Revista Id y Evangelizad 128 «Fe y política: Hacer nuevas las cosas»

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Rehacer el vínculo entre fe y política

Editorial de la Revista Id y Evangelizad 128

Al contrario de lo que enseña el liberalismo-secularismo, de izquierdas o derechas, fe y política no se deben separar ni confundir. Esa visión bipolar que proclama que la fe es exclusivamente subjetiva y para la vida privada, mientras que la política se rige por contratos sociales sin vínculos religiosos, es la que nos ha llevado a la situación calamitosa en la que nos encontramos, tanto en la sociedad como dentro de la propia Iglesia. Por ello, una de las principales tareas a la que nos enfrentamos los católicos es la clarificación del vínculo entre fe y política.

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Para esto es necesario revertir y transformar el proceso privatizador de la fe y la consiguiente divinización del poder que se inicia a finales de la Edad Media y que tiene su gran impulso en el protestantismo y la Ilustración. Somos testigos directos del resultado final de este proceso perverso: el imperialismo materialista, transnacional y biopolítico, que se cobra cada segundo la vida de los más débiles, los empobrecidos de la Tierra, los niños en el vientre de la madre, los ancianos, los trabajadores… y nuestras propias conciencias, identidades y vínculos solidarios.

Es imprescindible transformar, desde la raíz, esta falsa cosmovisión dualista que se nos sigue inculcando no solo en el sistema educativo y los medios de comunicación, sino en las mismas catequesis, homilías y clases de teología. Para empezar, todos (no solo los católicos) tenemos que reconocer que la política, como cualquier actividad humana, solo es benéfica si reconoce su limitación estructural y, por consiguiente, la necesidad de afirmar su fundamento sobrenatural, bien sea en la verdadera religión revelada plenamente en Cristo y Su Iglesia, y/o (en su defecto) en la ley natural que está grabada en la conciencia de todo ser humano por el propio Dios. La política, aunque es una cosmovisión totalizadora de la vida, no puede justificarse en sí misma, si no quiere caer en manos de los déspotas. Esto es así, sin necesidad de caer en el otro extremo, también execrable, que diluye la propia densidad secular de lo político en el confesionalismo.

La historia, los hechos, demuestran la verdad de lo que afirmamos: las sociedades que han edificado su polis sobre las bases sobrenaturales del cristianismo y la ley natural son los mejores exponentes de desarrollo humano, científico y artístico, sin ocultar que en ellas también creció la cizaña y que fueron responsables de gravísimos errores. Por ejemplo, la transformación del Imperio romano en los tres primeros siglos después de Cristo; la construcción de la Europa occidental tras superar la anarquía provocada por las invasiones bárbaras; la paz, unidad y prosperidad que vivió América en el mejor periodo de su historia (desde el siglo XVI hasta su fallida independencia a comienzos del XIX); los inicios del Movimiento Obrero a finales del siglo XIX, hasta ser falseado por ideologías materialistas…

Lamentablemente, desde la arremetida del protestantismo y la Ilustración, el catolicismo ha dejado de ser el motor de transformación de la política y ha aceptado, paulatinamente, un papel acomodaticio en el nuevo orden liberal-secularista, hasta el punto de que el mayor dilema de los cristianos parece ser si es mejor la derecha o la izquierda, este o aquel candidato. Hemos renunciado a nuestra específica e imprescindible aportación, la de construir -a partir de la vivencia cristiana- cultura cristiana (es decir, ethos, telos, logos y pathos; ética, finalidad, racionalidad y sensibilidad) que edifique polis.

Estamos emplazados, como en los grandes cruces de camino de la historia, a dejar de ser meros comparsas de un sistema político totalmente desnaturalizado para hacer nuevas todas las cosas.

 

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