Rosas Marchitas en Ecuador

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En Cayambe hay trabajo de sobra. Nadie emigra a España. Allí crecen las mejores rosas del mundo, las mismas que adornaron la boda de los Príncipes de Asturias. Pero también hay espinas en el paraíso: abusos sexuales, explotación infantil…

La gigante alfombra de plástico blanco se extiende sobre el valle ecuatoriano de Cayambe, 80 kilómetros al norte de Quito. Bajo ella, un sinfín de potentes reflectores, ideados para acelerar el crecimiento de las plantas, enfocan constantemente a la nueva estrella de la economía nacional. Las rosas de más de un metro de largo que cada mañana adornan el exclusivo y remoto Buró Al Arab, en Dubai, el hotel más caro del mundo, han sido cortadas en estas plantaciones. Igual que las que vistieron de gala la catedral de la Almudena el día de la boda de los Príncipes de Asturias. Las mismas también que les quitan de las manos a los vendedores rusos cada 8 de marzo, cuando se celebra el Día Internacional de la Mujer.


 La extraordinaria calidad de la rosa de Cayambe, considerada por los expertos la mejor del mundo, ha convertido a Ecuador en el primer exportador mundial del sector, por delante de tradicionales productores como Colombia o Kenia. Con unos 2.500 millones de tallos producidos, la flor inyectó 320 millones de euros en las arcas del país en 2005. Sólo le superaron los dólares del petróleo y del banano.


 Con estos números, no es de extrañar que Cayambe (80.000 habitantes, el 47% indígenas) sea uno de los pocos reductos nacionales que resisten a la sangría de la emigración que se ha llevado fuera del país a tres millones de compatriotas. La población de este cantón, lejos de mermar, se multiplica.


 Es la cara más bonita y comercial de una floreciente industria que no siempre huele precisamente a rosas. No son pocas las voces que denuncian que se trata de un negocio sembrado de espinas: contaminación ambiental, problemas de salud de los trabajadores, bajos salarios, largas jornadas laborales…


 «Qué hacer si sufre acoso sexual en las plantaciones». El cartel cuelga de la pared del local de Fundess, el centro que facilita apoyo legal a los trabajadores de los invernaderos de Cayambe.Alrededor de la nota, desperdigadas, se amontonan fotos de alguna finca, del volcán de Cayambe, de las vecinas termas de Oyacachi…Varias sillas viejas, una mesa grande y un par de ordenadores caducos es todo el mobiliario. Es aquí donde acuden los jornaleros para contarle a César Estancio, presidente de Fundess, que los han despedido «porque ya no hacían falta». O que padecen asma, cojera o cefaleas por la exposición a los pesticidas. O que se han negado a obedecer a su jefe cuando les ha espetado: «No seas malita, acompáñame al hostal de la esquina». Es el caso de Celinda Fernández, 32 años muy mal llevados, natural de Juan Montalvo, uno de los barrios con más miseria de Cayambe, y ex trabajadora de los campos de rosas desde el pasado 18 de julio. «No accedí a irme a la cama con el supervisor. Le dije que le sacaba los ojos con las uñas», cuenta acomodada en uno de los destartalados asientos del centro.


«Defendemos sus derechos laborales porque sólo dos de las 400 empresas que trabajan en el sector tienen sindicato», dice el correoso César Estancio, quien también cortó rosas hasta que su empresa comenzó a cultivar números rojos y lo pusieron en la calle. El mismo destino, también por quiebra, corrieron los 52 trabajadores de la compañía Rosas del Ecuador. Llevan tres años en huelga reclamando que les paguen lo que les deben. Como en el sector les han colgado el sambenito de problemáticos, no hay quien los contrate y han tomado las instalaciones de la antigua compañía por su cuenta y han montado en ellas huertos y criaderos de pollos, vacas y cuyes (especie de roedor). Se reparten los beneficios.


