La Agenda 2030 de la ONU no acabará con el hambre
Editorial
En 2015 finalizó la ejecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Tras el fracaso sin paliativos en la consecución de estos, los líderes mundiales decidieron aprobar, en septiembre de ese mismo año, una nueva agenda compuesta por 17 objetivos, 169 metas y 232 indicadores: los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Desde entonces, no hay propuesta de la ONU y sus agencias, de los partidos políticos, las organizaciones filantrópicas, ONGs, asociaciones de todo tipo… que no haya asumido la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Sin duda, la Agenda incorpora propuestas, objetivos, que cualquier persona firmaría sin ningún tipo de dudas: acabar con la pobreza, con el hambre, garantizar la salud… aunque sea para 2030. Resulta sorprendente, incluso, que personas y grupos tan dispares, con ideas e intereses tan distintos como los partidos políticos de izquierdas y de derechas, empresarios de todos los sectores, sindicatos, multinacionales, grupos ecologistas, escuelas, universidades, ONGs, administraciones locales y autonómicas, fundaciones, medios de comunicación, científicos… de cualquier signo, de cualquier ideología,… todos compartan y apoyen los ODS. Un gran logro, sin duda. Incluso, podríamos pensar que es un signo de esperanza: esta vez sí.
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Sin embargo, vale la pena pararse un poco. Si los ODM, menos numerosos y exigentes (8 objetivos y 28 metas), no se alcanzaron, ¿no serán demasiados objetivos los previstos en esta ocasión? ¿resultan creíbles? Por ejemplo, el Objetivo 1. «Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo», ¿de verdad nos lo creemos? ¿Las decisiones que se toman cada día nos hacen ser optimistas? ¿las políticas económicas van en ese camino? Con tanto idealismo, con la sociedad acomodada y adormecida, corremos el riesgo de olvidar lo realmente importante, no saber mirar y diferenciar lo fundamental, lo más urgente, perdiendo así el foco en las soluciones propuestas.
Los ODS parecen más una declaración de intenciones para tranquilizar conciencias. Un texto que se aprueba y se guarda en la memoria, sin ninguna obligación para cumplirlo o sanciones si no se cumple, que nos hace sentir que estamos en el buen camino, a pesar de ser conscientes de su inutilidad por imposibles.
Las soluciones que se imponen parecen más bien los deseos y necesidades, los objetivos de los países donantes, que las prioridades de los países empobrecidos que sufren las consecuencias de nuestro estilo de vida. Soluciones a gusto del que las financia. Quien paga, manda… y pone las condiciones para ayudar.
Miles de empresas de todos los sectores, que se lucran a costa del hambre, el expolio y la miseria de la mayoría de la humanidad, han manifestado su adhesión a los ODS. Ellas son su principal fuente de financiación y, bajo el disfraz de la Responsabilidad Social Corporativa, acechan como lobos las posibilidades de negocio que les brinda la Agenda. ¿Cuántas exigencias políticas, económicas, sociales, legislativas, de ajuste se están imponiendo a esos países para librar recursos económicos para ellos? No se cuestiona el modelo económico, ni la concentración de riqueza en manos de unos pocos, no se renuncia al aprovechamiento sin escrúpulos de sus recursos disponibles, no se pone límite al robo, a la degradación ambiental, a los abusos fiscales, a la evasión de capitales, a las leyes comerciales,…
Y avanzando un poco más. La aceptación universal de los ODS ha supuesto un ejemplo más de colonización ideológica. Se dice que su objetivo fundamental fue poner a las personas en el centro del desarrollo, sin dejar a nadie atrás. Sin embargo, se aprobaron rebajando metas y sin escuchar las demandas que exigían cambios en los países del norte enriquecido: desaparición de los paraísos fiscales, creación de rutas seguras para los migrantes y refugiados, combate contra la explotación y expolio de recursos naturales por parte de las multinacionales y países del norte, control sobre las transacciones económicas, respeto a los derechos humanos, erradicación de la esclavitud infantil, acatamiento de la legislación laboral y medioambiental,…
Por tanto no, no es verdad. Ni la ONU ni los ODS pretenden acabar con el hambre y la miseria de la mayoría de la humanidad. Aunque existan recursos suficientes para lograrlo, no existe voluntad política. Los acuerdos adoptados no dejan de ser papel mojado, una declaración de intenciones para enmascarar los verdaderos objetivos: aumentar los beneficios económicos a costa de la explotación y el expolio de los países empobrecidos.