No queremos una paz armada

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Actualmente escuchamos por todos los medios la necesidad de rearmarse, y ello va calando profundamente en la población. La espiral de violencia va creciendo y las empresas armamentísticas se frotan las manos al aumentar sus beneficios. Mientras tanto crece la injusticia y la miseria en la mayoría de la humanidad.

Editorial de la revista solidaria Autogestión

Hasta hemos escuchado que rearmarse y aumentar el gasto en defensa es fundamental para afrontar la crisis climática. Y, al mismo tiempo, todos los medios políticos hablan de paz. Pero… ¿de qué paz se habla?
Se habla de una paz de “alto el fuego” tan solo para algunos conflictos y guerras, callando groseramente la mayoría de los otros 54 conflictos armados cronificados en el mundo, entre los que se encuentran barbaries tan aberrantes como las del Congo o Sudán, de las que casi nadie habla.

Se habla de una paz sin esfuerzo por la justicia. De una paz que no tiene ninguna intención de erradicar ni las abismales desigualdades sociales, ni el hambre ni la esclavitud a la que se somete a los niños. De una paz que piensa seguir dejando morirse de hambre a millones de personas en un mundo que ata a los perros con longanizas en el Norte enriquecido global.

Se habla de una paz que mantiene los mecanismos de deuda ilegítima (pura usura) de decenas de Estados- nación y pueblos. ¿Qué paz es posible en los países de más bajos ingresos con una deuda que representa un tercio de toda la deuda mundial, el doble de lo que representaba hace tan solo quince años?

Se habla de una paz que requiere de un esfuerzo extra de rearme, de una paz armada. Léase lo que se lea sobre el tema, las armas y la violencia son dos de los negocios más lucrativos de nuestra economía (“una economía que mata”, decía el Papa Francisco y repite el actual Papa León XIV)

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Se habla de paz en un mundo político que, de boquilla, denuncia la polarización que enfrenta a todas las sociedades y, en sus discursos, la inflama y la provoca etiquetando y demonizando al “enemigo” político (ayer “la izquierda” y hoy “la ultraderecha”).
Se habla de paz y no para de divulgarse culturalmente el empoderamiento, el éxito, el liderazgo, la autonomía insolente e insolidaria, el corporativismo y toda la pléyade de fórmulas que adopta el egoísmo para hacerse respetar y convertirse en una opción amable.
Se habla de una paz, en suma, nada desarmada. Y de una paz ni mucho menos desarmante.

La Campaña por la Justicia que ha sostenido desde hace más de 35 años esta revista ha decidido una vez más recuperar el lenguaje de la Paz, y ha decidido volver a grabar en la conciencia de todos el “¡No matarás! (Dios)” que tanto bien ha ofrecido a la humanidad tras ser grabado en piedra. Una paz que siempre han deseado y tratado de vivir los pueblos, los excluidos del poder, los sin voz, cuando han adquirido conciencia viva de su dignidad y de su capacidad, y cuando han hecho uso de la fuerza de la solidaridad.

Una paz sostenida sobre cadáveres, sobre personas esclavas que aprecian más la seguridad que la libertad, sobre el control de la conciencia, sobre la lucha por la existencia, sobre la codicia y la corrupción, sobre el miedo y la soledad,… no es una paz real. Ni es verdadera, ni es duradera, ni es paz.

Pero muchos creen que la paz desarmada y desarmante es inviable y nos tenemos que conformar con “altos de fuego” inciertos, con armisticios, con treguas. Y tienen razón. Tienen razón si lo que se espera es una paz hecha por los que tienen el poder económico, o el poder político, o el cultural (¿Alguién piensa que quieren la paz los que siembran la discordia, los que en “a río revuelto…” obtienen sus máximos beneficios?). Tienen razón si lo que queremos es inhibirnos de nuestra responsabilidad y que otros asuman esta tarea por nosotros y que las cosas se hagan de un día para otro.

El trabajo por la paz, insistimos, es un trabajo artesanal, arduo, de largo recorrido, de amplias miras, henchido de confianza y de esperanza en la humanidad, en los pueblos, en los sencillos, en los que no tienen ya nada que perder… en la mayoría de la humanidad, que está llamada, otra vez más en este momento histórico, a recorrer el camino de la promoción cultural, de una cultura de la autogestión y de la solidaridad, y a encarnar pequeñas experiencias profesionales y comunitarias de cooperación y convivencia.

Experiencias pequeñas, en pequeños grupos, personalizadoras, perseverantes, luminosas … necesariamente imperfectas y autocríticas. La paz siempre es el camino de la paz.