PACEM IN TERRIS – NO MAS GUERRAS

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Que estas reflexiones nos hagan caer en la cuenta, que ante los sufrimientos y esperanzas de tantos hermanos nuestros, a nadie nos es lícito permanecer en la ociosidad, indiferencia; y nos inviten a comprometernos por la Paz y la Justicia.
Hace cuarenta años que el Papa Juan XXIII publicó la encíclica Pacem in terris. El mundo al cual se dirigía se encontraba en un profundo estado de injusticia. El siglo XX se había iniciado con una fe ciega en el progreso. En cambio, la humanidad había asistido, en sesenta años de historia, al estallido de dos guerras mundiales, la consolidación de sistemas totalitarios genocidas, la acumulación de inmensos sufrimientos humanos y el desencadenamiento, contra la Iglesia, de la mayor persecución que la historia haya conocido jamás (nunca ha tenido tantas mártires como en este último siglo).
Para Juan XXIII la verdad será fundamento de la paz cuando cada individuo tome conciencia rectamente, más que de los propios derechos, también de los propios deberes con los otros. La justicia edificará la paz cuando cada uno respete concretamente los derechos ajenos y se esfuerce por cumplir plenamente los mismos deberes con los demás. El amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los otros como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu. Finalmente, la libertad alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones.
Juan Pablo II nos recuerda, en su reciente mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz estas palabras proféticas del Juan XXIII y pide: «que Dios Omnipotente, que desde las condiciones de opresión y conflicto nos llama a la libertad y la cooperación para bien de todos, ayude a las personas en cada lugar de la tierra a construir un mundo de paz, basados siempre cada vez más firmemente en los cuatro pilares que el beato Juan XXIII indicó a todos en su histórica Encíclica: verdad, justicia, amor y libertad.»
Este Papa infatigable, también comenzó su pontificado pronunciando en Canadá palabras proféticas. Refiriéndose a la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro clamaba: » Si Él (Jesucristo) está hablando de la plena dimensión global de la injusticia y del mal. Está hablando de lo que hoy estamos acostumbrados a llamar el contraste Norte-Sur. El Norte cada vez más rico y el Sur cada vez más pobre… A la luz de las palabras de Cristo este Sur pobre juzgará al Norte rico. Y los pueblos pobres y las naciones pobres – pobres bajo diversas formas -, no sólo por falta de alimentos, sino también por falta de libertad y de otros derechos humanos, juzgarán a aquellos pueblos que los privan de estos bienes arrogándose el monopolio imperialista de la economía y de la supremacía política e expensas de los demás». Y en un reciente mensaje sobre la Paz, resume lo que creemos que es el gran silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación de masas: «En el inicio del nuevo siglo, el empobrecimiento de miles de millones de hombres y de mujeres es la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia humana y cristiana»
Estas Navidades, nos hablaba del frío Portal, en medio del silencio, donde la Virgen Madre, con presentimientos en el corazón, siente ya el drama del Calvario. Será una lucha, angustiosa, decía, entre la luz y las tinieblas, entre la muerte y la vida, entre el odio y el amor. El Príncipe de la paz, nacido hoy en Belén, dará su vida en el Gólgota para que en la tierra reine el amor. El Niño acostado en la pobreza de un pesebre: ésta es la señal de Dios. El Niño del pesebre es la señal de paz y liberación para quien sufre a causa de la guerra, la opresión, la pobreza o el pecado. Es señal de esperanza para toda la familia humana – insiste Juan Pablo II-: señal de paz para cuantos sufren a causa de todo tipo de conflictos; señal de liberación para los pobres y los oprimidos; señal de misericordia para quien se encuentra en el círculo vicioso del pecado; señal de amor y de consuelo para quien se siente solo y abandonado.
Que estas reflexiones nos hagan caer en la cuenta, que ante los sufrimientos y esperanzas de tantos hermanos nuestros, a nadie nos es lícito permanecer en la ociosidad, indiferencia; y nos inviten a comprometernos por la Paz y la Justicia. «En verdad os digo que cuando dejasteis de hacerlo con uno de estos pequeñuelos, también conmigo dejasteis de hacerlo» Mt 25,45