Sobre la licitud o no del uso actual –en los Estados Unidos– de vacunas que hace décadas fueron elaboradas con células procedentes de fetos abortados voluntariamente ha contestado —por encargo de la Congregación vaticana de la Doctrina de la Fe– la Academia Pontificia para la Vida (APV), alertando al Estado de su deber de requerir a la industria vacunas de otro origen.
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 26 julio 2005 (ZENIT.org).-
El criterio de la Academia se expresa en un documento que publica en la revista «Medicina y Moral» -editada por el Centro de Bioética de la Universidad Católica de Roma–.
Se trata de «un estudio a partir de una pregunta precisa planteada por algunos grupos de asociaciones pro-vida de los Estados Unidos, que se encontraron ante este problema», explicó el sábado el presidente del organismo vaticano, el obispo Elio Sgreccia, a los micrófonos de «Radio Vaticana».
Y es que «en los Estados Unidos –comentó– se practica la vacunación a los niños de las escuelas, obligatoria, contra la rubéola, el sarampión, las paperas, pero sobre todo contra la rubéola, con una vacuna –nuestro documento no se refiere a todas las vacunas, sino a esta vacuna– que se denomina RA27/3. Es contra la rubéola, pero pueden existir también vacunas trivalentes, contra rubéola, sarampión y paperas».
«Mientras en Italia se emplean vacunas elaboradas de forma diferente, utilizando células animales –ejemplificó–, los Estados Unidos usan aún una vacuna que ha sido elaborada con células procedentes de fetos humanos abortados».
«Por lo tanto se dio en el origen, hace ya varios años, la colaboración entre quien elaboró la vacuna y quien practicó el aborto. Este es el punto que ha suscitado la oposición de los movimientos pro-vida», especificó el prelado.
En este contexto, «la oposición de los progenitores a la vacunación en las escuelas choca tanto con las disposiciones estatales como con el bien de los niños, quienes en ese preciso ámbito geográfico no tienen otras vacunas a las que recurrir».
Si no se les vacuna, aclara, «no sólo quedan expuestos, sino que además el niño infectado y no vacunado, aunque no tenga síntomas, puede contagiar a los demás».
Por lo tanto «por una parte existe la necesidad de vacunar a los niños, y por otra hay se distribuye en esas zonas de los Estados Unidos una vacuna que hace una veintena de años fue elaborada utilizando fetos abortados», resumió.
Ante esta situación, la Academia Pontificia para la Vida ofrece en su documento una doble respuesta.
«Por un lado se dice que utilizar estas vacunas en ese contexto preciso, en los Estados Unidos, es lícito porque allí no hay otras vacunas a disposición en estos momentos», precisó el prelado en la emisora pontificia.
«Por otro lado –aclaró al seguir ilustrando la primera respuesta–, la «colaboración» con el aborto ha ocurrido a distancia de tiempo y a distancia de lugar, respecto a cuando fueron obtenidas las primeras células, que después fueron multiplicadas y difundidas».
En este sentido, «para quien realiza ahora la vacunación, los médicos que la administran, los niños que la reciben, no existe ninguna colaboración culpable, tanto menos formal. Éstos no tienen nada que ver con el aborto practicado en aquella ocasión. En esos lugares, en este momento, es licito realizar la vacunación, es más, necesario porque los niños la necesitan», recalcó.
«La segunda respuesta es que, en cambio, el Estado debe requerir a las industrias que fabriquen vacunas sin recurrir a fetos, tanto menos al aborto, porque hoy, con los progresos de la ciencia, se pueden elaborar adecuadamente vacunas eficaces, como sucede en Europa, recurriendo a células animales», concluyó.
En las próximas horas, se podrá consultar el documento íntegro de la Academia Pontificia para la Vida en la edición de Zenit en inglés (www.zenit.org/english), en la sección «Documents».