Remigio Vélez, portuario y militante cristiano se convirtió en uno de los responsables sindicales de la lucha obrera en el Puerto de La Luz de Las Palmas de Gran Canaria durante la última etapa del franquismo y la transición.
Allí había desarrollado prácticamente toda su vida y, por tanto, lo conocía a fondo. El Puerto, en aquella época, constituía un auténtico mundo de desheredados, y los portuarios, marginados sociales. Por eso, Remigio siempre les insistía mucho en su dignidad como personas y como trabajadores.
Pero fue a partir de entrar en contacto con la HOAC y la Editorial ZYX cuando Remigio potenció sus cualidades, que puso al servicio de la militancia. Si bien desde siempre fue un hombre al que la gente quería y respetaba por su generosidad y honradez, y con dotes naturales para la comunicación, este acontecimiento irradiará toda su vida, llenándola de sentido. En los primeros años de la década de los 60, un puñado de personas crea la HOAC y ZYX en Las Palmas de Gran Canaria, reuniéndose clandestinamente en la Parroquia de San Pablo, y empiezan a plantearse la necesidad de influir en los ambientes. Querían iniciar un movimiento auténticamente obrero y auténticamente cristiano.
Tremendamente inteligente, a pesar de haber sido uno de tantos hombres que apenas fue a la escuela, tenía un gran sentido común. Pero su interés por formarse era enorme, y comenzó a no perderse un cursillo, ni un encuentro o reunión. El Plan de Formación, con su método de «Ver, juzgar y actuar», que Remigio hizo suyo, potenciaron en él sus cualidades de observación y de respuesta de la realidad, dándole una herramienta de análisis muy completa e integral para la vida y la lucha. Su militancia obrera, desde la fe, le llevó a crear sindicatos. Fue un gran impulsor de éstos, reuniéndose con numerosísimos grupos, a los que animó a trabajar; pero todos, como los Sindicatos Autónomos que fundara en el Puerto, tienen esa impronta cristiana, la búsqueda del cambio de instituciones desde la transformación de la persona, y que los hacía diferentes a los grupos obreros de impronta «marxista», con los que viven tensiones e intentos de manipulación. Cosa que Remigio intuyó en los años de la transición y supo salvar: los grandes partidos y sindicatos, ya aliados con el poder, irían a robar los frutos del movimiento obrero. El mismo Remigio, gran estratega, que fue capaz de poner en jaque al Puerto en 3 ó 4 grandes huelgas, fue «tocado», y no picó.
Desde los primeros momentos, Remigio trató de infundir entre los trabajadores una idea muy simple pero que intuía vital para el colectivo: la unidad del sector. Como los militantes portuarios de aquella época, tenía un estilo distinto: hablaba con la patronal y al terminar bajaba a cargar, era un compañero más. Llevaba el peso, pero el movimiento siempre fue en esencia autogestionario. La asamblea los respetaba y tenía confianza en ellos. Conocían su prudencia, no serían llevados estúpidamente a una acción sin estrategia.
Tan sensible hasta para vivir como vivían los obreros, Remigio vivió con su familia durante muchos años prácticamente en una chabola. En su relación con sus hijos y su esposa era un hombre cariñoso, que se entregaba mucho, buscando además que sus hijos estudiaran. Con su mujer, Carmen, fue enormemente delicado, especialmente cuando ella enfermó de cáncer. Remigio era un militante de 24 horas, que había hecho normal en su vida las reuniones hasta la madrugada o los continuos viajes, lo que supuso sufrimientos; pero era su forma más alta de amarlos: dejarles un mundo más humano. A pesar de esto, Carmen lo asumió y siempre estuvo a su lado. Ella le preguntaba por las huelgas y le decía que tuviera cuidado, porque sabía que su marido se jugaba el tipo. Abrió su casa siempre a los militantes.
No entendía que el político fuera el verdadero camino del movimiento obrero. Remigio vivió enfrente del PSOE, al que consideraba traidor a los obreros. Su actuación fue por eso exclusivamente sindical. Un movimiento obrero abierto a otros sectores, lugares y generaciones fue otro de los rasgos de su concepción de la lucha, un movimiento sin fronteras, sin corporativismo…, recuperando sus valores históricos. Y además, entendió que la clase obrera no podía quedarse en su centro de trabajo, que tenía que abrirse a otros, por lo que comenzó a contactar con otros grupos, e incluso a agitar para que nacieran movimientos en otros sectores, como las asociaciones vecinales. El movimiento portuario se solidarizaba con otras causas: las movilizaciones de la agricultura del sur grancanario; con el pueblo saharaui; e incluso hasta con una huelga de guardias civiles, lo que demuestra su independencia y sensibilidad ante la injusticia, no importa el colectivo que la padezca. Apoya y da impulso a la gente joven que empezaba a moverse entonces en la aparcería en el sur, donde se iniciaron en la militancia Camilo Sánchez, Carmelo Ramírez…, y al que él daba un «aire de seriedad». Su experiencia marcaba pauta.
Participó activamente en el movimiento portuario nacional e internacional, por lo que viajó muchas veces a la península y a distintos puertos de Europa, para asistir a encuentros y asambleas, por la extensión y consolidación de un sindicato portuario internacional fuerte y solidario.
La historia obrera del Archipiélago no se puede escribir sin Remigio. Aunque ahora muchos quieran silenciar su figura y su aportación, porque su lucha, tremendamente coherente con su vida, no sólo desenmascaró al sistema franquista, capitalista, sino también a los grupos que manipulaban el movimiento obrero. La Coordinadora portuaria nacional le dio una medalla de oro antes de morir. La Casa del Sindicato, que fue obra suya, lleva hoy su nombre. Murió de cáncer de estómago. Consciente de su enfermedad, sabiendo que duraría sólo unos meses, la aceptó con la entereza que le daba la fe y que asombró a todos. El día 20 de febrero de 1991 fue enterrado. El acontecimiento, como toda la vida y la obra de Remigio, estuvo lleno de serena emoción, sinceridad, amistad y compromiso.
Del libro: Militantes Obreros. Semblanzas
(Ed. Voz de los sin Voz)