Un día me llegó una María sin San José, madre soltera, o madre violada porque nunca se supo qué pasó, con su niño Jesús en los brazos. Navidad en el mes de Agosto! Lo cubría un paño africano de colores chillones, olor de orines, mirada perdida y hambre en el estómago.
Ella se llamaba Felicidad aunque su rostro contradecía terriblemente su nombre. Su niño Jesús se agarraba a su pecho como un naufrago se agarra de la balsa que impide que lo engulla el mar. Feli no tenía las ideas muy claras, estaba como desorientada, luego supe que era retrasada mental.
Llegó a la puerta de mi casa episcopal de Bangassou a la hora de comer, me miró de frente y esperó mi respuesta a sus preguntas. Le di agua templadita y jabón para que lavara al niño mientras yo fui a hacer preguntas por el barrio para conocer su historia y hacerla mía. Me dijeron que esa madre no podía cuidar a su hijo, pero que habría un sitio para él en el orfanato mientras ella se quedaría en una familia vecina para darle el pecho a sus horas. Ese niño era casi un recién nacido pero ya estaba crucificado. Un niño frágil como el cristal, al que rondaba la muerte apenas recién llegado a la vida.
Esto pasó en Centroáfrica en el mes de Agosto del año pasado y aquel niño fue recibido con amor en «Mama Tongolo», que así se llama el orfanato de Bangassou. Fue una Navidad anticipada, pues cada niño que nos llega es repetición de la noche de Belén. Llega privado de comida y de futuro, pero su Navidad empieza en el orfanato y de una noche hambrienta de horror suelen pasar a una dulce noche de paz, de sábanas blancas y calor de hogar. Si miramos el pesebre, vemos que el equipo de Mama Tongolo tiene la vocación de pastor, el del «camino que lleva Belén», o de rey Mago que ofrece regalos de amor, o la de ángel que anuncia buenas nuevas para una madre infeliz, eco divino de la vocación amorosa del Dios del cielo. Vocación de aspirina, en definitiva, capaz de quitar los muchos dolores de cabeza de madres solteras como Feli.
Ese niño de cristal, chapoteando de gozo en el agua tibia del barreño del orfanato, es símbolo de la familia de Nazaret. San José y María su esposa tuvieron que desplazarse a 500 km de su pueblo, hasta llegar a Belén, la tierra de sus antepasados, por motivos políticos como puede ser un censo de población. Allí se encontraban en unas circunstancias de extrema indigencia, como Feli y su hijo, sin agua y sin luz, en el frío de la noche, acabando de dar a luz, los restos del trance aún por allí, en la estrechez de un establo y con la carestía de quien acaba de ser rechazado de la posada del pueblo.
Sin ir más lejos, otro niño de cristal puede ser el de aquella madre de Mauritania que llega a la Europa soñada en una patera, Belén de húmeda arena, con un niño en los brazos. Visita no deseada en la playa de Lanzarote, madre que se siente inoportuna nada más llegar a tierra y descubre a la Guardia Civil esperándola. Madre de Nazaret, o de Nuakchot, con hambre y frío después de tantos días de penoso viaje, su marido desesperado por las noches de zozobra en el mar, el crío, semidesnudo, chupando del pecho y llorando de desconsuelo… Creo que esta escena real en Lanzarote, reality show, como les gusta a los programas de televisión, se acerca más a lo que se vive hoy, que nuestros pesebres de verde tomillo y regalos empapelados. Nuestros pesebres deberían también dar un sitio a niños de cristal crucificados, manos regordetas de niños tiernos, pero clavadas por los clavos del hambre y la inseguridad. Porque si miramos el niño del pesebre, no es otro, símbolo de la misericordia de Dios, que la imagen, en la otra cara del espejo, de los millones de niños del mundo: niños no nacidos, niños con sida, niños sin papeles, niños «seres vivos», niños de la calle, niñas de alquiler, niños para trasplantes de órganos, niños troceados, niños macerados, niños de cristal que se quiebran al tocarlos. Niños seres humanos, con derecho a la dignidad o niños de Belén entre sucias pajas y jergones rancios, con un agujero negro por futuro.
Cuando pongáis vuestros belenes este año, amigos y amigas de la Fundación Bangassou, ponedles un detalle simbólico que rompa la costumbre, simplemente para hacer nacer la solidaridad con los niños de cristal del mundo. Bastaría con poner un pastor con cataratas o con las ropas de un niño en el horror de Bagdad, o sorteando minas antipersonales en Angola. O poner un rey mago filipino que ofrece al Niño sus manos vacías porque todo lo perdió en las últimas inundaciones. O poner una estrella apagada por las bombas que llueven sobre Bukavu, en el Congo, o un burro y una vaca, junto al pesebre, famélicos por el hambre de una Somalia en guerra civil desde hace 10 años. O tal vez no poner regalos este año para vivir una Navidad solidaria y compartir con los parados con el agua al cuello de Córdoba, lo que no hemos utilizado. Feliz Navidad, una navidad diferente, menos mercantil, y llena de oraciones por todos los niños de cristal del universo.