Unos animales se rebelan contra su cruel y borrachín dueño y se hacen cargo de la granja donde viven. Esta fábula aparentemente sencilla, concebida como una sátira sobre la revolución rusa, ha resultado ser toda una biografía del enrevesado, sangriento, utópico y valiente siglo XX.
«EL SIGLO XX EN UNA GRANJA», por Juan Pedro Aparicio
No era Orwell un escritor preciosista. Siempre que tuvo ocasión se mostró muy crítico con un cierto tipo de literatura cuyo único mérito consistía, según él mismo escribió, en la manipulación de las palabras. La escritura de Orwell es funcional, directa, periodística. El asunto, lejos de quedar oculto, impone siempre su ley, se adueña por completo de la obra, y todo se construye en su torno. No le mueve el deseo de enlazar dos vocablos que jamás se han juntado antes, sino la ambición de pintar apropiadamente con palabras lo que perciben sus sentidos y viven sus emociones. Que partiendo de premisas tan alejadas del verbalismo, algunas de las locuciones creadas por él se hayan incorporado al inglés dice mucho del alcance de su genio.
Rebelión en la granja es, en sí misma, un modelo de la superioridad de lo literario obre otros géneros, aun sobre aquéllos cuyo más o menos estricto cientifismo les mantendría a salvo de cualquier competencia. ¿Cuántos cientos de miles de páginas de sesudos tratados de Historia, Sociología, Ciencia Militar o Técnica Política se han necesitado para alcanzar un somero conocimiento del siglo que termina? Pues bien, en poco más de un centenar, Orwell desnuda la complejidad de nuestro siglo y nos lo muestra con el acierto, la fuerza y la eficacia de lo que se percibe de un solo vistazo. Es el milagro de la literatura.
La fábula es aparentemente sencilla, casi como un cuento para niños: unos animales se rebelan contra su dueño, el cruel y borrachín Jones, y se hacen cargo de la granja en la que viven, enfrentándose a los problemas de la administración y a los derivados de la relación con sus vecinos humanos. Elaboran un himno, se dotan de unas normas de convivencia y se aseguran un sistema de defensa.
Sorprende que Rebelión en la granja se escribiera en época tan temprana, entre noviembre de 1943 y febrero de 1944, porque, concebida como una sátira sobre la revolución rusa, ha resultado ser la biografía fabulada de este siglo, de todo él, un siglo que, dominado por la aventura central de la revolución comunista, se nos presenta hora, que está dando sus últimas boqueada, como un período enrevesado y sangriento pero también utópico y valiente, en el que acaso nos hayamos quedando sólo con los dolores del parto, sin que se produjera el alumbramiento de la criatura tan esperada, esa de la igualdad universal de los seres humanos.
La simbología preside la narración. Puede el lector distraerse asignando a los personajes su correlato histórico, que no es ejercicio difícil. Los grandes protagonistas del desempeñan un papel principal, desde el Zar de Rusia como el borrachín señor Jones, a Hitler como el expeditivo Señor Frederick, de Napoleón como Stalin, a Snowbal como Trotsky, de las ratas y conejos como mencheviques, a las palomas mensajeras que representan a la propaganda exterior soviética.
Orwell escribía sencillamente pero escribía muy bien. En Rebelión en la granja no hay una sola metáfora, acaso ni una sola comparación. Pero los matices encuentran siempre las palabras más adecuadas.
No es posible entender la lucidez de Orwell sin admirar al mismo tiempo su coraje. El manuscrito fue rechazado por varios editores importantes. El propio Orwell lo denuncia: «La gran mayoría de los intelectuales británicos habían estimulado una leañtad de tipo nacionalista hacia la Unión Soviética y, llevados por su devoción hacia ella, sentían que sembrar la duda sobre la sabiduría de Stalin era casi un blasfemia».
Publicado por Secker & Warburg en agosto de 1945, el mismo en que la Alemania nazi se rendía a los aliados, el éxito del libro fue fulminante. Antes de la temprana muerte de su autor ya había sido traducido a 16 idiomas .
Orwell murió el 21 de enero de 1950, a los 46 años de edad. Su biografía deja un rastro permanente de honradez. Inglés nacido en la India, su formación en un colegio al que acuden los hijos de los colonialistas le enfrenta a una muy temprana visión de la injusticia. Y si, como se dice, el niño es el padre del hombre, aquel niño sensible, Eric Arthur Blair, que elige el nombre literario de George Orwell, es el padre del escritor que se atreve a comparar a la Inglaterra imperial con la Alemania nazi, el mismo que no duda en alistarse contra la agresión franquista en la Guerra Civil española.
Su experiencia española fue determinante en su obra y en su vida. Lo que los intelectuales progresistas del mundo se negaban a admitir –las purgas de Stalin-, él lo había sufrido en Barcelona con el asesinato y persecución de Andrés Nin y los miembros del POUM. La naturaleza del poder, sobre todo del poder revolucionario, la disquisición entre las técnicas para su conquista y su posterior ejercicio, que tanto han preocupado a los estudiosos del socialismo, encuentran en Orwell su mejor intérprete, aquél que con la fuerza propia de lo literario sabe dirigirse al hombre en toda su capacidad, a tendiendo por igual a su intelecto y a sus emociones.
