Oro del Congo por armas de China

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Varias organizaciones de derechos humanos denuncian a los gigantes chinos de la minería por enviar armas y financiar a milicias congoleñas. Su objetivo es hacerse con la producción de oro barato procedente de zonas en guerra

Todos estos grupos armados expulsan a los civiles a base de violaciones masivas a mujeres y asesinatos.

Irrumpen en cualquier camino embarrado de las zonas que controlan, armados y vestidos con chanclas y camisetas de fútbol. Cuando los ven, los conductores congoleños saben lo que tienen que hacer: «Si no hacen ningún gesto vamos a pasar de largo. No les mires. Haz como si no existieran». Los reclutas de la milicia mística Raïa Mutomboki (significa ‘Ciudadanos enfadados’) han bebido una de las pócimas que, preparadas por su chamán, los convierten en «invisibles» según su creencia. Lo más sensato, en ese caso, es ignorarles, hacerles creer que el brebaje funciona.

Este grupo armado, nacido de la nada hace tan sólo unos años, como milicia de autodefensa, ha ido ganando territorio y poder con el control de las minas de oro de la zona de Shabunda, en la región de Kivu Sur, uno de los lugares más aislados, violentos y a la vez ricos en minerales del planeta. Hasta 30 milicias compiten por el control de las minas en el este del Congo, la mayoría alimentadas por estados vecinos que se aprovechan de su comercio ilegal o por gigantes de la electrónica. La empresa Kun Hou Mining ha estado financiando a Raïa Mutomboki con decenas de miles de dólares al mes durante los dos últimos años. Además, ha proporcionado partidas de rifles automáticos ‘AK47’.

Esta denuncia forma parte del informe publicado por la organización Global Witness, que ha seguido el rastro del oro desde las minas artesanales del río Ulindi hasta Emiratos Árabes Unidos, Dubai o Suiza, los principales mercados de compra-venta de este preciado metal.

Shabunda es un lugar aislado, al margen de los acuerdos de paz. Tiene 25.000 kilómetros de extensión, sin radio, sin línea telefónica, sin carreteras, a 3.000 kilómetros de la capital Kinshasa. Un vergel donde los niños sufren malnutrición y los civiles la depredación de los grupos armados. Si esta empresa china quería controlar la región y sus 46 minas de oro, sólo podía hacerlo llegando a acuerdos con ellos.

Pero sólo su crueldad compite con su codicia, por eso a alguno de los milicianos se les ocurrió que podrían ampliar negocio con la magia. En la zona de los grandes lagos africanos, muchos ricos compiten por atesorar objetos místicos que les ayuden a conservar su fortuna. Los más valorados son aquellos que han pertenecido a un suicida. Según distintas fuentes humanitarias en Shabunda, miembros de Raïa Mutomboki «han llegado a ahorcar a niños para poder vender después la soga a algún millonario».

Exhibición de salvajismo

Por desgracia, estas atrocidades no son patrimonio de este grupo. Milicias como la del coronel Cheka, en la zona vecina de Walikale, han cometido auténticas matanzas para expulsar no sólo a poblaciones civiles enteras, también a tropas internacionales de Naciones Unidas de las zonas mineras de Kivu Norte. Ordenó la violación masiva de 387 mujeres y niños del 30 de junio al 3 de agosto de 2010. Durante septiembre de 2012, los hombres de Cheka conquistaron la aldea de Pinga, donde había una base de Cascos Azules uruguayos. Para hacerlos salir de su fortín, los milicianos cortaron las cabezas de los líderes locales y las colocaron en picas frente a la puerta de entrada.

Como aún así los militares sudamericanos no salían a hacerles frente, arrojaron las cabezas por encima de la valla. «Cheka y sus hombres pensaron que una exhibición de salvajismo tan grande no sería ignorada por ninguna fuerza de pacificación. Habían sobrevalorado a la ONU. Los Cascos Azules nunca abrieron las puertas», cuenta Alex Perry en el libro ‘La gran grieta’. Un año después, según declararon a EL MUNDO algunos testigos, «para los militares uruguayos seguía habiendo dos tipos de soldados: los que estuvieron en Pinga aquel día y los que no».

