Los niños en las guerras africanas. Mali, no es una excepción.
A medida que las fuerzas francomalienses avanzan las detenciones de yihadistas y sospechosos de colaborar con ellos se multiplican en una ola de represalias que salpica a la población civil. Ya han aparecido las primeras pruebas de que algunos de estos sospechosos han sido ejecutados de manera sumaria y luego enterrados de cualquier manera o arrojados a pozos.
El joven Adama Drabo parece asustado. Sentado en el suelo de una oscura habitación de la Gendarmería de Sevaré (centro de Malí), habla en voz muy baja. Fue detenido en Douentza acusado de ser miembro del grupo terrorista Muyao. Sin embargo, solo tiene 16 años y asegura que nunca ha cogido un arma. De origen muy humilde, llegó hasta esta ciudad en busca de trabajo y acabó como cocinero de los yihadistas. Nunca le pagaron y ahora maldice su suerte. “Solo quiero volver a casa” insiste.
Los gendarmes lo observan con cierto desdén. No está esposado. Aseguran que es un niño soldado reclutado para luchar junto a los yihadistas, pero Drabo dice que él solo se dedicaba a preparar espaguetis con tomate concentrado, sal y cebolla. No lleva carné de identidad. Solo habla bambara y procede de un pueblo llamado N’Denbougou. “Desde allí cogimos un autobús hasta Sevaré. Queríamos trabajar y ganar algo de dinero”, asegura. En Malí, muchos jóvenes, terminada la temporada agrícola, viajan a las ciudades para buscarse la vida haciendo pequeños trabajos. Pero él y su amigo llegaron, en cambio, hasta Douentza, entrando en la zona controlada por los yihadistas. La guerra ha obligado a unas 400.000 personas a dejar su casa.
“Cuando bajamos del autobús se nos acercaron unas personas que nos dijeron que tenían trabajo para nosotros. Nos fuimos con ellos. Nos iban a pagar mucho dinero por trabajar de cocineros”, explica. Así fue como entró en contacto con Muyao, uno de los grupos terroristas que controla el norte de Malí. “No comprendía bien su lengua, no estábamos al corriente de lo que estaba pasando. Solo había una persona que hablaba bambara con quien podíamos entendernos”. Drabo sostiene que no había oído hablar de Muyao en su vida.
Sin embargo, un día los jefes desaparecieron. “Decidimos irnos de allí. Entonces nos fuimos caminando hasta un pueblo cercano. Como no teníamos dinero nos acercamos a un viejo a pedirle agua y él nos acusó de ser rebeldes. ‘No soy rebelde, solo tengo sed’, le respondí. Pero un motorista nos señaló diciendo que sí, que llevábamos ropa de yihadistas. Mi amigo logró escapar, pero a mí me agarraron y me llevaron a la comisaría”, relata.
Drabo fue sometido a un intenso interrogatorio. “Me amenazaron con matarme si no les decía la verdad. Les he contado todo, solo quiero volver a casa”. Pero no lo tiene tan fácil. Pascal Diawara, sargento de la Gendarmería que lo custodia, dice: “No es el primer caso. Los radicales reclutan niños soldados, les ofrecen mucho dinero, hasta 300.000 francos CFA al mes [500 euros] y les lavan el cerebro para que combatan junto a ellos”. Él, mientras, se va sintiendo algo mejor. “Ya me dicen que no me van a matar”.