Revista Autogestión 147 «Jóvenes a pesar de todo… ¡Sí a la vida!¡Sí a la solidaridad!

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De la euforia a la frustración

(Editorial)

Si toda etapa de la vida es una inmensa oportunidad para descubrir la persona que todos estamos llamados a ser, la juventud es precisamente una de las etapas más apasionantes. Posiblemente la más desafiante y esperanzada. Seguro que también una de las más complejas y difíciles. En cualquier caso, es una etapa en dónde tomamos conciencia más clara del vértigo que supone existir y vivir asumiendo plenamente las riendas de nuestra vida.

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El vigor físico, la madurez intelectual, la eclosión de la fuerza de la sexualidad, el deseo de autonomía, … son componentes que necesariamente la van a condicionar.
Algunos jóvenes quizás rechazan esta etapa de la vida, porque quisieran seguir siendo niños, o desean una prolongación indefinida de la adolescencia y el aplazamiento de las decisiones. Entre los que van tomando conciencia de la etapa que están viviendo, en algunos se produce una especie de ansiedad.

En otros, el miedo. Ambas generan una especie de parálisis en la toma de decisiones. La juventud, sin embargo, no puede ser un tiempo en suspenso: es la edad de las decisiones y precisamente en esto consiste su atractivo y su mayor cometido.

El conflicto surge porque, a su vez, la juventud está marcada por el deseo de vivir y aprovechar al máximo el presente, por querer apurar hasta el límite el momento. Esta actitud contiene en este momento una peligrosa deriva egocéntrica, autorreferencial e incluso narcisista. Vivir a tope el presente parece resultar incompatible con cualquier sentido de la responsabilidad.

Las expectativas generadas por dar rienda suelta a la “libertad”, una sensación de euforia, suelen acabar, sin embargo, en una estruendosa frustración. La realidad es tozuda y, la mayoría de las veces angustiosa y desesperante: huérfanos de hecho; envueltos en relaciones efímeras, superficiales, virtuales, dónde unos a otros se instrumentalizan, se usan, se abusan y se destruyen; estudios y esfuerzos que no conducen nada más que a la precariedad infinita, a trabajos rutinarios, funcionariales, de servidumbre y esclavitud; migraciones forzosas que implican separaciones familiares y ponen en riesgo los ahorros y la vida; … En demasiadas ocasiones este vivir a tope el día a día sólo demuestra un deseo de escapar de los pequeños o grandes fracasos que vamos experimentando. 

El presentismo, marcadamente hedonista, se convierte en una fuga del sinsentido, una huida del vacío que conduce hacia la nada. Se trata de una huida obsesionada con más y más deseos en las que nos convertimos en presas fáciles del placer frívolo, de la obsesión por el dinero y el éxito y de las ideologías de moda. Se asume una derrota anticipada frente a cualquier meta o proyecto que merezca la pena. No tendríamos nada que decir si este presentismo fuera una disposición a celebrar la vida, si fuera expresión de un vitalismo agradecido con tantos regalos y tanta belleza que somos capaces de experimentar. Pero el presentismo que con el que se comercia cobra la forma de un camino hacia la autodestrucción, de un suicidio lento y angustioso que se lleva por delante las vidas de todos los que tenemos alrededor.

Por ello debemos tomar conciencia de la importancia que también tiene esta etapa para asentar las bases de un proyecto de vida entusiasmante, lleno de posibilidades. Porque, además, necesariamente, van a tener que tomar decisiones que configurarán en gran medida su existencia. Decisiones que tiene que ver con la amistad, el amor y las relaciones sexuales. Decisiones que afectan al ámbito personal, profesional, social y político. En definitiva, es la etapa en la que descubrimos, o debiéramos descubrir y responder a nuestras “vocaciones” o, mejor dicho, a las diferentes dimensiones que adquiere la pregunta fundamental, se haga explícita o no, y que está siempre presente en todas las decisiones: ¿Qué puede dar un auténtico sentido a la vida, a mi vida concreta? ¿Qué hace que mi vida tenga sentido?

Es necesario abandonar el sinsentido del péndulo tramposo y destructivo que nos lleva de la euforia a la frustración para colocarnos en la tensión que nos permita descubrir nuestra vocación. Abogamos por una aventura mucho más fecunda y humanizadora. En el punto de partida, adentrarnos en el fabuloso misterio de conocernos en el espejo de la responsabilidad. Ello nos permitirá valorar con gratitud y celebrar todo lo que la vida nos ha regalado y todo lo que la vida nos ofrece. En el punto de mira, el compromiso por el bien común, orientando nuestros pasos y haciéndonos descubrir que lo más constitutivo de todo ser humano se vive en la construcción de la justicia y la fraternidad.

Editorial Revista Autogestión

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