El 29 de octubre de 1996 un contingente militar ruandés invadía la ciudad congoleña de Bukavu. Aquel día, algunos soldados del ejército invasor se dirigieron al edifico del Episcopado cumpliendo ordenes estrictas de sus superiores. Apresaron al Obispo y lo asesinaron de un tiro en la nuca. Así moría Monseñor Christophe Munzihirwa, así se acababa con la vida de un hombre cuyo único delito había sido defender la verdad y los derechos de los perseguidos y los pobres.Cuatro años después, quienes le conocieron recuerdan la pobreza, la coherencia y el culto a la verdad de Munzihirwa. Recuerdan que tenía tan sólo dos camisas iguales y un par de pantalones, que cada día lavaba y tendía para que se secaran, símbolo de una pobreza que se conjugaba bien con la libertad de espíritu de la que gozaba.
Recuerdan que nada buscaba para sí, que siempre estuvo en su sitio, que perdió la vida por mantenerse fiel a sus principios y no vacilar a la hora de denunciar lo que consideraba inaceptable.
Recuerdan que siempre luchó contra la hipocresía, que no dudó en decir lo que pensaba y veía, que no cedió un ápice en su lucha por la verdad y la justicia.
Fue por eso por lo que le mataron. Por poner el dedo en la llaga y desenmascarar ante el mundo a aquellos que querían y siguen queriendo actuar en la impunidad.
Tras el genocidio de 1994 en Ruanda, en el que más de 800.000 personas fueron asesinadas a manos de los extremistas hutu, y tras la llegada al poder en este país del Frente Patriótico Rwandés (tutsi), cientos de miles de ruandeses huyeron hacia la República Democrática del Congo por miedo a las represalias, surgiendo numerosos campos de refugiados.
Desde el mismo momento en el que la gente comenzó a llegar a su diócesis de Bukavu Monseñor Munzihirwa se sintió pastor de todos y hermano de todos. Se identificó con su sufrimiento, con su dolor, y desde ese instante comenzó su lucha por devolverles la dignidad y porque se conocieran los fines e intereses que se escondían en el conflicto.
Por un lado, denunció los abusos que, en contra de los refugiados, cometían los militares y administradores del ex-Zaire, afirmando que «la conciencia cristiana se rebela y condena a los que buscan un beneficio material en la miseria y desgracia ajena».
Por otro, criticó con dureza el comportamiento
de los organismos internacionales, empeñados en que los refugiados volvieran a Ruanda cuando no se daban las mínimas condiciones en el país para garantizar su seguridad y supervivencia.
No obstante, estas no fueron las denuncias más graves porque lo peor estaba aún por llegar. Así, poco a poco comenzaron las incursiones de las tropas ruandesas en los campos de refugiados y las ejecuciones clandestinas y sumarias. Munzihirwa no calló. «Los refugiados quieren volver, pero tienen miedo a la fuerza militar, Y es que los militares están tomando la libertad de matar y, efectivamente, están matando», afirmó.
Además, el Obispo no se limitó a denunciar únicamente lo que ocurría en territorio congoleño, sino también lo que ocurría en Ruanda.»Todos los refugiados quieren volver a sus casas, pero no se atreven. Las matanzas continúan y aumentan en Ruanda. Cada mes son asesinadas entre cinco y diez mil personas», denunció.
En este sentido, el 15 de mayo de 1995 los soldados del Frente Patriótico Ruandés, en el poder en Ruanda, atacaban el campo de refugiados de Kibeho y perpetraban una horrible matanza.
En una carta al secretario general de la ONU, Munzihirwa fue más explícito que nunca: «Se está produciendo un nuevo genocidio en Ruanda a manos del gobierno, tal y como lo corrobora la matanza de Kibeho, que muestra la verdadera cara del poder instalado en Kigali. Con todo, hay que temer aún cosas peores por parte de los extremistas, entre ellas la voluntad de eliminar a la población hutu».
A partir de aquí, Christophe Munzihirwa comenzó a estar en el punto de mira del poder tutsi. A pesar de ello, él no calló, intensificó su denuncia, sobre todo para criticar la pasividad internacional, la manipulación de la prensa y los planes del genocidio en curso.
Con respecto a la hipocresía de la comunidad internacional, Munzihirwa se mostró muy duro con la actitud de la ONU y de Estados Unidos: «Naciones Unidas obra de manera absurda cuando permite al Frente Patriótico Ruandés tomar las armas, ocupar Ruanda y, una vez en el poder, someter a la población nacional, creando un reino de arbitrariedad y terror. Antes nos dejó sin aliento el genocidio contra los tutsi y ahora parece que todos quieren callar el genocidio que se esta realizando contra los hutu. No se puede aceptar que los países occidentales ayuden sin condiciones al régimen tutsi. No se puede aceptar la ayuda económica y militar de Estados Unidos al régimen de Kigali. ¿Cómo justificar esta ayuda a un régimen que practica una gestión totalitaria, que viola los acuerdos de paz, impone el terror y organiza matanzas?».
