendirse al Gobierno a cambio de una amnistía.
Aunque hoy se cumplen tres décadas del inicio del genocidio, los actos conmemorativos serán similares a los de otros años, con nuevos llamamientos a que se haga justicia tanto a los supervivientes como a la memoria de los exterminados. Porque no todos los camboyanos comparten la idea de que «lo pasado, pasado está».
«Mi esposa figura entre los desaparecidos. Deseo un juicio que haga justicia al pueblo, y especialmente a mi esposa', afirmó días atrás Bu Meng, de 64 años, una de las únicas siete personas que sobrevivieron a su paso por la cárcel de Toul Sleng. Aunque con la memoria dolorida: «Me torturaron y todavía me acuerdo», señala, resumiendo el sentir de millones de camboyanos que no pueden olvidar el día que la barbarie negra se apoderó de sus vidas.