MÍSTICAS para el Siglo XXI

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La mística que descubrió el alma femenina a Juan Pablo II fue EDITH STEIN…. En estos momentos en que a todas luces parece que hemos perdido el control sobre las actuaciones humanas y el sentido de responsabilidad sobre la historia humana futura, tenemos que agradecer a la Iglesia esta presentación actualizada del alma femenina, del genio de la mujer que nos recuerda la revelación que Jesucristo hizo al ser humano acerca de su genuína y más profunda identidad: la mujer pobre, humilde y sacrificada -que no se guarda para sí a sus seres queridos, que no antepone su proyecto sobre ellos al plan de Dios, que acepta la maternidad espiritual y universal ejercida a favor del hombre, desde el más pobre y desprotegido de los hombres, por encima de su instinto biológico-….

En el verano de 1992 leía la Carta Apostólica que Juan Pablo II había publicado en 1988, con ocasión del año Mariano sobre la Dignidad y la Vocación de la Mujer; evidentemente la había leído ya en el momento de su publicación, pero ahora la retomaba con un nuevo interés, la mayor de mis hijas tenía ya 15 años, yo había intentado, casi desde su nacimiento, hacerla consciente de su ser femenino y de la dignidad y autonomía que este acontecimiento encierra; pero ahora nos encontrábamos ante una nueva etapa, empezaba a enamorarse y yo deseaba que desde el principio esta experiencia la viviera como fruto de su vocación y no cayera en las dependencias y desviaciones que los enfoques al uso (vehiculados a través de telenovelas y peliculuchas de amor) suelen proporcionar. Así es que con ocasión de unas vacaciones nos fuimos las dos a limpiar una casa en la sierra y al atardecer, cuando dejábamos las brochas, cubos y escobas, descansábamos, en el crepúsculo primero y bajo el cielo estrellado después, leyendo juntas y comentando el citado documento.

Lo primero que tengo que resaltar es la sorpresa que me llevé; yo me había preparado psicológicamente para sortear los obstáculos que esperaba se iban a producir por la aridez que el lenguaje de este tipo de escritos pudiera tener para una adolescente de 15 años, y había pensado las estrategias que debía emplear para que resultara amena su lectura. Sin embargo la muchacha leía y comentaba animada -a veces entusiasmada- el texto, sorprendida por la adecuación tan perfecta entre sus problemas y sentimientos, y lo que allí se decía. Paraba con cierta frecuencia preguntándome con sorpresa: Mamá ¿cómo es posible que el Papa siendo hombre pueda escribir con tanta claridad sobre lo que pasa en el interior, en los sentimientos más profundos de las mujeres?.

En aquel entonces yo no tenía una respuesta concreta, así es que le contestaba genéricamente. Le explicaba que en la Iglesia la autoridad es servicio, que ya se lo enseñó Jesucristo a Pedro lavando los pies de todos, porque cuando se lo había explicado con palabras cuando la madre de los Zebedeos, no parecía que se enteraran. Así es que el Papa al hablar no comete la insolencia de creerse genial para dirigir a otros, sino que su palabra es fruto de un concienzudo estudio de la tradición de la Iglesia y de una amplia consulta a la Iglesia históricamente presente.

Los puntos de sorpresa eran los siguientes:

1. Cuando una mujer se enamora tiende a convertir al amado en su razón de vivir, en el centro de su vida, pero esto mismo es experimentado -aún por una adolescente- como alienación. Ahora descubría que fue justo este el castigo de Dios a la mujer tras el pecado original: Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará. Hasta ahora parecía que el castigo eran los dolores del parto, pero un dolor que se experimenta mayor que los del parto: el dolor de la alienación, de la dependencia, aquel al que se habían referido las mujeres anarquistas (y que tan bien había expresado Federica Monseny), aquel descrito por Simone de Bauvoir, justo éste estaba planteado en la carta apostólica como castigo divino.

2. Pero no estamos ante un designio maldito, como el que le imponían los dioses griegos a los hombres, el Padre de la Misericordia en el mismo castigo anuncia la redención, y dirigiéndose a la serpiente dice: Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre su linaje y tu linaje: él te pisará la cabeza mientras tu le acecharás en el calcañar. Es significativo que el anuncio del Salvador se refiera a la mujer. Eva y María, dos mujeres que con su decisión personal deciden el destino de toda la humanidad; si de una vino la oscuridad, de la otra la luz.

3. El descubrimiento de que toda la riqueza, el don personal de la feminidad, el genio de la mujer como Dios la quiso, es poder ser persona en sí misma y a la vez poderse realizar mediante la entrega sincera de sí: María consultada por Dios para llevar a cabo su plan de redención, y tras el diálogo con el ángel al que le expone sus dificultades y dudas, decide y responde: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según su palabra»

Juan Pablo II termina la carta diciendo: Dios le confía de un modo especial el hombre a la mujer, y ello decide principalmente su vocación. En nuestros días el progreso unilateral puede llevar también a una gradual pérdida de la sensibilidad por el hombre, por todo aquello que es esencialmente humano. En este sentido, el momento presente espera la manifestación de aquel genio de la mujer, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por el hombre, por el hecho de que es ser humano. Y porque la mayor es la caridad.