Los últimos días de la vida de Christophe Munzihirwa estuvieron presididos por la gestación de lo que iba a ser la desestabilización definitiva del ex Zaire y la invasión del país por parte de las tropas de Uganda, Ruanda, y Burundi.
Aquella ocupación perseguía controlar al gigante africano con todas sus riquezas, al tiempo que limpiar de refugiados hutu la frontera entre estos países.
Munzihirwa se percató desde el primer momento de todo lo que se estaba organizando y, una vez más, alzó la voz: «¿Acaso los dirigentes de Kigali no tienen objetivos de expansión? ¿Y no son apoyados en esto por Uganda, Burundi y por potencias occidentales? Estas potencias buscan aprovecharse de la situación geográfica de Ruanda y de la minoría que gobierna este país para asegurarse el control político, económico y estratégico del Zaire. Nos encontramos amenazados por una guerra que nos viene impuesta por extranjeros que ha armado a unos mercenarios para dominar nuestra región».
El 28 de octubre de 1996, Christophe Munzihirwa dirigió a su gente el último mensaje: «Permanezcamos firmes en nuestra fe, No sé de donde, pero un día aparecerán unas luces de esperanza. Dios no nos abandonará si nos comprometemos a respetar la vida de nuestros vecinos, sean de la etnia que sean».
Al día siguiente era asesinado.
Hoy, cuatro años después de aquella ejecución, los Grandes Lagos siguen siendo un panal de rica miel donde las potencias regionales e internacionales luchan por controlar los recursos económicos, al tiempo que la población civil ve pisoteados todos sus derechos y, sobre todo, el que hace referencia a la vida. Así, desde el inicio de esta guerra, más de dos millones de personas han sido asesinadas en el Congo.
Es por eso que el mensaje que nos dejó Monseñor Munzihirwa, su denuncia permanente de las matanzas y los oscuros intereses económicos, sigue hoy vigente.
Pero sobre todo sigue vivo el ejemplo de un hombre que, más allá de las ideologías y los proyectos políticos, luchó por el bien de sus hermanos guiado por su fidelidad a Dios y por la necesidad de testimoniar su Palabra para mantener viva en el pueblo la llama de la esperanza.
NO SE DEBE OLVIDAR
La persecución contra los obispos católicos en la región de los Grandes Lagos no se limita al asesinato de Monseñor Munzihirwa. También otros fueron asesinados por ser testigos incómodos.
Ahí están los casos de los ruandeses Monseñor Vincent Nsengiyumba, arzobispo de Kigali; Monseñor Thaddée Nsengiyumba, obispo de Kagbayi; y Monseñor Joseph Ruzindana, obispo de Byumba, asesinados durante el genocidio de 1994.
Ahí esta el asesinato de Monseñor Joachim Ruhuna, arzobispo burundés de la diócesis de Gitega, al que no le salvó su condición de tutsi. Tras una matanza contra un poblado de esta etnia, Ruhuna no dudó en levantar el dedo acusador y señalar a todos los que sembraban la violencia, es decir, tanto hutus como tutsis. No le perdonaron su ecuanimidad y su defensa de la verdad.
Pero no todo es pasado. El arzobispo ruandés de Gigonkoro, Monseñor Misago, ha permanecido más de un año encarcelado bajo la acusación de participar en el genocidio de 1994. El pasado mes de junio fue absuelto después de demostrase su inocencia. Con todo, su puesta en libertad no ha evitado el verdadero objetivo que el poder tutsi ha perseguido con este juicio: sembrar la duda e intoxicar acerca de la colaboración de la
Iglesia Católica en el genocidio.
Por otra parte, el sucesor de Munzihirwa, monseñor, Kataliko , continúa recluido en la ciudad congoleña de Butembo, ya que el ejército tutsi impide su regreso a Bukavu.
Kataliko ha recogido el testigo de Munzihirwa y ha denunciado con firmeza la situación de los oprimidos en el Congo y los intereses económicos que esconde el conflicto. De momento está pagando con la reclusión su valentía. La misma que ha llevado a la muerte a numerosos sacerdotes, religiosas, misioneros y misioneras (el último de ellos el guipuzcoano P.Isidro Uzkudun ) cuyos testimonios ni se pueden ni se deben olvidar.