Mendigos, esclavos nucleares en Japón

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Las empresas niponas reclutan indigentes para limpiar centrales atómicas. Muchos mueren de cáncer. ‘Del reportaje realizado por el autor en 2003’

Siempre hay un puesto de trabajo en la planta número 1 de la central nuclear de Fukushima. Matsushita se encontraba durmiendo entre los cuatro cartones que se han convertido en su hogar, en un parque de Tokio, cuando dos hombres se acercaron para ofrecérselo. No se requería ninguna habilidad especial, le pagarían el doble que en su último empleo como peón de obra y estaría de vuelta en 48 horas. Este antiguo ejecutivo arruinado y otros 10 mendigos, fueron trasladados a la central, situada a 200 kilómetros al norte y registrados como limpiadores.


«¿Limpiadores de qué?», preguntó alguien mientras el capataz les repartía trajes especiales y les conducía a una inmensa habitación metálica con forma cilíndrica. La temperatura en el interior, que variaba entre los 30 y los 50 grados, y la humedad, obligaban a los trabajadores a salir para respirar aire cada tres minutos. Los medidores de radiactividad habían sobrepasado tanto los límites máximos que pensaron que se debían haber estropeado, recuerda Matsushita, de 53 años. «Un compañero se acercó y me dijo: «Estamos en un reactor nuclear»».


El reclutamiento de mendigos, pequeños delincuentes, inmigrantes y pobres para realizar los trabajos más arriesgados en las plantas atómicas japonesas ha sido una práctica rutinaria durante más de tres décadas. Y lo sigue siendo hoy. Entre 700 y 1.000 sin techo han muerto y miles más han enfermado de cáncer en todo este tiempo, según las investigaciones del profesor de Física Yukoo Fujita, de la prestigiosa universidad japonesa de Keio.


Secreto total 


Los esclavos nucleares constituyen uno de los secretos mejor guardados de Japón. Están implicadas algunas de las mayores empresas del país y la temida mafia de los yakuza, que se encarga de buscar, seleccionar y contratar a los vagabundos, explica Kenji Higuchi, un periodista japonés que lleva 30 años investigando y documentando con fotografías el drama de los mendigos de Japón.


Higuchi y el profesor Fujita recorren los lugares frecuentados por los vagabundos para prevenirles de los riesgos y apremiarles para que lleven sus casos ante la Justicia. Higuchi y Fujita  han desafiado al gobierno japonés, a las multinacionales energéticas y a las redes de reclutamiento en un intento de frenar un abuso.                 


Japón protagonizó una de las transformaciones más espectaculares del siglo XX al pasar de ser un país en ruinas tras la II Guerra Mundial a ser la sociedad tecnológicamente más avanzada del mundo. El cambio ha traído una demanda de electricidad que ha convertido a la nación japonesa en una de las más dependientes de la energía nuclear del mundo.


Más de 70.000 personas trabajan en las 17 centrales y 52 reactores repartidos por el país. Más del 80% de las plantillas está formado por trabajadores sin preparación, contratados de forma temporal entre las capas más desfavorecidas de la sociedad. Los mendigos son reservados para los cometidos más arriesgados, desde la limpieza de reactores a la descontaminación cuando se producen fugas, o los trabajos de reparación allí donde un ingeniero nunca se atrevería a acercarse.


Nubuyuki Shimahashi fue utilizado para algunas de esas tareas durante cerca de ocho años antes de morir, en 1994. El joven procedía de una familia pobre de Osaka,. «Ahora sé que su muerte fue un asesinato», se lamenta Michico, su madre. Los Shimahashi han sido la primera familia en ganar en los tribunales un largo proceso que hace responsable a la central del cáncer de sangre y de huesos que consumió a Nubuyuki, le postró en la cama durante dos años y terminó con su vida entre dolores insoportables. Murió con 29 años.


 


Japón lleva 12 años sumido en un declive económico. Muchos parados no soportan la humillación de no poder mantener a sus familias y forman parte de ese ejército de 30.000 personas que cada año se quitan la vida. Otros se convierten en vagabundos, perdiendo el contacto con un círculo social que les rechaza.


