El espectáculo montado en torno al obispo electo de San Sebastián no es respetuoso con los espectadores que nos vemos obligados a sufrirlo. Sería bueno para todos, también para la estética, que bajase ya el telón
Por si alguien no lo supiese: Un obispo no se elige a sí mismo, tampoco se propone a sí mismo, y no se prepara para un destino que no está en su mano escoger. Él será el más sorprendido cuando lo llamen a prestar ese servicio. Antes de esa llamada, otros habrán sido interrogados para que informen sobre él, su vida habrá sido escudriñada de cerca, se habrá entrado en su intimidad con la pretensión de hallar la verdad y sin concesiones a la misericordia. Otros habrán evaluado esos informes y habrán escogido, entre varios indagados, al que les haya parecido más adecuado a la misión que se le va a confiar. Otro aún lo nombrará. Y al final de ese camino, otro lo llamará para decirle que ha sido elegido y para pedirle su aceptación. En ese momento, al electo le piden la vida, le piden que rompa con su pasado, con su entorno, «con su patria y con su casa paterna«, con su trabajo de siempre, con su mundo conocido. Y el electo dirá un sí o un no, y lo que él diga, merece el respeto de todos. En ese momento, al electo le piden la vida, le piden que rompa con su pasado, con su entorno, «con su patria y con su casa paterna», con su trabajo de siempre, con su mundo conocido. Y el electo dirá un sí o un no, y lo que él diga, merece el respeto de todos.
Por si alguien no lo supiese: Un electo que dice sí, lo dice a un ministerio, a una tarea, a una entrega; lo dice a la Iglesia particular que va a servir; lo dice al Señor que lo ha llamado a servirla. Y eso merece agradecimiento.
Por si alguien no lo supiese: Los llamados a este servicio eclesial no son dioses, no son los mejores de la comunidad, no son los más cultos ni los más hábiles ni los más santos. Ni tienen porque serlo, ni suele el Señor llamar a los que lo son. Los llamados son sólo eso, llamados que han dicho sí, y que probablemente lo han dicho con temor y temblor por la responsabilidad que echaban encima de sus enfermas espaldas, y con serena confianza por la cercanía del que es su luz y su fuerza. Y esto lo respeto, lo agradezco y lo admiro.
En el espectáculo que padecemos, sobran ideologías y se han quedado sin papel la fe, la esperanza, el amor y el buen gusto.
Por favor, que baje el telón.