De tronos y cadalsos
Editorial
Se atribuye a José Donoso Cortés la afirmación «Levantamos tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias». De este modo denuncia el pensador a todos aquellos que protestan ante ciertos fenómenos sociales pero, simultáneamente, fomentan las causas que los provocan y, lo que es peor, son partícipes de las formas de pensar que los originan.
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Estos juegos de tronos y cadalsos también se dan dentro de nuestro catolicismo. La llamada pastoral juvenil es un ejemplo bastante esclarecedor: es frecuente escuchar -en los corrillos eclesiales- lamentos por la ausencia de los jóvenes en las celebraciones, catequesis y en general en la vida de la Iglesia. Son numerosas las parroquias en donde los aspirantes al sacramento de la confirmación son rara avis.
Frente a esta espantada juvenil, hay quienes ya han tirado la toalla, aduciendo que dicha evasión es imparable, algo así como un signo de los tiempos. Otros, siguen peleando por la evangelización de los jóvenes, pero usando una estrategia apostólica equivocada que entroniza la causa principal del desquicie que sufren nuestros hijos, que es la ausencia de comunidades cristianas al estilo de la tradición católica.
La juventud es una etapa de transición y proyección, que necesariamente precisa de un proyecto elaborado y encarnado (real) que les vincule al Padre y a los hermanos y les arraigue a una historia y tradición; eso son las comunidades cristianas conformadas por familias, consagrados y ministros ordenados, con una nítida identidad cristiana entusiasmante y con una misión bien definida que sea respuesta a la crisis sistémica universal. La conversión a Cristo (y a nada ni nadie más), el amor incondicional a la Iglesia y la encarnación en los empobrecidos son las coordenadas indispensables en la fraternidad cristiana. Si los jóvenes viven dentro de esas comunidades, aprenderán a leer y entender su vida personal, la del mundo materialista que nos ha tocado y tendrán esperanza para construir, cambiar y responsabilizarse.
Además, las comunidades católicas (si quieren incorporar a los jóvenes) deben asumir enormes retos, como es la desconexión de los menores con lo virtual para volver a lo real, a la lectura, a la naturaleza y, sobre todo, a los sufrientes concretos. Otro desafío ineludible es la necesidad de unir la dimensión procreativa y la unitiva en el matrimonio para acabar con la cultura del hijo único o de la parejita y para redescubrir la alegría de la vida, la familia amplia y el compartir fraterno. Con jóvenes educados en la soledad, el capricho y las relaciones virtuales no solo no vamos a cambiar la raíz del problema, sino que entronizamos las consecuencias de la destrucción de la cultura cristiana.
Por eso, no podemos seguir perdiendo el tiempo con pastorales “ad hoc”, sectoriales, parciales, centradas en grupos seleccionados por la edad, tal como se viene haciendo en los últimos 60 años, con evidente fracaso y con seguidismo del pensamiento liberal-pragmático. Si las ingentes cantidades de tiempo, esfuerzos y personas dedicadas a estas pastorales sectoriales (como la juvenil) se dedicasen a la formación de comunidades cristianas netamente católicas, estaríamos poniendo, por fin, las causas del problema en el cadalso.
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