«Me insultaban, no podía parar de trabajar y no me dejaban salir de casa», reconoce Nora, una niña criada, al periódico EL MUNDO. Tiene 13 años y de mayor quiere ser profesora. Sin embargo, no sabe hablar francés como el resto de las niñas de su edad.
Mientras las demás jugaban al ‘pilla pilla’, charlaban con sus amigas en el recreo, y hacían los deberes ; ella, con 8, ya lavaba la ropa de sus patrones, criaba a sus hijos, les hacía la comida y limpiaba hasta el último rincón de la casa de la familia que le explotaba.
Todos los días de la semana, sin descanso, 17 horas sin parar, desde las 7 de la mañana hasta las 12 de la noche, la hora en la que dormía al último de los pequeños. De eso hace cinco años.
En Marruecos hay 80.000 niñas, de 6 a 16 años, que no van al ‘cole’ ni juegan con muñecas. Son las ‘petite bonne’, vendidas por sus familias a otras que las obligan a trabajar de sol a sol en las labores del hogar a cambio de 30 euros al mes.
La asociación marroquí Insaf, en constante batalla por erradicar esta práctica, suministra 250 dirhams, alrededor de 25 euros, a las familias como la de Nora, con bajos recursos, para las que la educación no es importante y viven en un entorno rural en el que acceder a la escuela es una tarea difícil. Así impiden que algunas madres, como Khoda, envíen a sus hijas a trabajar por 300 dirhams mensuales, 30 euros, una cifra muy por debajo del salario mínimo establecido en Marruecos de 2.333 dirhams al mes (alrededor de 209 euros).
En los últimos años, se han registrado cinco casos de muertes de estas niñas que crecen entre fregonas y fogones. Según detalla Insaf a este periódico, Fátima murió con 14 años, en marzo de 2013, en el Hospital Hassan II de Agadir. Tenía quemaduras de tercer grado y hematomas por todo el cuerpo, fruto de los golpes que le proporcionaba su amo, que fue condenado a 10 años de prisión.