Iberoamérica y la necropolítica
Aunque la pandemia ha ocupado casi íntegramente la agenda pública durante los últimos meses, no debemos olvidar que existen otras tragedias, igualmente graves o más graves que el coronavirus. El hambre y la violencia crónica en Iberoamérica son algunas de ellas. En esta región, millones de personas se enfrentan diariamente a la odisea de conseguir alimento y escapar de la violencia. Y a cada crisis, sea la que sea, siempre le corresponde un aumento de los damnificados.
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Un estudio de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU) de 2020 augura un descenso del 1,8% en el PIB regional. La CEPAL, que excluye en este estudio a Venezuela, estima que el índice de pobreza podría llegar al 33,8% este año, lo cual equivale a casi 24 millones de personas adicionales en esa condición. Iberoamérica es la región más violenta del mundo, además de ser la única donde la tasa de homicidios ha seguido aumentando. En algunos países de la región seguirá ocurriendo lo que ya está en proceso: más hambruna, afianzamiento de las dictaduras y tiranías, muchísimo más control policial y militar (con colectivos armados paramilitares si hace falta) y muchísimo más control ideológico tecnocapitalista.
Sin embargo, al igual que el capitalismo industrial siguió haciendo negocios con el nazismo mientras Hitler llevaba a cabo su política genocida, hoy el capitalismo financiero sigue haciendo negocios a costa de la vida de los empobrecidos de esta región. La entrega de los recursos minerales que quedan a empresas extranjeras a cambio de beneficios para los grupos de poder enquistados de manera parasitaria en los Estados, el aumento de muertes por violencia y enfermedades, la desesperanza y la resignación, serán elementos que seguirán estando presentes en la sociedad iberoamericana. Seguirán aumentando los negocios del narcotráfico y el contrabando de todo tipo de bienes, incluyendo la ignominiosa trata de personas. Nada de esto se entiende en una de las regiones más ricas del mundo sino porque obedece a una clara estrategia política de pena de muerte para los que el sistema neocapitalista descarta.
De la violencia directa y crónica que padece esta región habría además mucho que hablar. Jamás ningún gobierno ha acometido una reforma policial y militar que suponga el control de las armas, de las municiones, y una política claramente preventiva del delito. Todo lo contrario, las políticas militarizadas han tenido apoyo de la mayoría de los gobiernos de Iberoamérica. Se aumentan sistemáticamente los gastos en compra de armas y se disminuyen para otras áreas vitales. Ante la crisis, los gobiernos de la región están tomando además atajos institucionales que están impactando negativamente, aún más, en las democracias y en las libertades. Hay un verdadero consenso a la hora de aplicar políticas de «mano dura». Y en esto, en la forma de afrontar los problemas sociales y la criminalidad, apenas se nota la orientación política de los gobiernos.
Por esa razón debemos acudir también en Iberoamérica a conceptos como necropolítica, del filósofo camerunés Achille Mbembe. Él la define como una política de muerte contra un sector de la población, a la que se somete a un estado de excepción y de enemistad rutinario, que se halla en la base de la práctica estatal del derecho de matar. La población se siente acorralada por una forma de gobernanza criminal en dónde actúan impunemente los distintos poderes armados, bandas o colectivos no estatales o paraestatales, con los cuales se convive. Y, al mismo tiempo, tienes la invasión armada por parte de las fuerzas policiales. Sin duda, es la zozobra como forma de vida.
El populismo, verdadero pilar de este retroceso antidemocrático, reforzará esta tendencia. Los líderes populistas suelen sacar provecho de la debilidad económica, el desempleo a gran escala y el aumento de la desigualdad. Y, en condiciones de mayor incertidumbre económica, habrá un fuerte impulso a echar la culpa de la crisis a los extranjeros. Los trabajadores industriales y grandes franjas de la clase media se volverán más permeables a la retórica populista, en particular en lo referido a restringir las migraciones y el comercio. Tenemos ejemplos muy claros en países como Trinidad y Tobago deportando a miles de inmigrantes venezolanos, o en Estados Unidos haciendo lo mismo con los migrantes de Haití. Pero en la misma línea está el comportamiento de Chile, Ecuador, Perú o Argentina.
El saldo de la acción política es, por tanto, dramático y nefasto: ni hay voluntad política para acabar con la miseria, ni la hay para acabar con la corrupción, ni la hay para acabar con la violencia. Si queremos cambiar esta situación dramática tenemos que crear bases sólidas y verdaderas para unas relaciones internacionales de cooperación y justicia. Unas relaciones que no pueden quedarse en el devastador asistencialismo generador de dependencias y deudas que siempre se cobran. Iberoamérica tiene las riquezas materiales y, sobre todo, humanas, para asumir un protagonismo solidario y autogestionario.
Editorial de la Revista Solidaria Autogestión 141
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