Modernización en la venta de armas, al servicio de la muerte (informe SIPRI)

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El Instituto de Investigación de Paz de Estocolmo (Sipri por sus siglas en inglés), sintetizó en un informe publicado el pasado 9 de diciembre que durante el año pasado, las ventas de las 100 mayores empresas de producción de armas en el planeta, exceptuando las de China, de las que no se tienen datos disponibles, alcanzaron los 420.000 millones de dólares (ver infografía)

Particularmente, las cinco empresas que más dinero percibieron por venta de armas tienen sede en Estados Unidos (ver ranking). Entre ellas, las ventas alcanzaron un total de 246.000 millones de dólares.

Esto respondería a razones que van más allá de la mirada comercial. Según Aude Fleurant, directora del Programa de Armas y Gasto Militar del Sipri, “las empresas de EE.UU. se están preparando para el nuevo programa de modernización de armas que el presidente Donald Trump anunció en 2017. Las grandes compañías se están fusionando para poder producir la nueva generación de sistemas de armas y así situarse en una mejor posición para ganar contratos del Gobierno norteamericano”.

Eso se refleja, según indica el Sipri, en un desarrollo clave de dicha industria: “La tendencia creciente a la concentración de algunas de las principales empresas productoras. Por ejemplo, dos de las cinco que encabezan el ranking, Northrop Grumman y General Dynamics, realizaron adquisiciones multimillonarias de otras compañías en 2018”.

Más allá de EE.UU.

Pero para el analista de Inteligencia y socio fundador de la consultora española de análisis de estrategia H4dm, Fernando Cocho Pérez, “la forma en que el Sipri presenta los datos da lugar a una pequeña confusión, porque evidentemente los proveedores de armas como empresa sí tienen su central, a lo mejor, en Estados Unidos, pero esa es solo la central fiscal. Hay otros países que no figuran en las listas, donde están las fábricas o donde están los aprovisionamientos de armamento, por ejemplo, en Gran Bretaña, Bélgica y España”.

Por eso, advierte, aunque es cierto que Estados Unidos es el principal exportador, no solo de armas sino también de insumos, repuestos y vehículos militares, es fundamental para el análisis diferenciar entre el aprovisionamiento real, logístico, de dónde vienen las armas, y dónde va el dinero cuando se compran, “que bien puede ser a Londres, Washington o Nueva York”.

En ese orden de ideas, es cierto que el plan de renovación militar de Trump es uno de los ingredientes del rearme, puesto que uno de los compromisos con sus electores fue favorecer el mercado interno de dicha industria, “pero no es porque él quiera generar en sí mismo guerra en otros sitios, sino porque quiere hacer ganar dinero a las empresas”, agregó el experto. Pero no es el único elemento que entra en juego.

En el panorama está el surgimiento de países que hasta ahora no eran potencias militares, como Egipto, Turquía, Irán, Nueva Zelanda, Australia, Vietnam, Corea del Sur o Marruecos, pero que vienen renovando de manera acelerada su parque armamentístico. Para el analista de inteligencia, esto significa que “la polarización geopolítica está rotando: “el peso que tenía la Otan o Europa, que como hemos visto este año, tienen problemas, ahora está recayendo en países que eran emergentes y se están posicionando regionalmente, no sé si es porque consideran que haya un conflicto inminente, que yo no lo creo, sino para estar en garantía en momento determinado, de poder defender sus intereses”.

Vidas que pagan el precio

Para Mohammed, cada pedazo de techo o de pared que se venía abajo en medio del aturdidor estallido de las bombas, era un pedazo de su propia vida que se desharinaba en el suelo. A sus 12 años, no entendía por qué ya no podía ir a la escuela, por qué su casa ahora era una pila de escombros, ni por qué la barbería de su padre, única fuente de sustento para su familia, había quedado destruida. La sensación de miedo es lo que más recuerda de ese día de 2015.

No hubo otra cosa que hacer. Él, junto a sus padres y sus cuatro hermanos abandonaron con prisa el área de Al Saberi, en Bengasi, Libia. Luchando cada día por conseguir al menos qué comer, permanecieron desplazados durante un año, hasta que en 2016 el deseo de regresar fue más fuerte. Desde entonces viven en un improvisado refugio entre los escombros de la que fuera su casa. Prefieren estar allí que ser forasteros en su propio país, donde desde hace siete años no cesa la violencia miliciana que también ha tenido como protagonista a Estados Unidos desde el asesinato de su embajador Christopher Stevens, ocurrido en 2012.

Pero las condiciones de vida son duras. Muchos de los vecinos y amigos de Mohammed nunca volvieron a Al Saberi. Algunos murieron. La zona está infestada de residuos explosivos entre los que él y sus hermanos tienen que caminar a diario para llegar a la escuela. Fragmentos de armas, pedazos de guerra que fueron fabricadas a miles de kilómetros de distancia de su natal Bengasi y que en cualquier momento podrían costarles la vida.

Mohammed, cuya historia se reseña en el informe Panorama Humanitario Mundial, es protagonista de una situación que para la ONU no solo resulta preocupante, sino que además evidencia que los conflictos bélicos de larga data son una de las causas de la “alarmante” crisis humanitaria que atraviesa el planeta y que dejó en el último año 168 millones de personas en necesidad de asistencia básica para sobrevivir. La cifra más alta en décadas.

“Las necesidades de la gente están creciendo aceleradamente y una de las razones es que el estado actual de la geopolítica está haciendo que los conflictos sean cada vez más prolongados e intensos. Los combatientes muestran un creciente desprecio por el Derecho Internacional Humanitario y las personas atrapadas en conflictos sufren desplazamiento, hambre, trauma psicosocial y pérdida de sus medios de vida, instalaciones educativas y servicios de salud. Esto se suma al impacto directo de los combates, los bombardeos y otros tipos de violencia que afectan su seguridad física”, expresó durante la presentación del informe el coordinador de Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas, Mark Lowcock.

Horror para los civiles

El contraste entre la prosperidad del negocio de las armas y el terror que viven millones de civiles a causa de las guerras, se explica, en palabras de Fernando Cocho, porque en un sentido comercial, para las empresas es positivo sostener conflictos de larga duración en Asia, “que viene siendo un foco de conflicto que al mundo poco le importa porque lo ve lejano, con la minoría rohinyá que ha sido masacrada hace poco y las luchas internas, ya sea en Timor, en Bangladés, en la propia India con las milicias o en Paquistán. Vuelve a haber conflictos muy pequeñitos que se nutren de armamento muy sofisticado. Y es que cuando vemos que una milicia ya tiene la capacidad de comprar un helicóptero artillado, eso evidencia una escalada en la capacidad de violencia que es evidentemente motivada”.

El experto, finalmente, ejemplifica con el caso de Yemen, al que califica como “la más sangrienta y terrible matanza que está ocurriendo actualmente y la que el mundo tampoco está prestando atención. El de Yemen está considerado como uno de los peores conflictos en cuanto a desastre humanitario de los últimos 50 años y se trata de una guerra larvada, constante y en la que se utiliza tecnología de última generación, con misiles tierra-aire, con drones, aviones no tripulados, misiles autodirigidos. Y eso tiene mucho que ver con quien los vende: Rusia, China, Estados Unidos”, todos grandes exportadores de insumos a peleas que no son propias.

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