 Más sangrante aún es el tema de los niños. Según la Organización mundial del trabajo (OIT), un 20% de los empleados de las fincas de rosas lo son. Es fácil ocultarlos a las miradas de los turistas que, captados por los touroperadores, se pasean por los invernaderos y toman fotografías del colorido mural. Y cuando toca la programada inspección del Ministerio de Trabajo o del organismo internacional de turno basta con decirles que se queden en casa. En teoría, ningún menor de 15 años puede ir al tajo. «No me gustan las flores porque es un trabajo aburrido y hace mucho calor», dice el pequeño Jairo H, ataviado con una visera roja y un pantalón carcomido por el trabajo y el calor. Comenzó echando una mano a sus padres sólo los sábados (el 99% de los niños de Cayambe tiene algún familiar que trabaja la rosa) y acabó doblando el lomo toda la semana. Frecuentemente maneja productos químicos y residuos, dos de las actividades expresamente prohibidas para los niños por la OIT. «No es fácil meterte en la vida de las familias indígenas, donde es normal que el niño trabaje pero controlamos que todos vayan a la escuela», dice Diego Bonifaz, alcalde de Cayambe, quien, junto a la Asociación de Floricultores, ha puesto en marcha un programa para eliminar la explotación infantil. Pese a ello, hace mucho que Jairo no va a la escuela. Tiene 11 años y la cara quemada por el Sol.


 EL PARALELO CERO


Justamente en los rayos que abrasan a Jairo está el secreto que explica la extraordinaria calidad de las rosas de Cayambe. Cuanto más cerca se cultive esta especie del paralelo 0 -el de Ecuador, donde los rayos del Sol son más perpendiculares- más perfecta será flor. Ello, unido a que Cayambe es una zona montañosa, con una altura ideal para la floricultura -entre 2.600 y 3.000 metros sobre el nivel del mar- y una temperatura estable todo el año hacen que sus rosas tengan los tallos más largos, los pétalos más resistentes y colores más intensos. Mientras que las flores que ofrecen los chinos en cualquier bar español aguanta como mucho esa noche, las de Ecuador se mantienen en pie entre dos y tres semanas. En las floristerías se venden a tres euros la unidad, diez veces su precio en origen.


 Una gallina de los huevos de oro que los ecuatorianos descubrieron hace poco más de dos décadas. Las dos primeras hectáreas que se plantaron en 1983 se han convertido hoy en 3.870, en las que trabajan directamente 60.000 personas. De las 400 empresas que se dedican a las rosas en la actualidad, más de la mitad están en Cayambe, de donde sale el 70% de la producción nacional. «Una bananera da trabajo a cuatro personas por hectárea, las flores, a 15», dice Miguel Mascaró, director de Expoflores, la asociación de exportadores que integra a 200 empresas del sector.


 Teóricamente, la jornada en los invernaderos comienza a las seis de la mañana y se prolonga ininterrumpidamente hasta las dos. Son las 40 horas semanales que, como máximo, establece la ley. El resto debería pagarse como horas extraordinarias, pero pocas empresas lo hacen. En julio pasado, Celinda Fernández osó solicitar 25 dólares de horas extras a su compañía, Hoja Verde. Pedía mucho menos de lo que realmente le debían. La despidieron. Oficialmente la echaban por dedicar «malas palabras» a su supervisor. «Le dije que era una mujercita, sí señor», confiesa entre tímida y divertida por su supuesta osadía.


 Celinda, madre de dos hijos, casada con otro bracero de la rosa, cobraba el equivalente a unos 118 euros al mes, que se quedaban en 95 tras restarle la comida, el transporte hasta la finca, la seguridad social, y una especie de fianza por si dañaba las herramientas o la ropa. Según el Instituto de Estadística Ecuatoriano (INEC), la cesta básica de alimentos asciende a 360 euros. Cuatro veces más que lo que ganaba Celinda.


