Negociando con la vida

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Mientras Europa va adoptando poco a poco medidas de protección hacia los niños in vitro, tales como el derecho a conocer a los donantes de los gametos en Suecia, o el deber de informar a los niños que fueron concebidos in vitro en el Reino Unido, nuestro Gobierno no quiere oír hablar de respetos y compasiones hacia embriones y fetos…

Isabel Viladomiu.
Psicóloga.
Master Bioética y Derecho.
Asociación Catalana Estudios Bioéticos

Preocupantes son los despropósitos que, uno a uno, se van sumando en el historial legislativo del Partido actual en el Gobierno. Una novedad esperada era la nueva Ley de Reproducción Asistida que se declara populista por compasión con las parejas infértiles, pero que en realidad esconde aberraciones nunca antes permitidas en embriones humanos. Mientras Europa va adoptando poco a poco medidas de protección hacia los niños in vitro, tales como el derecho a conocer a los donantes de los gametos en Suecia, o el deber de informar a los niños que fueron concebidos in vitro en el Reino Unido, nuestro Gobierno no quiere oír hablar de respetos y compasiones hacia embriones y fetos. Corren tiempos en que siempre gana el que más chilla o exige, como el movimiento gay o las grandes multinacionales de la vida a las que esta ley les va como anillo al dedo. Expertos, inversores y políticos han generado un flanco de legalidad donde todo, o casi todo, está ya permitido. Las clínicas de reproducción asistida se han convertido en multinacionales productoras de vidas humanas, que atraen en estos momentos a gente de todo el mundo a nuestro territorio por la permisividad y falta de control en producir los preciados y carísimos hijos. El negocio deja pingües beneficios y la nueva ley pone bajo la legalidad acciones éticamente ilícitas porque lo que está en juego son vidas humanas con carácter innegociable, gobierne quien gobierne.

Las cuatro grandes cuestiones que esta ley introduce son la eliminación de las restricciones a la fecundación de tres óvulos que legisló el anterior Gobierno para subsanar la acumulación de embriones; permite el diagnóstico preimplantacional para la prevención de enfermedades y con fines terapéuticos para terceros, esto es, el llamado embrión medicamento; permite la investigación en embriones sobrantes y por último, abre al puerta a la clonación con fines terapéuticos. Enormes despropósitos todos ellos. La primera medida producirá de nuevo embriones sobrantes que si no se gestan pasarán a la destrucción en el laboratorio. La segunda es una medida eugenésica, de selección de los sanos versus a los enfermos que acabarán en la basura. La tercera despoja de cualquier valor y dignidad al embrión permitiendo que sea destruído para la investigación biomédica. Y por último, en la clonación el hombre se atribuye el papel de Dios y creará hombres a su antojo. De momento solamente los creará, dice la ley, para investigar, luego ya podemos esperar cualquier cosa.

La nueva ley como las anteriores parte del equivocado concepto de preembrión para negarle su condición humana y sus derechos en los primeros 14 días de vida. Si el embrión es solamente un amasijo de células, como se nos repite machaconamente, todo está permitido. De esta manera todo es lícito porque si el embrión no es nada todo se puede hacer sin problemas éticos que nos interpelen. Sabemos y saben que desde la concepción somos genéticamente los mismos y que cada embrión posee un patrimonio genético único y diferente a cualquier otro existente. El diagnóstico preimplantatorio se realiza cuando el embrión es una mórula, llamada así por su parecido a una mora, entonces se le extrae una célula para analizarla sin dañarlo. Por este análisis sabremos si es niño o niña, si es portador del gen que le puede predisponer a padecer una determinada enfermedad o si es compatible con su hermano para ser donante, entre otras cosas. ¡Hasta este punto llega nuestra incongruencia! Sabemos cómo es pero no queremos reconocer quién es. Las pruebas son sólo pruebas diagnósticas cuya finalidad es conocer para seleccionar sin poder hacer nada para curar pues hoy no sabemos todavía como hacerlo. Son pruebas intencionalmente selectivas de jovencísimas vidas, de niños para que tengan la buena calidad, esto es niños sanos y sin defectos. Esta es la única justificación del diagnóstico prenatal y preimplantatorio.

Las ideas eugenésicas, la selección de los sanos o buenos, tan en boga antes y durante la segunda guerra mundial tienen el mismo origen que las normas propuestas por la nueva ley para justificar lo injustificable con vidas humanas. Hace ahora 60 años el ataque fue contra una raza a la que se le negó democráticamente sus derechos, ahora se niega la dignidad y los derechos a los embriones, especialmente a aquellos que pueden ser portadores de algún defecto genético. El grave problema de nuestros días surge de la idea sagazmente introducida en nombre del bienestar y para la eliminación del sufrimiento que la selección de los sanos justifica la manipulación de la vida humana en el laboratorio extendiéndose el dominio en los no nacidos con el beneplácito de las leyes. ¿Cómo nos juzgará la historia ante esta nueva masacre? ¿Cuánto tiempo tardaremos en reconocer los abusos cometidos?

La intervención biotecnológica ha cambiado la cultura en el nacer y la cambiará en el morir si despenalizan la eutanasia. Solamente desde la contemplación del misterio sobre uno mismo podemos entrar en el misterio del otro para reconocer en él un semejante, sujeto de derechos como todo hombre. La claudicación ante una idea de progreso que legitima abusos en los más débiles de la familia humana nos interpela a no callar y explicar que todo niño debe ser engendrado por amor, que el laboratorio no es el lugar pensado para el niño y que nadie por muy buenas que sean sus intenciones, ya sean padres o técnicos, pueden decidir sobre sus vidas.