¿Puede el capitalismo funcionar bien cuando muchos sectores importantes de la economía están controlados por cada vez menos empresas?
Es la pregunta que algunos empiezan a hacerse ante la oleada de fusiones y adquisiciones que han ido creando megaempresas en varios de los sectores cumbre de la economía mundial.
Y que crea nuevos retos para los gobiernos, que deben asegurarse por medio de regulaciones que estas superempresas no abusen de su posición dominante subiendo los precios para afectar a los consumidores, la gente común y corriente.
Se decía que la era dorada de los monopolios había ocurrido a fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando los Rockefeller, Morgan, Vanderbilt y otros grandes potentados estadounidenses operaban como empresarios todopoderosos en sectores como el petróleo, la banca y los ferrocarriles, devorando a su competencia hasta quedar sin rivales.
Pero el mundo decidió entonces que tanta concentración de poder económico no era buena para el consumidor ni para la sociedad, lo que dio lugar a la legislación antimonopolio que apareció en Estados Unidos y luego en el resto de naciones industrializadas.
No obstante, el mundo parece estar volviendo a una gran era de megafusiones entre corporaciones de alcance global.
En 2015, las grandes empresas del mundo dedicaron 4’7 billones de dólares para comprarse entre ellas y crear conglomerados todavía más grandes.
Algunas de las fusiones anunciadas en 2015 (cifras en dólares USA)
- AB InBev-SABMiller 104.000 millones
- Dupont-Dow 130.000 millones
- Pfizer-Allergan 160.000 millones
Una cifra récord en la historia mundial y un incremento de 42% frente a la cifra del año anterior.
Los ejemplos abundan. Una sola empresa, resultante de la fusión de AB Inbev y SabMiller, controlará una de cada tres cervezas vendidas en el mundo.
La situación llega incluso a los sectores más tecnológicamente avanzados de la economía, como Silicon Valley en Estados Unidos, donde la imagen popular que se presenta es la de muchas empresas nuevas y agiles compitiendo, a veces desde el garaje de la casa del dueño, por sacar al mercado la más reciente innovación.
En realidad, alegan algunos expertos, Silicon Valley está cada vez más caracterizada por monopolios, o al menos por firmas que acumulan un poder casi monopolístico, desde Google, pasando por Facebook, hasta Uber.
El año de los meganegocios
2015 ha sido un año descomunal en la unión de grandes empresas y no es de sorprender que muchos empiecen a cuestionarlas.
En noviembre, la Asociación Médica Estadounidense pidió al gobierno de ese país objetar la fusión de la empresa aseguradora de salud Humana con su competencia, Aetna, y la de Cigna con Anthem, advirtiendo que todo el sector quedaría controlado por muy pocas tres empresas.
También en diciembre el mismo gobierno estadounidense objetó la fusión propuesta entre las firmas Staples y Office Depot, asegurando que habrían creado una compañía con demasiado poder en el mercado estadounidense de los suministros de oficina.
Pero eso no parece haber amainado el apetito de muchas empresas por fusionarse en supercorporaciones.
En noviembre, la farmacéutica Pfizer anunció su intención de comprar a su rival Allergan en una operación por cerca de 160.000 millones.
Preocupaciones
«Hay tres cosas que preocupan de manera particular a los reguladores ante las nuevas propuestas de fusiones empresariales», le dice a BBC Mundo John Kirkwood, experto en regulación antimonopolio de la Universidad de Seattle, en Estados Unidos.
- «La primera es que existen investigaciones que muestran cómo algunos sectores de la economía están mostrando más concentración de la propiedad en pocas firmas de gran tamaño», asegura Kirkwood.
- En segundo lugar, asegura el experto, se dice que estas fusiones están contribuyendo a la desigualdad de ingresos, uno de los problemas socioeconómicos más discutidos de la actualidad.
- Y en tercer lugar, puntualiza Kirkwood, estudios de pasadas fusiones empresariales han mostrado que, en muchos casos, conducen a precios más altos al reducir las opciones al consumidor.
«Las aerolíneas y algunas empresas del sector salud como hospitales son dos buenos ejemplos de lo anterior en Estados Unidos», dice.
Los paralelos
Y entonces, ¿está el mundo repitiendo lo que vivió hace un siglo cuando los grandes trusts industriales llegaron a ser vistos como una amenaza contra la igualdad en las sociedades occidentales?
No necesariamente, advierte Kirkwood.
«Hay paralelos con esa época en el sentido de que, a medida que se concentran las empresas, hay peligros de precios de más altos. Pero ahora tenemos un sistema muy desarrollado de protección legal a la libre competencia. El peligro, en ese sentido, es mucho menor que en el siglo XIX», puntualiza el académico.
Kirkwood espera que se produzcan muchas más megafusiones por efecto de un clima económico relativamente benévolo en Estados Unidos, que da lugar a más propuestas de negocios.
Y que eso en sí mismo no es una amenaza, pues hay unas instituciones legales mucho más fuertes que hace un siglo para evitar que las grandes compañías abusen de su poder en detrimento de la gente común y corriente.
En Washington y las demás capitales mundiales, la oleada de nuevas mega corporaciones globalizadas seguirá atrayendo gran atención y cuidado por parte de las agencias reguladoras nacionales y extranjeras.
Por su misma naturaleza globalizada, no es inusual que una megaempresa estadounidense proponiendo su fusión con otra sea sometida a escrutinio por las autoridades antimonopolio en la Unión Europea o en Brasil, para citar un ejemplo.
Pues en medio de la incendiaria discusión política global en torno de la desigualdad, nadie quiere unas empresas que puedan acumular tanto poder que amenacen a las comunidades.