 Con mucho más mimo que a los trabajadores parecen tratar los productores a sus rosas. Una vez cortadas y ordenadas por tamaño -pueden llegar a medir 180 centímetros- son sometidas a un tratamiento de hidratación en cuartos fríos, embaladas también a cinco grados de temperatura y conservadas en una cámara hasta su viaje en avión. Al borde de la pista del aeropuerto de Quito, se han instalado unas enormes bodegas para el almacenado en frío. Allí se conservan a dos grados, para que no sufran estrés, hasta su embarque.De otro modo, no aguantarían tres días de viaje hasta las floristerías madrileñas o la semana y media que les cuesta llegar a Siberia. El principal destino es EEUU donde se exporta el 70% de la producción, seguido de Holanda (8,55%), Rusia (6,77%), Alemania (1,67%) e Italia y España (1,2%).


 MUJERES SOBRE TODO


 Un mercado creciente que ha hecho que en Cayambe se multipliquen las plantaciones y la población en busca de empleo. «Es la única zona donde no hay emigración hacia EEUU o España», dice Roberto Nevado, dueño de la única empresa española (Nevado Ecuador) del sector. Sólo el 1,8% de los cayambeños ha emigrado al exterior cuando en cualquier otra región ecuatoriana el porcentaje supera el 15%. Sólo en España residen 600.000 ecuatorianos. Mientras, en Cayambe, los 45.000 habitantes de hace una década casi se han duplicado.


 Entre los recién llegados hay muchas mujeres procedentes de la costa, del norte del país o de la vecina Colombia. El 60% de los trabajadores de la rosa son mujeres. El 55% de ellas ha sido alguna vez víctima de acoso sexual. Un porcentaje que se eleva al 71% entre las jóvenes de 20 a 24 años. El 18,81% ha sido obligada a mantener relaciones sexuales con un compañero o superior, y el 90% ha sufrido una agresión sexual. Son los datos del estudio «Acoso sexual laboral en la floricultura», realizado por Norma Mena, investigadora del Instituto de Ecología y Desarrollo de las Comunidades Andinas (IEDECA). «Las condiciones laborales propician el acoso, al estar solas en grandes fincas, de noche, aisladas, a la intemperie…», explica la experta. Mena habla del canje de «favores sexuales» y de la diferencia entre compañeros y jefes. «Los primeros les dicen que las ayudarán con las tareas más complicadas o la fumigación si son cariñosas». Los segundos les ofrecen ascensos, bonificaciones, les libran de las tareas más duras o les conceden permisos para llevar a sus hijos al médico.


 AGRESIONES SILENCIADAS


 Muy pocas se atreven a denunciar. Sólo el 5% de las agresiones sale a la luz. Y de éstas, no más del 14% son sancionadas. «No tienen recursos ni estudios. Incluso en su familia les hacen sentir culpables». Por eso, es imposible hablar con ellas en una plantación. Agachan la cabeza y evitan la respuesta: «Oí que a fulanita le pasó, pero yo no…», dice una mientras camina.


 El 57,9% de los trabajadores tiene un nivel de acetilcolinesterasa bajo, según un informe del Centro de Estudios y Asesoría en Salud. Su director, Arturo Campaña, traduce el término: «Se produce una sobrestimulación del sistema nervioso por la exposición a compuestos fosforados y carbonados». Como consecuencia, se sufren mareos, pérdida de memoria, irritación, problemas respiratorios, falta de coordinación, desmayos o infecciones.«No sólo por los pesticidas, sino por los ritmos estresantes, el uso de maquinarias pesadas y peligrosas, el polvo, la humedad, el exceso de frío o calor…».


 En Cayambe, más que en ningún otro lugar, parece haberse hecho carne el viejo refrán: «No hay rosa sin espinas».


ISABEL GARCIA MARTIN. Cayambe (Ecuador)


Domingo, 20 de Agosto de 2006, número 564