Papa Francisco a los poderosos de la tierra: «en nombre de Dios, cambien un sistema de muerte»

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En un videomensaje dirigido a los participantes en el cuarto encuentro mundial de movimientos populares, Francisco lanza un fuerte llamamiento a los poderosos del planeta para que trabajen por un mundo más justo, solidario y fraterno. Pide la cancelación de la deuda de los países pobres, la prohibición de las armas, el fin de las agresiones y las sanciones, y la liberalización de las patentes para que todo el mundo tenga acceso a las vacunas.

Michele Raviart – Ciudad del Vaticano

Soñar juntos con un mundo mejor después de la pandemia, tratando de vencer las resistencias que impiden alcanzar «ese buen vivir en armonía con toda la humanidad, con toda la creación» que sólo se consigue con libertad, igualdad, justicia y dignidad. Cambiar «un sistema de muerte» pidiendo, en nombre de Dios, a los que tienen el poder político y económico, que cambien el statu quo y permitan que nuestros sueños se infiltren en «el sueño de Dios para todos nosotros, que somos sus hijos». Es lo que propone el Papa Francisco, en un largo videomensaje, a los representantes de los movimientos populares, reunidos por videoconferencia para su cuarto encuentro mundial organizado por el Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral.

Poetas sociales que crean esperanza

Los movimientos populares y las personas a las que representan y ayudan son los que más han sufrido la pandemia. El Papa los llama «poetas sociales» por su «capacidad y coraje” para crear esperanza y dignidad:

Verlos a ustedes me recuerda que no estamos condenados a repetir ni a construir un futuro basado en la exclusión y la desigualdad, el descarte o la indiferencia; donde la cultura del privilegio sea un poder invisible e insuprimible y la explotación y el abuso sea como un método habitual de sobrevivencia. ¡No! Eso ustedes lo saben anunciar muy bien.

Los más afectados por la pandemia

» La pandemia – reiteró Francisco – transparentó las desigualdades sociales que azotan a nuestros pueblos y expuso —sin pedir permiso ni perdón— la desgarradora situación de tantos hermanos y hermanas. Todos hemos «sufrido el dolor del encierro» y » Experimentamos cómo, de un día para otro, nuestro modo de vivir puede cambiar drásticamente » pero, aunque «en muchos países los Estados reaccionaron», «escucharon a la ciencia» y «lograron poner límites para garantizar el bien común», «a ustedes, como siempre, les tocó la peor parte»:

En los barrios que carecen de infraestructura básica (en los que viven muchos de ustedes y cientos y cientos y millones de personas) es difícil quedarse en casa, no sólo por no contar con todo lo necesario para llevar adelante las mínimas medidas de cuidado y protección, sino simplemente porque la casa es el barrio. Los migrantes, los indocumentados, los trabajadores informales sin ingresos fijos se vieron privados, en muchos casos, de cualquier ayuda estatal e impedidos de realizar sus tareas habituales agravando su ya lacerante pobreza.

El estrés de los jóvenes y la crisis alimentaria: los efectos ocultos del virus

Esta situación es tan evidente que no puede ser ocultada por «tantos mecanismos de post-verdad» y es también una expresión de la cultura de la indiferencia, como si » este tercio sufriente de nuestro mundo no reviste interés suficiente para los grandes medios y los formadores de opinión». Un mundo que permanece «escondido, acurrucado», como otros aspectos poco conocidos de la vida social que la pandemia ha empeorado. El estrés y la ansiedad crónicos de los niños, adolescentes y jóvenes, por ejemplo, agravados por el aislamiento y la falta de contacto real con los amigos. «La amistad es la forma en que el amor resurge siempre», recuerda el Papa, de hecho, y aunque está claro que la tecnología puede ser una herramienta para el bien, «nunca podrá suplantar el contacto». «No es noticia, no genera empatía», ni siquiera la crisis alimentaria, que podría generar más muertes anuales que Covid-19 en el futuro inmediato.

Este año, 20 millones de personas más se han visto arrastradas a niveles extremos de inseguridad alimentaria, ascendiendo a [muchos] millones de personas; la indigencia grave se multiplicó, el precio de los alimentos escaló un altísimo porcentaje. Los números del hambre son horrorosos, y pienso, por ejemplo, en países como Siria, Haití, Congo, Senegal, Yemen, Sudán del Sur pero el hambre también se hace sentir en muchos otros países del mundo pobre y, no pocas veces, también en el mundo rico. 

Sentir el dolor de los demás como propio

Sin embargo, en este contexto, los trabajadores del movimiento popular han sentido el dolor de los demás como propio. «Cristianos y no -dice el Papa- han respondido a Jesús, que dijo a sus discípulos frente al pueblo hambriento: ‘Denles ustedes de comer’”

Al igual que los médicos, enfermeros y el personal de salud en las trincheras sanitarias, ustedes pusieron su cuerpo en la trinchera de los barrios marginados. Tengo presente muchos, entre comillas, “mártires” de esa solidaridad sobre quienes supe por medio de muchos de ustedes. El Señor se los tendrá en cuenta. Si todos los que por amor lucharon juntos contra la pandemia pudieran también soñar juntos un mundo nuevo, ¡qué distinto sería todo!

