LA VICTIMA, su madre. El año pasado hubo 5.100 denuncias de padres agredidos por sus hijos. Es el efecto, dicen los expertos, de una educación permisiva. La solución: las tres «C»
LA VICTIMA, su madre. El año pasado hubo 5.100 denuncias de padres agredidos por sus hijos. Es el efecto, dicen los expertos, de una educación permisiva. La solución: las tres «C»
Por ANA MARIA ORTIZ
La abuela, que vive en Granada, no quiere contar personalmente la historia porque le da vergüenza que se sepa que su familia vive atemorizada por un niño de siete años: su nieto. Durante meses, refugiada en el anonimato que da el teléfono, ha estado desahogándose con el presidente de Prodeni, la Asociación de Defensa de los Derechos del Niño. A José Luis Calvo le ha contado cómo la pesadilla comenzó cuando el nieto tenía sólo tres años. Los insultos, las amenazas y los manotazos que ya propinaba entonces a su madre fueron interpretados como la reacción comprensible de un bebé inmerso en la traumática separación de sus padres. Pero con el tiempo, lejos de apaciguarse, su instinto de destrucción ha derivado en una violencia insólita, totalmente impropia en un niño de tan corta edad. No se cansa, por ejemplo, de decirle a su madre que quiere que se muera, que la va a matar incluso y, buena muestra de sus intenciones, es que haya llegado a darle un manotazo mientras conducía para provocar un accidente.
Evidentemente se trata de un caso extremo, pero forma parte de un fenómeno real que comienza ahora a dejarse ver después de años silenciado tras los muros del hogar. Hay padres, muchos, que están viviendo un infierno en casa, maltratados por sus hijos adolescentes e incluso niños. El año pasado (datos del Ministerio de Asuntos Sociales hasta septiembre de 2004), se presentaron 5.713 denuncias a progenitores que golpeaban a sus hijos. En el sentido inverso, las denuncias con los hijos como agresores y los padres como víctimas alcanzaron las 5.100. Y según la Fiscalía General del Estado, entre 2002 y 2003 el número de hijos maltratadores creció un 28%.
Ninguna de estas estadísticas discrimina cuántos de esos hijos que descargan su ira sobre los padres son menores de edad. Para hacerse una idea de la envergadura del problema entre los que no han cumplido 18 hay que recurrir a las cifras que manejan algunas fiscalías de menores. La de Alicante, por ejemplo, en 2002 registró 32 casos de menores que habían agredido a sus padres. Dos años después, la cifra se multiplicó por cinco. Entre los denunciados en 2004, un niño de 12 años que echó mano de un cuchillo para acorralar a su madre porque no le dejaba salir el viernes por la noche.
Cualquier estadística, a decir de Javier Urra, psicólogo de la Fiscalía de menores de Madrid y asesor de Unicef, es sólo un reflejo minúsculo de la verdadera realidad. «Madres que denuncien hay poquísimas», explica, «sólo lo hacen si la situación se ha descontrolado mucho o es el médico quien presenta la denuncia por ellas». Más evidencias de la dimensión del fenómeno: en una macroencuesta del Instituto de la Mujer (1999), 80.000 españolas reconocían ser maltratadas por sus hijos. Mayoritariamente atribuyeron la conducta agresora de sus vástagos a la educación permisiva, la crisis de valores y la pérdida de autoridad en la familia.
Los expertos consultados coinciden con ellas a la hora de ubicar las raíces del problema. Se trata, fundamentalmente, de niños malcriados en la primera infancia, a los que los padres no han puesto límites. «En los últimos tiempos se le ha dado al niño un poder inaudito, es el dueño del hogar, el que decide desde que llega del colegio qué se ve en la tele, si los padres salen de casa o no… La sociedad está entronizando a los niños». (Nora Rodríguez, pedagoga, autora de ¡Quién manda aquí!). «La carencia de límites está dando lugar a un niño insatisfecho, rebelde, plenamente autónomo, que con siete años quiere imponer sus criterios, que insulta, incluso agrede, que se cree el dueño absoluto del terreno que pisa. Ante esta situación, los padres, incapacitados para responder, ceden, y no hacen así sino acrecentar el poder de ese niño o niña». (José Luis Calvo, presidente de Prodeni).
El mismo día en que José Luis Calvo relataba el caso del niño de siete años, el teléfono de Prodeni recibía una llamada de Rentería (Guipúzcoa). Otra madre impotente. Acaba de denunciar por segunda vez a su hijo de 16 años, su verdugo desde que cumplió los 12. En su última salida de tono ha destrozado todos los muebles de la casa. La desesperación de la madre es tal que está dispuesta a dejar su trabajo y trasladarse allí donde le ofrezcan alguna cura para el vástago.
Paradójicamente, las víctimas (los padres) son, según los especialistas, los involuntarios causantes de la agresividad que exhiben sus hijos. Hace tiempo que soltaron las riendas de su educación y dejaron ésta en manos de un entorno totalmente dominado por el consumo y el ocio, donde los progenitores pueden resultar hasta un estorbo. «Los padres son vistos como parásitos, elementos molestos que limitan la vida de máxima libertad que los chicos quieren. Son enemigos a los que muchas veces hasta se quiere destruir».
Este retrato que dibuja José Luis Calvo de un niño frustrado cuando no se le da lo que quiere coincide con el perfil que esbozan las encuestas. Una realizada por la ONG Save The Children y la Universidad Autónoma de Madrid arroja los siguientes datos sobre la infancia española: el 56% cree que le imponen limitaciones a la hora de disfrutar del ocio, el 32% siente un trato irrespetuoso por parte de los adultos, el 25% no se siente libre… En Argentina la Fundación del Mañana hizo esta pregunta a los adolescentes: «¿Cuándo ves un producto en televisión y quieres comprarlo y tus padres te dicen que no, qué sientes?». Algunas de las respuestas fueron del siguiente corte: «Me dan ganas de matar a mis padres» (chico de 13 años), «los odio» (chico, 16), «ganas de romper la TV» (chico, 13), «bronca» (chica, 15), «que no me quieren» (chica, 14).
No hay un modelo único de niño maltratador. Según los expertos, puede crecer en cualquier nivel social o cultural. Sí se sabe que es más común en hogares fragmentados y que las principales víctimas son madres separadas que han malinterpretado eso de que hay que educar sin recurrir a las bofetadas. «Nada tiene que ver pegar con sancionar», dice Javier Urra, «desde muy corta edad hay que decirle al niño: «Hasta aquí hemos llegado»».
A la hora de buscar soluciones, José Luis Pedreira Massa, presidente de la Sociedad española de Psiquiatría infantil, quien lleva estudiando el fenómeno desde 1998, aconseja una educación pilotada en torno a lo que él llama las tres C. A saber: La primera C es coherencia, que se podría traducir como no llevarnos la contraria a nosotros mismos, tener siempre el mismo criterio. La segunda C es consistencia: el sí es sí, y el no es no. No vale decir «no» ahora y dentro de cinco minutos «sí». Y la tercera es la continuidad, que significa ser coherente y consistente de forma permanente.
OJO SI SU HIJO…
A menudo se encoleriza e incurre en pataletas – Discute con adultos – Desafía activamente a los adultos o rehusa cumplir sus obligaciones – Molesta deliberadamente a otras personas – Acusa a otros de sus errores o mal comportamiento – Es susceptible o fácilmente molestado por otros – Es negativo y obstinado – Es rencoroso o vengativo