“Por favor, jamás volváis a llamar a esto AK-47”, dice Nic R. Jenzen-Jones ante la fotografía de un rifle kalashnikov. “Eso significaría que está fabricado en Rusia en esa fecha [1947], cuando puede ser de fabricación china en 2005”, explica a modo de ejemplo ante una audiencia repleta de periodistas y cooperantes.
Jenzen-Jones participa en un panel informativo sobre armamento en Estambul, en el que los asistentes reciben sus primeras nociones en técnicas de identificar qué armas están siendo utilizadas en las diferentes guerras que asolan el planeta.
“En un conflicto, toda arma cuenta una historia”, asegura el belga Damien Spleeter, de la empresa Conflict Armament Research. “Los números de serie nos pueden indicar cuál es su origen”, dice, lo que suele aportar mucha información: por ejemplo, qué países están suministrando determinado material bélico a un grupo armado, o cuándo se está violando un embargo. A veces, estos números han sido borrados. “Eso también nos dice algo, significa que alguien no quiere que se pueda seguir la cadena de suministro”, afirma este investigador, que en los últimos meses ha viajado en varias ocasiones a Irak y Siria para determinar con qué armas cuenta el Estado Islámico.
Spleeters sabe lo que dice: a partir de fotografías de un lote de fusiles de asalto Steyr AUG tomadas durante la revuelta en Libia en 2011, cuyos números de serie eran claramente visibles en los cajones de embalaje, su compañía pudo determinar que habían sido suministrados por Bélgica al régimen de Muamar Al Gaddafi dos años antes, contraviniendo la sentencia de un tribunal de aquel país. Y no solo eso: tras el hundimiento de Libia en el caos, dichas armas han reaparecido en escenarios tan dispares como Malí, Siria o Gaza. “A veces, las armas que uno busca son difíciles de encontrar por nombre, porque los locales las llaman de otra forma”, explica Spleeters. “En Libia, por ejemplo, los combatientes no llaman Steyr AUG a estos fusiles, sino B44”. El motivo: las teclas B-4-4 son las que se utilizan para adquirir este arma en el videojuego “Counter Strike”.
En Libia los combatientes llamaban ‘B44’ al fusil Steyr AUG, por las teclas del videojuego ‘Counter Strike’.
La organización más importante dedicada al rastreo de armamento es Small Arms Survey, financiada por donantes y organismos públicos de una docena de países europeos –incluyendo, en el pasado, a España-, así como por EE.UU. y Australia. “A partir de 1999, este tema comenzó a convertirse en materia de discusión en la comunidad de Naciones Unidas. La ONU se concentraba más en sistemas más largos, como armamento químico o nuclear, pero todos los informes indicaban que las armas pequeñas son las que causan la mayoría de las muertes”, explica Benjamin King, investigador de esta institución con base en Ginebra. “Se consideró que Naciones Unidas debía controlar esto también, así que Small Arms Survey se creó para llevar a cabo investigaciones que apoyen ese plan”, indica.
Este sector es relativamente nuevo. “Fuera de gobiernos y ejércitos, se ha ido expandiendo en los últimos 10 o 15 años, y han aparecido más fondos para financiarlo”, afirma Jenzen-Jones. De hecho, muchas organizaciones no gubernamentales están empezando a utilizar estas mismas técnicas de rastreo de armamento para documentar actividades relacionadas con sus intereses. En 2011, la organización de derechos humanos Human Rights Watch comprobó que el régimen libio, a pesar de sus reiteradas negativas, estaba bombardeando áreas civiles de la ciudad de Misrata con bombas de racimo MAT-120 fabricadas en España. La investigación sobre los números de serie de los proyectiles determinó que habían sido manufacturados por la compañía española Instalaza S.A. en 2007, es decir, poco antes de que España firmase el tratado de prohibición de la munición de racimo.
Fuente: El Confidencial ( * Extracto)