Ntabo Ntaberi Cheka, que es una especie de señor de la guerra y ‘businessman’, se presentó a las elecciones parlamentarias del Congo para conseguir la inmunidad, pero acabó entregándose a los Cascos Azules para disfrutar de una plácida desmovilización y disfrutar de la gran fortuna que le pagaron muchas empresas internacionales por entregarles su producción mineral.

Estas prácticas ya habían sido denunciadas por otras organizaciones anteriormente, pero no con tanto nivel de detalle sobre el mineral y su destino. En 2005, Human Rights Watch denunció al gigante AngloGold Ashanti por apoyar a los soldados del Frente Nacionalista e Integracionista para garantizar la posesión de la mina de oro de Mongbwalu. En sus alrededores vaciaron la zona matando a 2.000 civiles.

La gran mayoría de minas gestionadas por los rebeldes son artesanales y en ellas trabajan menores en condiciones de esclavitud. No conocen una mínima política de riesgos laborales y perciben una miseria por su trabajo: un dólar al día por cada saca, unos 50 al mes en total. Eso sucede en cientos de pequeñas explotaciones repartidas por todo el este del país más rico en minerales del mundo, pero también el más pobre en términos de desarrollo humano. Países vecinos como Ruanda y Uganda se han beneficiado de este lucrativo tráfico durante décadas.

Estas milicias, cuyos miembros han perdido, a su vez, a uno o más familiares en masacres, ganan con este tráfico ilegal casi 100 millones de euros al año en minerales de sangre, pero dejan de recaudar al Estado congoleño 38 billones en impuestos nunca cobrados, además de prolongar la guerra más mortífera desde la Segunda Guerra Mundial: cinco millones de muertos en al más de dos décadas.

Lo hacen a través de las llamadas ‘comptoirs’, tapaderas empresariales registradas legalmente que compran los minerales a las minas o a intermediarios y los exportan a conglomerados internacionales chinos, que los funden y refinan y los dejan listos para su uso industrial en lugares como Shanghai o Ciudad Juarez. Todo este mineral sale del Congo de noche, falsificando su sistema de seguimiento, por las aduanas de Goma o Bukavu, en vehículos marcados previamente, que atraviesan Ruanda y Tanzania hacia las grandes zonas fabriles de China.

No es difícil en Goma que algún traficante te ofrezca pepitas de oro recién salidas de la mina. En un reservado del restaurante Virunga, uno de ellos muestra varias al periodista: «Este oro es de alta calidad. Nos lo compran no sólo empresas electrónicas, sino también de cosmética. Con esto se hacen cremas para las actrices de Hollywood».

Empresas sucias

En la lista anual que realiza la ONG Raise Hope For Congo hay empresas que cumplen determinados protocolos para evitar los llamados minerales de conflicto en sus aparatos o componentes electrónicos. La más limpia, desde hace años, es Intel, seguida por HP o Phillips. Apple, que no estaba entre ellas hace tres años, ha subido algunos puestos en transparencia y responsabilidad corporativa. Entre las que no tienen tanto interés en saber la procedencia de estos minerales, según la ONG, están: Canon, Nikon HTC o Nintendo, creadora de la aplicación Pokemon Go.

Otra de las milicias que se ha hecho fuerte al calor del oro del Congo es ADF-Nalu. La diferencia con las demás es que este grupo armado, de origen ugandés, es además yihadista, algo muy difícil de ver en estos territorios tan al sur, donde la religión predominante es el cristianismo. Escondidos en las montañas Rwenzori, en el parque de Virunga, hogar de los últimos gorilas de montaña del planeta, están muy bien armados y mantienen relación con los terroristas somalíes de Al Shabab o los nigerianos de Boko Haram.

Sus miembros se financian con varias explotaciones de oro en el área de Beni y con el marfil de los elefantes que matan en el propio parque natural.

ADF-Nalu, que pretende implantar la ‘sharia’ en el Congo, ha matado a machetazos a más de 550 civiles, muchos de ellos niños, en los últimos meses. Por cada muerto, según algunos supervivientes de estas matanzas, los milicianos han recibido una paga de 250 dólares. Por desgracia, estas áreas permanecen fuera de control no sólo del ejército, sino también de la Justicia. Estos crímenes suelen quedar impunes. En esa impunidad reina el dinero. El brillo del oro lo ciega todo.

Autor: Alberto Rojas