Responsables de la Comunidad Juan XXIII, del padre Benzi, negocian con una clínica barcelonesa. La adopción de los embriones congelados se ha convertido en una alternativa para evitar que sean destruidos o destinados a la investigación, lo que supone también su muerte
La Razón
16-03-2005
La adopción de los embriones congelados se ha convertido en una alternativa para evitar que sean destruidos o destinados a la investigación, lo que supone también su muerte. La puesta en funcionamiento del programa de adopción de embriones por una clínica barcelonesa ha movilizado, entre otras, a 25 parejas italianas vinculadas a la Comunidad Papa Juan XXIII, que están dipuestas a viajar hasta España para salvar estos embriones. La opinión de los expertos está dividida entre los que piensan que la adopción es «un mal menor» y los que temen que así se apoye a la fecundación «in vitro».
Hasta ahora los embriones sobrantes de una fecundación in vitro solían acabar congelados en espera de que sus progenitores se decidieran por un nuevo embarazo. Sólo en pocos casos, y siempre que los padres los donaran de forma expresa, estos embriones podían ser adoptados por parejas distintas a los padres genéticos. En la práctica, sólo un 4 por ciento de los 30.000 a 100.000 embriones congelados en España es adoptado. El resto sigue condenado a permanecer a cerca de 200 grados bajo cero.
Aunque la Iglesia siempre ha mantenido que la reproducción artificial es «moralmente ilícita», voces tan autorizadas como la de monseñor Elio Sgreccia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, han sostenido que la adopción tiene «un fin que es bueno» y no puede ser rechazada por ilícita. De hecho, varios grupos católicos se han planteado esta posibilidad, como es el caso de la Comunidad Papa Juan XXIII, creada por el sacerdote italiano Oreste Benzi, que está dispuesta a la adopción desde el escándalo que supuso, en 1996, que todas las clínicas británicas destruyeran de forma masiva sus embriones «sobrantes» en un mismo día.
Cambio lesgislativo. La nueva legislación española aprobada en noviembre de 2003 concede a los progenitores un año para que decidan qué hacer con sus embriones congelados. Si pasado ese plazo no se pronuncian, deben ser las clínicas las que decidan su futuro. El Instituto Marqués de Barcelona fue el primero en realizar esta encuesta y se encontró con que sólo el 8,6 por ciento de los padres deseaban donar; el 21 prefería que permanecieran congelados hasta un nuevo embarazo; el 6,1 optaba por que fueran destinados a investigación, y el 2,6 optaba directamente por la destrucción.
Aún así, un 61,7 de las parejas no se definió porque «les generaba un conflicto emocional; por el miedo a que sus hijos se encuentren con hermanos; desacuerdo entre la pareja; sentir que son sus hijos y que fueron muy deseados; temor a arrepentirse o a que su entorno no comparta la decisión», manifestó a LA RAZÓN la doctora Marisa López-Teijon del Instituto Marqués. Ante esta situación, continúa, «me parecía injusto que fueramos los responsables de los centros lo que tuvieramos que tomar esta decisión y decidimos que era más lógico compartir este problema con la sociedad. Además me daba mucha pena destinar estos embriones a la investigación, porque esto supone destruirlos, destruir unas vidas en potencia, unos bebés potencialmente sanos que podían hacer felices a muchas familias».
De esta forma nació el programa de adopción de embriones que ya ha atendido a más de 100 mujeres, 20 de las cuales ya se encuentran embarazadas. Por el programa también se han interesado los miembros de la Comunidad Juan XXIII, que trabaja en el mundo de la marginación. Enrico Masini, responsable del proyecto de «maternidades difíciles», ha confirmado a este diario que 25 parejas italianas están dispuestas a adoptar uno de estos embriones para evitar que sean destruidos. «No se trata de tener hijos a toda costa, sino de intentar salvar una vida humana, de darles la posibilidad de nacer». Masini deja claro que este gesto no supone apoyar las técnicas de reproducción asistida, «que convierten al hombre un producto» .
La primera condición que han puesto a la clínica es que los embriones sean realmente «abandonados», es decir, que sus padres hayan renunciado a ellos de forma expresa o simplemente se hayan desentendido. También insisten que no se realice ninguna selección, sino que se implanten aquellos que, por llevar más tiempo congelados o por pertenecer a progenitores de mayor edad, tienen pocas posibilidades de ser adoptados por otras parejas, por las dificultades de prosperar o los problemas que podrían tener. Lógicamente, las parejas muestran «su compromiso para toda la vida».
Según Masini, todavía se encuentran en negociaciones y no han tomado una decisión definitiva. «Preferimos hacerlo en Italia, pero visto que no es posible por problemas legales, hemos inciado una negociación con la clínica española. Si aprueban nuestras condiciones seguiremos adelante, porque lo que sí es seguro es la disponibilidad de estas 25 parejas».
Dados los problemas que plantea, monseñor Sgreccia alabó hace unos años el heroísmo de las mujeres que adoptan embriones, «el tema se presenta como un gran signo de interrogación. Para comenzar nunca deberíamos haber tomado este camino».