Multinacionales: semillas de la infamia

2071

Hace sólo tres décadas, existían más de 7 mil empresas semilleras, ninguna de las cuales llegaba a 0.5 por ciento del mercado mundial. Para 2003, las 10 mayores controlaban una tercera parte del mercado

Multinacionales: semillas de la infamia


Para 2005, diez empresas controlaban la mitad del mercado mundial de semillas. Aunque estamos inundados de noticias sobre fusiones corporativas que muestran que cada vez hay menos empresas que controlan mayores porcentajes del mercado en todos los rubros, las semillas no son lo mismo que televisores, automóviles o cosméticos. Son la llave de toda la cadena alimentaria en el mundo y el corazón de la vida campesina y la agricultura. La cuarta parte de la población mundial, los campesinos y campesinas del mundo, conservan sus propias semillas para cultivar la comida de muchos más.


Hace sólo tres décadas, existían más de 7 mil empresas semilleras, ninguna de las cuales llegaba a 0.5 por ciento del mercado mundial. Para 2003, las 10 mayores controlaban una tercera parte del mercado. Actualmente han escalado a 49 por ciento sobre el valor global de ventas de este rubro, según el informe Concentración de la industria global de semillas -2005, del Grupo ETC.


Dupont/Pioneer, que por años ocupó el primer puesto, quedó ahora por debajo de Monsanto, con la compra que ésta hizo en 2005 de la multinacional mexicana Seminis. Monsanto es ahora la mayor empresa de venta de semillas comerciales, además de que ya tenía el monopolio virtual en la venta de semillas transgénicas (88 por ciento a nivel global). En la última década Monsanto engulló, entre otras empresas a Advanta Canola Seeds, Calgene, Agracetus, Holden, Monsoy, Agroceres, Asgrow (soya y maíz), Dekalb Genetics y la división internacional de semillas de Cargill. Sus ventas de semillas del último año ascienden a 2 mil 803 millones de dólares.


Monsanto y Dupont tienen casa matriz en Estados Unidos. Les siguen Syngenta (Suiza), Groupe Limagrain (Francia), KWS AG (Alemania), Land O' Lakes (Estados Unidos), Sakata (Japón), Bayer Crop Science (Alemania), Taikii (Japón), DLF Trifolium (Dinamarca) y Delta & Pine Land (Estados Unidos).


En área cultivada a nivel global, las semillas transgénicas de Monsanto cubrieron 91 por ciento de la soya, 97 por ciento del maíz, 63.5 por ciento de algodón y 59 por ciento de canola. A nivel global (sumando cultivos convencionales y transgénicos), Monsanto domina 41 por ciento del maíz y 25 por ciento de la soya.


La compra de Seminis le significó acceder al suministro de 3 mil 500 variedades de semillas a productores de frutas y hortalizas en 150 países. En rubros donde Monsanto era invisible, ahora controla 34 por ciento de los chiles, 31 por ciento de los frijoles, 38 por ciento de los pepinos, 29 por ciento de los pimientos, 23 por ciento de los jitomates y 25 por ciento de las cebollas, además de otras hortalizas.


Es conocida la «influencia» que Monsanto ha ejercido para lograr leyes en muchos países, que le permitan introducir transgénicos contra la voluntad de la gran mayoría de la población. Tan es así que se ha generalizado el término «leyes Monsanto» para denominar a las leyes de bioseguridad. Más preocupante es entonces su dominación en el mercado general de semillas, ya no sólo transgénicas.


Monsanto no es la única empresa que cabildea en este sentido, y las demás no son precisamente angelicales.


Causa vértigo constatar no sólo la dominación de mercado de un puñado de empresas en un aspecto tan vital, sino además cómo se han ido modificando las leyes de semillas en muchos países del mundo para garantizar las ganancias, ventajas e impunidad de estos oligopolios crecientes. Con pequeñas diferencias nacionales, en la última década hemos presenciado la legalización de las patentes u otras formas restrictivas de privatización de las semillas, el desmantelamiento de la investigación pública y de la producción y distribución pública de variedades, y concomitantemente la privatización de la «certificación», es decir quién define qué semillas estarán en el mercado. Esto enajenando directamente la función que hasta hace una década era del ámbito público, permitiendo que la certificación sea entregada a terceros, que incluso podrían ser las propias empresas que las producen o firmas creadas por ellas. La organización Grain, produjo recientemente el informe América Latina: la sagrada privatización, donde analizan las leyes de semillas de varios países del continente. En la perspectiva continental, queda aún más claro que ha habido un traslado sucesivo de conceptos: comenzaron regulando las semillas híbridas y comerciales como «una opción» de los agricultores y ahora van hacia la ilegalización del uso de cualquier semilla que no sea «certificada» y por ende, finalmente de empresas. Aunque esto aún no se plasma en la leyes de las mayoría de los países, está claro que éste es el objetivo.


La dominación corporativa a través del mercado y las leyes, se complementa con la contaminación transgénica de variedades tradicionales o convencionales, que además de los potenciales efectos dañinos sobre las semillas, implica el riesgo de que las víctimas sean llevadas a juicio por «uso indebido de patente». Y como arma final para la bioesclavitud, las empresas presionan ahora para legalizar el uso de semillas homicidas Terminator.


Lejos de ser un problema solamente campesino, lo que está en juego es quién definirá lo que comemos todos.


                                                        Silvia Ribeiro, es investigadora del Grupo ETC