PRODUCIR MÁS BIENES con MENOS TRABAJADORES. Por Jeremy Rifkin

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Un interesante artículo de Jeremy Rifkin para reflexionar este 1º de mayo: DIA INTERNACIONAL DEL TRABAJO.Es autor de ´El fin del trabajo´. ´Nuevas tecnologías contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era´… Un nuevo estudio de Alliance Capital Management afirma que: Entre 1995 y 2002, China perdió más de 15 millones de puestos de trabajo en fábricas, el 15% de su población activa en manufacturas. Pero no acaban aquí las malas noticias. Según el citado estudio, entre 1995 y 2002 fueron eliminados 31 millones de puestos de trabajo en fábricas en las 20 economías más fuertes del mundo. El empleo en las fábricas se ha reducido todos los años en todas las regiones del planeta durante los últimos siete años. La reducción del empleo se produjo durante un periodo en el que la producción industrial global se incrementó en más del 30%. Los empleos en fábricas cayeron más del 11% en todo el mundo.


 

Por Jeremy Rifkin. 30-12-2003

Según un informe recientemente publicado, el desempleo en España alcanza ahora el 11,2%, el más alto de los países de la Unión Europea y sin indicios de recuperación inminente. Últimamente se ha puesto de moda en Europa culpar del desempleo a las empresas que han trasladado sus centros de producción a Asia, y especialmente a China. Es verdad que la economía china de manufacturas está floreciendo, pero ¿significa esto que China tiene la culpa de la agravación del desempleo en España y el resto de Europa? No necesariamente. Aunque China produce y exporta un porcentaje mucho mayor de mercancías manufacturadas, un nuevo estudio de Alliance Capital Management descubrió que los empleos en las fábricas estaban siendo eliminados en China con más rapidez que en ningún otro país. Entre 1995 y 2002, China perdió más de 15 millones de puestos de trabajo en fábricas, el 15% de su población activa en manufacturas. Pero no acaban aquí las malas noticias. Según el citado estudio, entre 1995 y 2002 fueron eliminados 31 millones de puestos de trabajo en fábricas en las 20 economías más fuertes del mundo. El empleo en las fábricas se ha reducido todos los años en todas las regiones del planeta durante los últimos siete años. La reducción del empleo se produjo durante un periodo en el que la producción industrial global se incrementó en más del 30%. Los empleos en fábricas cayeron más del 11% en todo el mundo.

Si el índice de descenso actual se mantiene -y es más que probable que se acelere-, el empleo en fábricas disminuirá desde los 164 millones de puestos de trabajo actuales a unos pocos millones de empleos en 2040, finalizando así en todo el mundo la era del empleo en la fabricación masiva. Los sectores administrativo y de servicios están experimentando pérdidas semejantes de puestos de trabajo conforme las tecnologías inteligentes reemplazan a un número cada vez mayor de trabajadores. La banca, las empresas de seguros y los sectores de venta al por mayor y al por menor están introduciendo tecnologías inteligentes en todos los aspectos de su operación y eliminando rápidamente en este proceso a personal de apoyo. Los observadores de la industria prevén que el declive de los puestos de trabajo de oficina oscurezca el de los empleos en fábricas a lo largo de las cuatro próximas décadas, a medida que empresas, industrias enteras y la economía mundial se van conectando a una red neuronal global.

