Podemos decir que se ha generalizado el hecho de asociar pornografía con ser progresista o liberal, y el rechazo a la misma con conservadurismo moral. Que esto sea así, lógicamente, no es casualidad sino que responde a una estrategia con dos objetivos principalmente: uno de tipo ideológico que veremos a lo largo de este artículo, y otro económico pues la industria pornográfica produce miles de millones de beneficios al año, ocupando el tercer lugar después de la industria de armamento y el narcotráfico. Interesa, por lo tanto, que la pornografía esté bien vista y que se consuma, y tachar de mojigatos a sus detractores.
Frank Pavesa. Filósofo y escritor
Podemos decir que se ha generalizado el hecho de asociar pornografía con ser progresista o liberal, y el rechazo a la misma con conservadurismo moral. Que esto sea así, lógicamente, no es casualidad sino que responde a una estrategia con dos objetivos principalmente: uno de tipo ideológico que veremos a lo largo de este artículo, y otro económico pues la industria pornográfica produce miles de millones de beneficios al año, ocupando el tercer lugar después de la industria de armamento y el narcotráfico. Interesa, por lo tanto, que la pornografía esté bien vista y que se consuma, y tachar de mojigatos a sus detractores.
El contenido ideológico de la pornografía no viene a ser otro que convertir en fuente de placer la horrible explotación del hombre por el hombre, del fuerte sobre el débil, legitimando una forma jerárquica de entender la relación entre las personas. Veamos porqué esto es así.
En la pornografía los cuerpos, la sexualidad y así mismo las personas de los hombres y mujeres que aparecen sobre uno u otro soporte (revistas, películas, cd-room, …) se convierten en mercancía disponible para la compra-venta, utilizable y desechable según los deseos del que paga. En el caso de la mujer además hay que decir que la relación entre sexos que aparece en la pornografía es profundamente misógino y violento contra las mujeres. Si la publicidad nos ha venido acostumbrando al consumo de la mujer como objeto, la pornografía nos muestra el aspecto de dominación sobre la mujer, cuyo sentido de existir es dar placer.
La mujer que se nos propone como ideal en la pornografía es la puta, es decir la que puede ser impunemente vejada sin derecho a reclamar nada. La propia palabra ya lo dice pues pornografía deriva del griego “porné”: descripción de las prostitutas y su oficio; ganado sexual, marrana. Aunque un poco mal sonante esta palabra que estamos empleando describe claramente la sexualidad que propone la pornografía: la puta, la esclava sexual, y por lo tanto el amo/a sexual. Como putas, las mujeres que nos muestra la pornografía estarán dispuestas a realizar cualquier acto sexual que el hombre, a veces incluso otra mujer, le pida, por muy humillante o violento que sea, y expresarán “libremente” el deseo de ser poseídas por su dueño.
Los pornógrafos están especialmente interesados en demostrar que la mujer en cualquier momento, situación o estado, va a gozar con cualquiera de las prácticas sexuales a las que se la quiera someter. Con la gestualidad tan exagerada, que se hace hasta ridícula, los gemidos y gritos, el lenguaje empleado, las tomas fotográficas, …, lo que quiere quedar muy claro es que la mujer y el hombre están disfrutando intensamente con una actividad sexual en la mayoría de los casos más propia de animales que de personas, restringiendo además la relación sexual plena a la imposición de la relación coital.
De esta manera la mujer que en la vida real no accede a las prácticas sexuales con las características anteriormente expuestas se tilda de estrecha y puritana, de reprimida, amargada, …, algo imperdonable para el objeto-bien de consumo que es la mujer “liberada y moderna”.
