La ciudad de Bangassou, al sureste de la República Centroafricana, fue tomada el 3 de Enero por grupos armados rebeldes. Allí se encuentra monseñor Juan José Aguirre, obispo de la diócesis, en una ciudad que intenta sobrevivir, una vez más, a un ataque bélico.
Aguirre, acostumbrado a este tipo de conflictos porque ha vivido ya varios en esta ciudad, habla de «calma tensa», expresión que repite a lo largo de nuestra conversación telefónica en varias ocasiones, consciente de que el equilibrio se puede romper en cualquier momento.
El nuevo frente unido de grupos armados contra el gobierno de República Centroafricana, la Coalición de Patriotas para el Cambio (CPC), ha logrado por fin hacerse con el control de la ciudad en su marcha por lograr el dominio del país. El obispo explica que este grupo es el resultado de la unión de «5 de los 14 señores de la guerra» que operan allí. Después de varios días de combate han echado a los funcionarios gubernamentales, pero en las calles continúan los tiroteos.
Aguirre se ha llevado a su casa a cerca de una treintena de niños huérfanos a los que atiende la diócesis, pero cuyas instalaciones están situadas a unos dos kilómetros de la catedral. Allí intentan protegerles, junto con diez sacerdotes y tres monjas, del miedo y la soledad, les aseguran la manutención y les buscan entretenimiento.
Muchos de ellos son bebés que no pasan los dos años de edad y que necesitan del abrazo y la ternura para sobreponerse al miedo que les produce el ruido de las balas. «Ellos son inocentes, los miras a los ojos y no saben nada de rebeldes, de mercenarios, de luchas de poder… Solo oyen los tiros y la ráfagas y se asustan mucho», escribía el misionero comboniano hace unos días. Hoy subrayaba que «la acogida es esencial en este momento», y no solo de los niños, también de otros civiles que necesitan ayuda.
Fuera están apostados los cascos azules de la Minusca (Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Centroafricana), que no entran en combate con los cerca de 200 rebeldes, y cuya misión es protegerles.
Monseñor Aguirre comenta que la ciudad se ha vaciado y está paralizada y que los señores de la guerra siguen campando a sus anchas. Muchos ciudadanos han huido a sus plantaciones o han optado por cruzar la frontera de la República Democrática del Congo, separada de Bangassou tan solo por el río Bomu.
Aguirre trabaja para conocer el nombre de los ‘generales’. Explica que así es como se hacen llamar los máximos responsables de estos grupos armados. El objetivo de monseñor es localizarles para establecer un diálogo que permita devolver a la ciudad a cierta ‘normalidad’. Su intención es ser interlocutor con estos grupos para pedirles que abran el mercado y los colegios, porque solo así, subraya, la ciudad podrá volver a comenzar. «Lo esencial es establecer un diálogo para ayudar a los pobres y a la gente a que pueda ir al mercado» para hacerse con víveres. Si no, Juan José Aguirre considera que la situación será mucho más dura para los civiles.
No irá solo, le acompañarán dos hombres más. Dice que los grupos armados «buscan dinero» y que por ese motivo «no les interesa que la ciudad esté paralizada» y el mercado es, en este sentido, un elemento clave; mientras los ciudadanos pueden hacerse con productos básicos los grupos armados pueden cobrar impuestos. Y junto a ello es necesario que la población pueda realizar sus visitas sanitarias. Ahora, los que quedan en Bangassou están encerrados en sus casas.
Le pregunto por el miedo y al otro lado de la línea, con la voz entrecortada por lo deficientes que son las comunicaciones, indica que «no falta, sobre todo cuando suenan los grandes disparos de la artillería pesada, pero con la ayuda de Dios vas tomando decisiones lúcidas. Le pido a Dios poder tomar decisiones lúcidas». «Sin Dios aquí no somos nada y sin su gracia no podemos hacer nada».
Le pregunto también por la evolución de la pandemia. Relata que «en el corazón de África» la incidencia es escasa, afortunadamente, aunque el coronavirus se ha dejado notar en las zonas costeras del continente. Pero en Bangassou, gracias a los pocos casos «y a los problemas políticos y económicos, no nos acordamos del covid, solo cuando vemos el padecimiento de Europa» y de España.
La comunicación se corta, pero no quiere acabar sin dejar de agradecer los mensajes de apoyo que ha recibido de su país y las oraciones de sus compatriotas. «Junto a vosotros cogemos fuerzas».