Cambiar el sistema económico

El Papa reitera que nunca se sale igual de una crisis. De la pandemia » o se sale mejor o se sale peor, igual que antes, no». Por ello, para aprovechar una oportunidad de mejora es necesario «reflexionar, discernir y elegir», porque «retornar a los esquemas anteriores sería verdaderamente suicida», «ecocida y genocida». Para salir mejor parados, es » pero es imprescindible también ajustar nuestros modelos socio-económicos para que tengan rostro humano, porque tantos modelos lo han perdido». Modelos que se han convertido en «estructuras de pecado» que persisten y que estamos llamados a cambiar.

Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo. Todavía hay tiempo

«En nombre de Dios», el llamamiento del Papa a los poderosos de la tierra

De ahí el enérgico llamamiento al cambio dirigido nueve veces «en nombre de Dios» a quienes cuentan y tienen poder de decisión.

A los grandes laboratorios, que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que cada país, cada pueblo, cada ser humano tenga acceso a las vacunas. Hay países donde sólo tres, cuatro por ciento de sus habitantes fueron vacunados.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones alimentarias que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y traficantes de armas que cesen totalmente su actividad, una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de la tecnología que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación política.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los medios de comunicación que terminen con la lógica de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el escándalo y lo sucio, que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más vulnerados.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo. Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya hemos visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones unilaterales; aunque se hagan bajo los más nobles motivos o ropajes.

Apelación a los líderes políticos y religiosos 

A los gobiernos y políticos de todos los partidos, Francisco les pide que eviten «escuchar solamente a las elites económicas» y se conviertan en «servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena», mientras que a los líderes religiosos les pide que nunca utilicen el nombre de Dios para fomentar guerras o golpes de Estado. En cambio, hay que construir puentes de amor.

Los samaritanos y el poder transformador de los pueblos

Los discursos populistas de intolerancia, xenofobia y aporofobia, continúa el Papa, son narrativas que conducen a la indiferencia y al individualismo, dividiendo a las personas para impedirles soñar juntas con un mundo mejor. En este desafío los movimientos populares actúan como «samaritanos colectivos». El buen samaritano, recuerda el Papa, lejos de ser ese «personaje medio tonto» representado por «cierta industria cultural» que quiere «neutralizar la fuerza transformadora de los pueblos y en especial de la juventud», es en realidad la representación más clara de una opción comprometida con el Evangelio.

¿Saben lo que me viene a la mente a mí ahora, junto a los movimientos populares, cuando pienso en el Buen Samaritano? ¿Saben lo que me viene a la mente? Las protestas por la muerte de George Floyd. Está claro que este tipo de reacciones contra la injusticia social, racial o machista pueden ser manipuladas o instrumentadas para maquinaciones políticas y cosas por el estilo; pero lo esencial es que ahí, en esa manifestación contra esa muerte, estaba el “samaritano colectivo” —¡que no era ningún bobeta! —. Ese movimiento no pasó de largo cuando vio la herida de la dignidad humana golpeada por semejante abuso de poder.

La Doctrina Social de la Iglesia molesta a muchos

El Papa Francisco propone algunos principios tradicionales de la Doctrina Social de la Iglesia, como la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la subsidiariedad, la participación, el bien común.

A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos principios algunos se admiran y entonces el Papa viene catalogado con una serie de epítetos que se utilizan para reducir cualquier reflexión a la mera adjetivación degradatoria. No me enoja, me entristece. Es parte de la trama de la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista alternativa a la globalización capitalista, es parte de la cultura del descarte y es parte del paradigma tecnocrático.

Francisco dice que se entristece cuando «algunos hermanos de la Iglesia se incomodan si recordamos estas orientaciones que pertenecen a toda la tradición de la Iglesia”, e invita a leer el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia querido por San Juan Pablo II:

El Papa no puede dejar de recordar esta doctrina, aunque muchas veces le moleste a la gente, porque lo que está en juego no es el Papa sino el Evangelio.

Compromiso con el bien común y la libertad 

Francisco señala en particular dos principios: la solidaridad, entendida como «una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común», y la subsidiariedad, que se opone a » cualquier esquema autoritario, cualquier colectivismo forzado o cualquier esquema estado céntrico». De hecho, subraya, el bien común «para aplastar la iniciativa privada, la identidad local o los proyectos comunitarios».

Salario mínimo y reducción de la jornada laboral

Es «tiempo de actuar» y el Papa propone algunas medidas concretas: un ingreso básico (o salario universal) y la reducción de la jornada de trabajo. De este modo, cada persona podría permitirse el acceso «a los más elementales bienes de la via».

Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media —generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre—.

Para el Papa, las ventajas de la reducción de la jornada laboral se encuentran en la historia:

En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de trabajo.

Escuchar la voz de las periferias

Por último, Francisco recuerda la importancia de escuchar a las periferias, el lugar desde donde «el mundo se ve más claro».

Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas y permitirles participar. El sufrimiento del mundo se entiende mejor junto a los que sufren. En mi experiencia, cuando las personas, hombres y mujeres que han sufrido en carne propia la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder, las privaciones, la xenofobia, en mi experiencia veo que comprenden mucho mejor lo que viven los demás y son capaces de ayudarlos a abrir, realísticamente, caminos de esperanza.