La democracia formal es una estafa
Editorial
Vivimos en medio de una revolución digital neocapitalista donde toda la tecnología se está utilizando para controlar más intensamente a la población. Este control abarca los cuerpos, las mentes y las almas con una agresividad históricamente inaudita. La geopolítica, -incluida la astro-política-, la biopolítica y la psicopolítica se han integrado en un nuevo modelo de gobernanza donde el poder económico, representado por las grandes corporaciones (occidentales, chinas, etc.) del capitalismo global, ha subsumido al poder político nacional, internacional y trasnacional adquiriendo una (pseudo) legalidad siempre soñada por el poder económico. Al mismo tiempo, la llamada sociedad civil capitalista, formada por fundaciones y organizaciones multimillonarias, ha secuestrado la opinión social imponiendo las ideologías del poder; instilando la cultura neocapitalista de manera sistemática y permanente y silenciando las causas de las grandes injusticias como el expolio a los países empobrecidos, la explotación y la precariedad laboral o las guerras por los recursos económicos.
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El inmenso poder financiero y tecnológico de las grandes corporaciones neocapitalistas controla la vida y la muerte de países y continentes enteros, empobrecidos y también enriquecidos. Una sola decisión tomada en un despacho que suba o baje los tipos de interés; que modifique las cotizaciones de productos básicos o permita o no un préstamo financiero a un país pueden provocar millones de muertos, de hambrientos, de desplazados, de desempleados, de desahuciados,…El neocapitalismo es un sistema global de iniquidad.
Así es la verdadera estructura política del mundo. Ocultarla y silenciarla es ser cómplice. Por ello podemos afirmar que la llamada democracia representativa liberal es una verdadera estafa. Siempre lo fue en tiempos del capitalismo industrial, pero ahora mucho más. La llamada democracia y sus mecanismos electorales son un mero juego de artificio para engañar y distraer a la población y generar una apariencia de legitimidad a la clase política que gestiona los intereses del poder corporativo. Aceptar este juego es ser cómplice del neocapitalismo totalitario que es quien realmente decide. Todos los partidos políticos de la realpolitik que sostienen públicamente la importancia decisiva de las elecciones y de la democracia son unos estafadores y unos cipayos del poder corporativo.
Ante esta realidad incuestionable solo quedan dos posturas.
Una, aceptar la dominación y sumisión al capitalismo jugando a la democracia liberal, votando o no de vez en cuando, y acatando el nuevo modelo de estado totalitario a cambio de un cierto bienestar material, pero al precio de ser esclavos y adictos.
Y otra, hacer una revolución moral, solidaria y autogestionaria que, formando personas, familias y asociaciones en la base del pueblo desde lo pequeño organizado, vayan asumiendo sacrificadamente responsabilidades sociales y políticas al margen del poder. Personas, familias y asociaciones que rechazando las formas de vida capitalistas descubran su intrínseca vocación por el Bien Común en todas las dimensiones de su existencia. Solo está postura hace posible vivir en la verdad y en la esperanza.
Nunca como ahora ha sido más evidente aquella profecía: «El mundo será autogestionario o no será»
Editorial