Los «gitanos nucleares»                            


Los mendigos que aceptan trabajar en las centrales nucleares se convierten en lo que se conoce como Genpatsu Gypsies (gitanos nucleares). El nombre hace referencia a la vida nómada que les lleva de central en central en busca de trabajos hasta que caen enfermos y, en los casos más graves, mueren en el abandono. «La contratación de pobres sólo es posible con la connivencia del gobierno», se queja Kenji Higuchi, ganador de varios premios de derechos humanos.


En teoría, las empresas que gestionan las centrales nucleares contratan a los vagabundos hasta que han recibido la radiación máxima y después los despiden por el «bien de su salud», enviándolos de nuevo a la calle. La realidad es que esos mismos peones vuelven a ser contratados días o meses después bajo nombres falsos. Muchos empleados han sido expuestos durante casi una década a dosis de radiactividad cientos de veces mayores de las permitidas.


Nagao Mitsuaki con 78 años, tras haber pasado los últimos cinco tratando de superar un cáncer de huesos, la enfermedad más común entre los Genpatsu Gypsies, Nagao ha decidido demandar a las empresas que gestionaban la central y al gobierno japonés. Lo curioso es que él era el hombre que los mandaba como capataz. Nagao, tiene paralizada la mitad de su cuerpo.


Durante más de 30 años Kenji Higuchi ha entrevistado a decenas de víctimas, documentando sus enfermedades y viendo cómo muchas de ellas agonizaban, postradas en sus camas, antes de morir. Quizá por ello, por haber visto el sufrimiento de los desfavorecidos de cerca,  no tiene problemas en citar las multinacionales que contratan a los mendigos de forma indirecta: «Panasonic, Hitachi, Toshiba…».


Subcontratan a los mendigos a través de otras empresas, dentro de un sistema que les descarga de la responsabilidad de realizar un seguimiento de los trabajadores, su origen o su salud. Los abusos se producen sin apenas protestas en la sociedad.


Desde los años 70 más de 300.000 trabajadores temporales han sido reclutados en las centrales japonesas. Fujita y Higuchi no dejan de hacerse las mismas preguntas: ¿Cuántas víctimas habrán muerto en este tiempo? ¿Cuántas han agonizado sin protestar? ¿Hasta cuándo se permitirá que la energía que consume la adinerada sociedad japonesa dependa del sacrificio de los pobres?


Un portavoz del Ministerio de Trabajo japonés llegó a decir que «hay trabajos que exponen a la gente a radiaciones y que deben hacerse para mantener el suministro eléctrico».


«Si se les elige, es porque nadie va a preguntar por ellos, si un día no vuelven del trabajo», dice Higuchi. Los médicos ocultan sistemáticamente la cantidad de radiactividad recibida por el paciente y lo envían de nuevo al tajo con un certificado de «apto». Kunio Murai y Ryusuke Umeda, dos esclavos nucleares que cayeron gravemente enfermos, se vieron obligados a retirar sendas demandas, después de que uno de los grupos de yakuza, les amenazara de muerte.


Transfusiones diarias      


Hisashi Ouchi se encontraba en la planta de procesamiento de fuel de la central nuclear de Tokaimura cuando hubo una fuga que en 1999. Murió tras 83 días con transfusiones diarias. El Ministerio de Trabajo organizó una inspección masiva de todas las plantas del país, sólo 2 de las 17 nucleares, pasaron el examen.


En el resto se detectaron hasta 25 infracciones que incluían, la ausencia de control sobre la exposición de los empleados a la radiactividad y el incumplimiento de los mínimos chequeos médicos legales. Desde entonces, el reclutamiento de mendigos ha continuado.


La central nuclear de Fukushima, a la que fueron conducidos Matsushita y otra decena de mendigos, ha sido denunciada en varias ocasiones por la forma sistemática en la que contrata a trabajadores de la calle. Matsushita ha perdido lo único que le quedaba: la salud. Hace unos meses comenzó a caérsele el pelo, después vinieron las náuseas y más tarde el diagnóstico de una enfermedad degenerativa. «Me han dicho que me espera una muerte lenta», dice.