Jean Ziegler, que fuera relator de la ONU para el derecho a la alimentación cuenta en su último libro, Destrucción masiva, la historia de niños de países empobrecidos que reciben la comida en sus escuelas a través del Programa Mundial de Alimentos.
En muchos de esos casos, la comida se entrega sólo a los niños sin que haya nada para sus familias. Ziegler nos cuenta la reacción de estos niños: «En Sidamo, en el Sur de Etiopía, por ejemplo, el maestro o la maestra cierra la cantina con llave una vez servida la comida para forzar a los alumnos a comer dentro.
Cuando los niños salen de la cantina y se dirigen a los grifos de agua alineados en el patio para limpiarse los dientes y lavarse las manos, el maestro entra para verificar que se han comido todas las comidas y que no quedan, ocultos bajo los pupitres, platos llenos o a medio comer… El amor familiar late en estos pequeños.
Comer, mientras los suyos, en casa, pasan hambre, les provoca un conflicto de lealtad y solidaridad. Entonces, algunos prefieren ayunar, carcomidos por el hambre, antes que comer, carcomidos por el remordimiento«.