El fin de semana pasado terminaba oficialmente el verano, y con él también se van las condiciones propicias para el intento de una travesía fructífera. Pero el mar no sabe de fechas cuando quiere imponer su poderío
Las razones del naufragio quedarán siempre en la duda: quizá la sobrecarga, quizá la inexperiencia en el timón, quizá el choque con algún elemento rocoso no infrecuente en la zona… Quedará también en la duda el número exacto de desaparecidos: veinte, treinta… Podemos contar supervivientes (once) y cadáveres (ocho, un varón y siete mujeres, una de ellas embarazada).
Las razones para emigrar son múltiples, y no se debe soslayar la decisión personal de cada individuo, pero también es obvia la responsabilidad de Europa en el empobrecimiento histórico y actual del continente africano. Europa contribuye a generar emigración y luego se desentiende de los efectos que provoca cerrando a cal y canto sus fronteras.
Para evitar desagradables espectáculos como el de este sábado, el continente europeo libera importantes sumas de dinero a los países ribereños del sur, como Marruecos, para que se encarguen del juego sucio de rechazar a los indeseables. Y Marruecos hace bien su papel. De ello dan fe las durísimas condiciones de vida que padecen los migrantes subsaharianos sobre su territorio: sin derecho a trabajar, ni a coger transportes públicos, ni a alquilar viviendas, siempre expuestos a la detención y expulsión, cuando no a los malos tratos que muchos han vivido en las comisarías y en la frontera. Pero eso a España y a Europa no les importa; con tal que la frontera sur europea esté en el país alauita, que los derechos humanos de los migrantes bloqueados en él estén constantemente pisoteados no requiere la menor consideración.
Pero la fuerza de la vida caracteriza a África y a éstos sus hijos que emprenden «la aventura». Parten con una resolución tomada, y las condiciones vividas en Marruecos no pueden más que empujarles a seguir adelante. En su apuesta por la vida, asumen riesgos impensables para quienes hemos nacido con lo mínimo asegurado.
Como en otras ocasiones, tras una tragedia de este tipo las autoridades marroquíes intentan borrar las huellas rápidamente: el domingo por la noche todos los supervivientes estaban camino a Oujda, tras haber pasado delante de un tribunal (formalidad no siempre ejecutada), a pesar de que dos de las mujeres acababan de salir de la zona de reanimación del hospital Mohamed V, y de que era fiesta grande en el mundo árabe pues coincidía con el fin de Ramadán. Todos los medios fueron puestos a disposición para alejar a los supervivientes, quienes ya han pasado por el calvario de la expulsión en la frontera y se encuentran en las inmediaciones de Oujda. Hay testigos que molestan. Silenciar y ocultar es siempre una tarea del sistema.
Pero la realidad es que no se puede hacer callar ni a los muertos ni a los desaparecidos. Éstos de la isla Perejil no son tan anónimos: las que escriben conocemos a uno de ellos que vivía desde hacia unos meses en Tánger. Iba en esa barca y tras una semana esperándonos lo peor, nos llegó la información de que estaba entre los supervivientes .
Se llama Patrick, nigeriano, de unos 30 años, muy sonriente y hablador. Ya ha estado en España con anterioridad. Vive en un cuchitril compartido en el barrio de Pza. de Toros, al final de muchas cuestas. En julio disfrutamos de una animada e interesante conversación en la que discutimos sobre lo que ofrecía África y lo que él esperaba encontrar en Europa. Él decía que quería venir a España, entre otras cosas, porque aquí todo el mundo vivía como Zapatero. Cuando le aseguramos que eso no era así, él se reafirmaba en que sí, que todos teníamos agua, luz, un lugar donde vivir, con qué comer y tranquilidad, justo igual que el presidente. Luego hablamos de la familia africana, de cómo él echaría eso de menos. Pero que ya lo había abandonado todo, y que ahora lo único que podía era intentar llegar al otro lado. Su dignidad y su amplia sonrisa nos marcaron.
Patrick podía haber pagado un precio muy alto (su vida) por intentar conseguir lo que nosotros damos por supuesto cada día. Finalmente tuvo que hacer frente a un naufragio, a perder a sus compañeros en las aguas del Mediterráneo y a ser capturado y expulsado de nuevo a su prisión actual: Marruecos.
Ponerle cara y conocer la historia de uno de los que emprendieron este viaje nos hace recordar que desconocemos las de las decenas de desaparecidos (que en los últimos años han sido miles) a los que no podemos llamar por su nombre.
Patrick nos confirma que sólo desde quien le toca padecer las injusticias estructurales, se puede ver en la justa medida.
Carta al Director