En los últimos meses una violencia inusual nos ha sorprendido en el corazón de países que históricamente han sido considerados referencia (baluarte?) de la libertad, la tolerancia y la cultura
Nos ha sobrecogido el estado de excepción decretado en Francia, la suspensión de eventos deportivos en Alemania o el cierre generalizado en Bruselas. Por unos días hemos despertado de la habitual indiferencia en que estamos instalados.
A diario se producen bombardeos o ataques con un alto número de víctimas, en los más de 70 conflictos armados que sufren habitantes de otros países, pero que son generados por los intereses estratégicos de los países enriquecidos que anteriormente mencionamos, y sostenidos y alimentados por el mafioso comercio armamentístico, uno de los más lucrativos de esta economía que mata.
A diario, en algún rincón de los medios de comunicación porque ya no es noticia, por demasiado cotidiano, encontramos el número de emigrantes ahogados, ya que los muertos en la travesía por tierra no se conocen. Huyen del hambre producido por la devastación que grandes multinacionales hacen de su tierra. Sus recursos naturales, sus economías locales han sido devorados por intereses muy ajenos a los pueblos que la habitan. Sus habitantes, sobre-explotados en el subempleo, o descartados en el desempleo. Esta es la guerra más devastadora de una economía que mata.
Sabemos que a diario, aunque muy excepcionalmente es noticia, millones de niños son reducidos a la esclavitud, tejiendo nuestras alfombras, recogiendo jazmines para nuestros perfumes, en las minas, en las guerras como soldados, en la prostitución, rebuscando en los basureros, callejeros que nutren el comercio de órganos… De vez en cuando se descubren cementerios clandestinos que es su destino final tras una muerte prematura. Son la mano de obra más barata de una economía que mata.
Sin ser ya noticia, diariamente mueren miles de niños en la más absoluta indefensión. Son las víctimas del aborto que pretende legitimarse como progreso. Es el derecho de la madre a matar a su hijo indefenso. Promovido, cuando no impuesto, a través de los Organismos Internacionales de Naciones Unidas, por los poderosos que ahora diseñan el Nuevo Orden Mundial. Y es que para sustentar este (des)Orden se requiere un control cuantitativo de la población a través de su control cualitativo, desestructurando interiormente al sujeto. Todos cómplices de la violencia.
Esta economía violenta destruye todo lo que toca, no hay más que ver la agresión al planeta en su totalidad, producida en los dos últimos siglos de desarrollo del capitalismo. Y es que hace falta mucha violencia para sostener que un 10% de la población posea el 88% de la riqueza mundial, mientras que el 71% solo disponga del 3% de la riqueza total.
Una economía al servicio exclusivo del lucro es la consecuencia inevitable de una cultura materialista inaugurada por la burguesía que excluyó de su pensamiento positivista una gran parte de lo real. La cascada de consecuencias pueden sintetizarse en haber colocado al Capital sobre el Trabajo, el producto sobre el hombre.
Es por esto por lo que toda lucha parcial sobre las distintas formas de violencia están llamadas al fracaso, porque no afrontan las causas, porque no va a la raíz del problema. Sola una auténtica y urgente REVOLUCIÓN CULTURAL que recupere la realidad completa puede hacer frente a la complejidad del problema que nos destruye. Una cultura de la vida, de la solidaridad como nos enseñaron en el pasado y enseñan hoy los pobres de la Tierra
Editorial de la revista Autogestión