«EL FUTURO ERA UNA BOTA APLASTANDO UN ROSTRO HUMANO», por Javier Memba
Como poco, son dos las cosas que hemos de agradecerle a George Orwell. Su recuperación en la posguerra de un género tan inglés como el de la utopía y su precocidad en la denuncia del estalinismo. A decir verdad, ambos méritos guardan una estrecha relación. Al igual que Thomas More, Jonatahn Swift, Samuel Butler y cuantos le precedieron en la invención de países imposibles, éstos no eran más que una denuncia de algunos aspectos de nuestros estados. Sobre el particular es revelador un punto: Orwell escribe sus dos grandes utopías –Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1948)- después de haber conocido el terror estalinista en su primera gran manifestación: la revolución española.
Anteriormente, aunque marcadas por una fuerte preocupación social y protagonizadas por personajes a los que no les queda más que el compromiso o la muerte, las ficciones de nuestro escritor están localizadas en lugares existentes. Es después de presenciar la brutal represión contra los anarquistas y los trostkistas perpetrada por el PCE, la mayor marioneta del zar Rojo en el extranjero, siguiendo órdenes precisas de Moscú en la Barcelona de 1937, cuando Orwell, con una lucidez tan temprana como la demostrada por la francesa Simone Weil, se empeña en denunciar el terror del comunismo real mediante una sociedad animal y otra futurista.
De origen escocés, Eric Blair, verdadero nombre del escritor, nació en Bengala en 1903. Concluidos sus estudios en la metrópoli vuelve a la India para incorporarse a la policía de aquel país destacada en Birmania. Enemigo del imperialismo británico, cuando regresa a Europa en 1928 se instala en Francia, donde desempeñará los más variados empleos. De nuevo en Inglaterra, será maestro y dependiente en una librería. Su primer texto, Sin blanca en París y Londres, en el que recuerda las dificultades padecidas desde su marcha de la policía, sale de la imprenta en 1933. en la obra ya se registran las inquietudes políticas de Orwell.
Sus primeras novelas datan de 1934. en aquel año aparecen Días en Birmania, considerada por algunos su pieza más lograda, y la hija del cura, un fresco sobre la vida inglesa. El mismo tema le ocupará en Que no caiga el aspidistra (1936) y el ensayo , también del 36, donde, a raíz de los efectos de la depresión en una ciudad inglesa, analiza las posibilidades del socialismo en Inglaterra.
«Los anarquistas aún dominaban virtualmente Cataluña y la revolución se encontraba en su apogeo», escribe sobre su llegada a Barcelona. Enviado a nuestro país como corresponsal de guerra, al igual que tantos otros periodistas George Orwell acabaría combatiendo. Ya crítico con el comunismo ortodoxo, se alistará en la milicia trotskista del POUM -Partido Obrero de Unificación Marxista. Gravemente herido, al igual que Simone Weil, quien se encuentra junto a los anarquistas, durante la convalecencia escribe el emotivo Homenaje a Cataluña (1938).
Otra vez en Inglaterra, lo que ha visto en España le ha convertido en un encendido antisoviético que, pese a un cierto pacifismo por el que postula, apoya decididamente el combate contra Hitler. Con anterioridad h publicado una obra menor: Subir en busca del aire (1939). Si bien su precaria salud le impide volver a tomar las armas contra el fascismo, cuando se declara la guerra Orwell forma parte de Home Guard. Sus arengas de aquellos días, a través de los micrófonos de la BBC, aún se recuerdan. Así, José María Valverde apunta que el inglés «creía tanto en el lenguaje que pensaba que para engañar políticamente con él había que volverlo del revés de un modo visible». Ello no le quita tiempo para entrar en la redacción del Tribune (1943). Posteriormente se convertirá en colaborador habitual de The Observer y cultivará con tino el ensayo.
«El punto del que siempre parto es un sentimiento de compañerismo, la sensación de injusticia», apunta en Por qué escribo. De ahí que sus personajes sólo cuenten en función del ambiente –eternamente opresivo- en que se encuentran inmersos. Ahora bien, Orwell, más humanista que político, más romántico que naturalista, como estima Jordi Lamarca, supera con la hermosura de su verbo la denuncia panfletaria; de hecho, nuestro autor reconoce: «Yo no podría realizar la labor de escribir un libro, ni siquiera la de escribir un artículo periodístico si, por otro lado, ello no constituyera también una experiencia estética».
La fama como novelista le llega en 1945 con la publicación de Rebelión en la granja. Pero será con su siguiente utopía, 1984, cuando su obra se convierta en proverbial. Desde entonces se puede oír el adjetivo orwelliano incluso en boca de quienes no han leído a Orwell, honor que comparte con Kafka. Muere en Londres, el 23 de enero de 1950. treinta y cuatro años después pudimos comprobar la certeza de todo sus malos presagios. Sí señor, todavía es ahora cuando, puestos a imaginar el futuro, como nos anuncia O´Brien, el terrible servidor del Gran hermano, no podemos imaginar más que una gran bota aplastando incesantemente un rostro humano.