¿Por qué están desapareciendo tantos puestos de trabajo? Los espectaculares incrementos en la productividad han permitido a las empresas producir muchos más bienes y servicios con muchos menos empleados. La antigua lógica de que las mejoras en tecnología y los avances en productividad destruirían puestos de trabajo, pero crearían otros tantos nuevos empleos, ha dejado de ser cierta. EE UU disfruta del incremento más acusado en su productividad desde 1950. En el último trimestre, la productividad subió hasta la sorprendente tasa del 9,4% y, sin embargo, el desempleo seguía igual de alto. Siempre se había contemplado a la productividad como el motor para la creación de empleo y prosperidad. Los economistas han argumentado durante mucho tiempo que la productividad permite a las empresas producir más bienes y servicios con menores costes. Los bienes y servicios más baratos estimulan a su vez la demanda. El incremento en la demanda lleva a más producción y servicios y mayor productividad que, a su vez, incrementa más aún la demanda, en un ciclo interminable. Así pues, incluso si las innovaciones tecnológicas dejan a algunas personas sin empleo a corto plazo, el aumento de la demanda de productos y servicios más baratos garantizará que se siga contratando a gente para cubrir el incremento de la producción. E incluso si los avances tecnológicos tuvieran como consecuencia despidos masivos, al final, el número de desempleados se hinchará, haciendo que los sueldos bajen hasta el punto de que sea más barato volver a contratar a los trabajadores que invertir en tecnología para ahorrar empleo.

El problema es que esta sólida base de la teoría económica capitalista ya no parece seguir siendo válida. La productividad está aumentando con rapidez en EE UU y en todo el mundo, y con cada incremento se despide a más trabajadores. Según un informe recién publicado sobre la productividad en las 100 mayores empresas de Estados Unidos, sólo hacen falta nueve trabajadores para producir lo que hacían diez empleados en marzo de 2001. En resumidas cuentas, dice Richard D. Rippe, principal economista de Prudential Securities, «podemos producir más sin aumentar el número de trabajadores». La mejor forma de hacerse una idea de la enormidad de este cambio en el trabajo en las fábricas es centrarse en una sola industria. La industria del acero en Estados Unidos es un ejemplo típico de la transición que está teniendo lugar. En los últimos 20 años, la producción de acero estadounidense aumentó de 75 millones de toneladas a 102 millones de toneladas. En el mismo periodo, de 1982 a 2002, el número de trabajadores de la siderurgia en EE UU se redujo de 289.000 a 74.000. Los fabricantes de acero estadounidenses, como todos los fabricantes del mundo, están produciendo más con menos trabajadores gracias a los espectaculares aumentos de la productividad. «Incluso si la fabricación se mantuviera en su aportación al PNB», dice el economista de la Universidad de Michigan Donald Grimes, «lo más probable es que sigamos perdiendo puestos de trabajo a causa del incremento de la productividad». Grimes se lamenta de que no se pueda hacer gran cosa al respecto: «Es como intentar nadar a contracorriente».

Y aquí está la adivinanza. Si los espectaculares avances en la productividad, en forma de tecnología más barata y eficiente y mejores métodos para la organización del trabajo, pueden reemplazar cada vez más la mano de obra humana, dando como resultado que sean cada vez más los trabajadores que dejan de formar parte de la población activa, ¿de

dónde provendrá la demanda de consumo para comprar todos los nuevos productos y servicios futuros que estarán disponibles gracias al aumento de la productividad? Nos vemos forzados a afrontar una contradicción intrínseca de nuestra economía de mercado que ha estado presente desde los comienzos, pero que sólo ahora está empezando a ser irreconciliable. El capitalismo de mercado está edificado, en gran parte, sobre la lógica de reducir los costes de entrada, incluyendo el coste de la mano de obra, para aumentar los márgenes de beneficio. Siempre hay una búsqueda para hallar tecnologías más baratas y eficientes que reduzcan los salarios o eliminen completamente la mano de obra humana. Ahora, las nuevas tecnologías inteligentes pueden reemplazar mucho trabajo humano, tanto físico como mental. Aunque la introducción de tecnologías que ahorran tiempo y mano de obra ha incrementado considerablemente la productividad, ha sido a expensas de que un número cada vez mayor de trabajadores hayan sido marginados al empleo a tiempo parcial, o se les haya entregado el finiquito. Sin embargo, el hecho de que la población activa haya encogido significa disminución de ingresos, reducción de la demanda de consumo, y una economía incapaz de crecer. Ésta es la nueva realidad estructural que los líderes del gobierno y la patronal, así como muchos economistas, se resisten a reconocer.