La pornografía escenifica sin pudor alguno comportamientos sexuales que podemos calificar sin tapujos como fascismo sexual. Establece una jerarquía implacable y clarísima acerca del valor de las personas según su sexo, raza, edad, condición económica,… Incluso la violencia y el sufrimiento físico es representado como una pantomima: el dolor de los protagonistas no es tal sino un vehículo hacia el placer; el sufrimiento no es sino un elemento de excitación sexual. Para mantener la novedad y no caer en el aburrimiento por la visión de las mismas prácticas sexuales los pornógrafos se esmeran en introducir nuevos alicientes en forma de mayor violencia y extravagancias: se introducen niños, animales, …, como decía Alice Scwazer, directora de la revista feminista alemana “Emma”: “Ya no les basta con ponernos medias de red, escote y orejitas de conejo, ahora nos tienen que atar, torturar y matar”. Parece que lo último en pornografía es el llamado cine masacre, o kiddi porno, donde se filman violaciones con muertes reales, torturas reales, descuartizamientos reales, …, es el siguiente paso lógico a la relación entre personas que se establece y potencia desde la pornografía más convencional.
Llegamos pues a la conclusión que ideológicamente lo que pretende la pornografía es colonizar el cuerpo y la mente de mujeres y hombres de manera que asuman como conductas normales aquellas de explotación, uso y abuso, entre personas en contra del reconocimiento de la dignidad que toda persona humana tiene por el mero hecho de serlo, en contra de poner, como diría el maestro Kant, a la persona como fin y no como medio.
He leído de alguna asociación feminista que condena la pornografía que la causa de ella es la expresión de la sexualidad del hombre propia de una sociedad patriarcal. Creo que afirmar esto es quedarse cojo en el análisis y echar los perros a presa equivocada. La cuestión no es ya que se trate de hombres o mujeres pues en el fondo el ser hombre o mujer no deja de ser adjetivo de algo que lo supera y que es ser persona humana. La clave de la pornografía está en aquello que anida en el corazón de toda persona y de lo que ya el propio Pascal nos advertía en aquel debate sobre el amor propio, el amor de sí mismo, de moda entre los pensadores de su época y que se extendería a buena parte del S. XVIII. Pascal nos explicará que hay quienes aman sobre todo los placeres, como los epicúreos (el amor al sentido); los que aman sobre todo el conocimiento, como los academicistas, los aristotélicos o los cartesianos (el deseo de saber); y los que aman sobre todo la sabiduría, o la maestría (el deseo de dominar). Pascal refleja en esta idea tres tendencias que anidan en el corazón de todo hombre y toda mujer que podríamos reenunciar como el deseo de disfrutar y pasárselo lo mejor posible; el deseo de poseer, ya sea conocimiento, dinero, …; y el deseo de ser el primero, de estar por encima de cualquier otro. En estas tres tendencias está la clave para entender no sólo el porqué de la pornografía sino también del expolio violento a los países empobrecidos, o la violencia doméstica, o las condiciones laborales precarias, o el asesinato del no nacido.
La pregunta de M. Foucault de si la liberación sexual no era una nueva forma de dominación-explotación de la población tiene una clara respuesta afirmativa en el caso de la pornografía. Al imperialismo económico le interesa una cultura en la que primen como valores sobre ningún otro el ser el primero, el pasarlo bien a toda costa, y poseer cuanto más mejor, una cultura en la que la explotación del hombre por el hombre se acepte sin cortapisas, una cultura en la que se respete como sacrosanto el poder de los más poderosos sobre los más débiles. La pornografía no hace sino alimentar este tipo de cultura. La duda planteada al principio de asociar pornografía con progresismo o conservadurismo queda resuelta a la luz de lo dicho. Aunque la progresía de este país la defienda en no pocas ocasiones como una forma de libertad, la pornografía no puede ser más conservadora, más vil, y más represora de la persona humana, sea esta hombre o mujer, mujer o hombre, me da igual el orden.
La pornografía huye de la utopía, es el camino fácil del que no se atreve a andar el camino del amor (el amor sólo es amor si es fiel), es el rancho del rebaño de Epicuro. Pero nosotros amamos la utopía por eso le decimos no sin cortapisas. ¿Somos conservadores? No, somos revolucionarios
Frank Pavesa