No puedo tener miedo, pues eso significaría dejar de comprometerme

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Yo soy el sucesor de estos tres obispos que sufrieron por defender la verdad y la paz, por querer compartir las penas y las alegrías con los demás. Y quiero seguir su camino. Aunque me haya costado sufrir varios atentados. Entrevista: Arzobispo de Bukavu (R. D. Congo)

El mundo se conmocionó en 1994 por el genocidio que, en Ruanda, ocasionó la aniquilación de 800.000 tutsis a manos de hutus. Sin embargo, el drama no quedó ahí y acabaría extendiéndose después a su país vecino, la República Democrática del Congo (entonces Zaire).

Una vez que los tutsis retomaron el poder en Ruanda, hasta dos millones de hutus abandonaron su país por miedo. Los congoleños, siguiendo las directrices de la comunidad internacional, abrieron sus fronteras para dar acogida a centenares de miles de desplazados. En 1996, Ruanda invadió la frontera. Fue así como la guerra llegó a Congo, hasta entonces un país en paz y con abundancia de materias primas.

PREGUNTA.- La Iglesia en Congo no ha cesado en esa estela de luchar por promover la paz y la reconciliación, tanto en su país como en toda la región de los Grandes Lagos, devastada por los enfrentamientos étnicos. ¿En qué basan su esperanza para que acabe habiendo una paz real?

RESPUESTA.- Creo que todo lo fundado por Dios es amor y que el mal nunca puede ser más fuerte que el bien. Y eso se da en todo el mundo, pues para eso vino Cristo al mundo. A un nivel concreto, nosotros, los cristianos, somos partícipes de esa alegría y trabajamos por transmitirla a la gente, acompañándolos y rezando por todos. Esa es nuestra esperanza.

P.- Usted insiste en que, en estas circunstancias, la Iglesia en Congo busca ser “el apoyo de un pueblo humillado, explotado, dominado y al que se pretende reducir al silencio”. Esa denuncia valiente, en un contexto de violencia, conlleva riesgos. ¿Teme por su vida?

R.– En Congo, la Iglesia es muy visible y nuestra fe es la mayoritaria, pero eso no quiere decir que seamos los únicos que trabajamos por la paz. Los propios dirigentes se esfuerzan mucho por ella y, poco a poco, se consiguen cosas, pero los problemas son muy grandes, fruto de casi dos décadas de guerras sucesivas. Lo que muchos pedimos es la unidad por un Congo pacífico, feliz y comprometido. Con este mensaje, yo no puedo tener miedo, pues eso significaría dejar de comprometerme. Mi misión tiene como modelo a Cristo, tratando de actuar a imagen suya y anunciando la Buena Nueva. Eso es lo que tengo que hacer y así lo acepto, como indica mi lema episcopal: “Hágase en mí según tu palabra”.

P.- Un compromiso que, como sus predecesores, ha llevado hasta sus últimas consecuencias…

R.- Sí, a Munzihirwa lo mataron en 1996 por decir la verdad. Y, por lo mismo, a su sucesor lo enviaron al exilio en el año 2000; meses después, volvió, pero murió al poco por el desgarro causado. En 2001, el que era su sucesor, por la tensión que rodeaba su toma de posesión, sufrió un ictus que le tuvo inhabilitado hasta 2005, cuando murió. Yo soy el sucesor de estos tres obispos que sufrieron por defender la verdad y la paz, por querer compartir las penas y las alegrías con los demás. Y quiero seguir su camino. Aunque me haya costado sufrir varios atentados. En el último, ser pequeño me salvó [cuenta entre risas, haciendo referencia a su baja estatura], pues una bala pasó silbando sobre mi cabeza. Pero no podemos callarnos. Pedimos a nuestro pueblo que cambien las armas por la Cruz de Cristo y que sean felices.

Autor: Miguel Ángel Malavia (* Extracto)