Años después, en 1998 se tradujeron y publicaron unas conferencias sobre la mujer pronunciadas por Edith Stein entre 1928 y 1933. Esta judía, atea primero, conversa después, de las primeras mujeres universitarias, que llegó a ser profesora de filosofía en la universidad, discípula destacada de Husserl, radical feminista en los movimientos sufragistas, activa educadora de jóvenes alemanas, finalmente carmelita que fue sacrificada en el campo de concentración de Auschwitz, esta mujer presentaba sus reflexiones sobre la mujer, y lo hacía en la madurez de su vida. Rápidamente me hice con el libro y lo leí.

Según pasaba las páginas tenía la impresión de que su pensamiento me era conocido. Entonces recordé que era en la carta apostólica sobre la dignidad y vocación de la mujer donde lo había leído antes. Entonces entendí cual era la respuesta a la continua pregunta de mi hija años atrás, el Papa siendo hombre podía recoger tan precisamente lo que ocurre en el interior del alma femenina porque se había dejado llevar por mujeres como ésta que, desde una profunda identidad cristiana, tan bien habían reflexionado y expresado lo que ocurría en el interior de su alma femenina. Juan Pablo II había beatificado a Edith Stein (la carmelita Sor Teresa Benedicta de la Cruz) en 1987, un año antes de promulgar la encíclica.

En sus escritos, tras sus reflexiones sobre el Génesis y en especial sobre el Protoevangelio, presenta la vocación de la mujer como una respuesta a la llamada que siente en su interior y que se refleja en las características del alma femenina:

1.- El interés por el ser humano, por lo personal-vital, y sólo se interesará por el pensamiento abstracto en la medida en que haga relación a los problemas del hombre.

2.- La percepción de la totalidad, no resultándole de interés las visiones fragmentadas de la realidad; por eso su pensamiento es más intuitivo que analítico.

Pero estas características tan positivas, son al mismo tiempo el origen de sus peores desviaciones: el deseo de inmiscuirse en la vida de todos las personas que le rodean y su afán posesivo sobre ellas, por un lado y la dispersión y superficialidad por otro lado; dos desviaciones fruto del abandono o de un mal enfoque en la educación de las mujeres.

Como los grandes correctivos a tales defectos propone el estudio en profundidad y el desarrollo de una vocación profesional, con lo que se combate toda dispersión y superficialidad; resulta cuando menos sorprendente la defensa que hace, ya en esos años, sobre la capacidad para ejercer todas las profesiones, aquellas para las que se les consideraba aptas y aquellas que no tenían esta consideración. El correctivo contra la posesión de personas es la vocación religiosa de la mujer (aún de la mujer casada) que le permite colocar en el centro de su corazón a Dios, y desde ahí vivir toda la relación con los seres humanos, próximos y lejanos, como colaboración con el plan de Dios sobre ellos, sin que en ningún momento pueda arrogarse ella propiedad o prioridad de sus deseos sobre ellos.

Finalmente plantea la necesidad de que estas mujeres estén presentes en todos los sectores de la vida, haciendo especial mención del sector educativo y el político y legislativo-judicial, incluyendo los sectores más técnicos, para que se introduzca el interés por lo humano en todos ellos.

En estos momentos en que a todas luces parece que hemos perdido el control sobre las actuaciones humanas y el sentido de responsabilidad sobre la historia humana futura, tenemos que agradecer a la Iglesia esta presentación actualizada del alma femenina, del genio de la mujer que nos recuerda la revelación que Jesucristo hizo al ser humano acerca de su genuína y más profunda identidad: la mujer pobre, humilde y sacrificada -que no se guarda para sí a sus seres queridos, que no antepone su proyecto sobre ellos al plan de Dios, que acepta la maternidad espiritual y universal ejercida a favor del hombre, desde el más pobre y desprotegido de los hombres, por encima de su instinto biológico-. Es la versión actualizada de las mujeres fuertes de la Biblia, de la madre cristiana pobre, sostén de la cuna de la solidaridad que levantó al Movimiento Obrero: la familia obrera luchadora que entregó su más preciado bien, sus hijos, por la construcción de un mundo de justicia y solidaridad. Esto supone la más rotunda oposición a la propuesta imperilista y burguesa de mujer liberada, esclava de todas las alieneciones que desarrolla y potencia esta cultura de muerte que nos ha tocado combatir.

Cuando terminé de leer el libro se lo regalé de inmediato a mi hija con la dedicatoria de que le sirviera de estímulo en la búsqueda de su identidad de mujer, como esposa y madre militante cristiana y profesional vocacionada en la lucha por la justicia.



Ana Solano, militante del Movimiento Cultural Cristiano, profesora de Medicina Social.