Rubalcaba en el banco de la iglesia

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Se ve que el apoyo de la Iglesia a la manifestación contra la LOE, está escociendo en el PSOE más allá de lo previsible. Tanto que Pérez Rubalcaba, sustancia gris del gobierno Zapatero, ha dicho que si él acudiera a la iglesia, buscaría ser confortado en la fe y no ser convocado a una manifestación callejera.

 

 Es dudoso que a él pudiera sucederle semejante cosa, pero en todo caso se refiere a la lectura de una carta del Consejo de Laicos de la archidiócesis de Madrid, que se produjo en muchas parroquias madrileñas al término de las misas del pasado Domingo. Si no fuera por el cinismo que encierra la afirmación, podría servirnos como descripción del tan traído y llevado laicismo gubernamental.

Digo que la afirmación es cínica porque seguramente Rubalcaba estaba encantado con las actividades políticas que se desarrollaban en numerosas parroquias madrileñas durante la época de la transición, protagonizadas en muchos casos por sus colegas de partido o por militantes del PCE, de UGT o de CCOO, que se acogían a la comprensión eclesiástica en vista de la escasez de libertades. Por entonces, a la izquierda le gustaba mucho tender puentes a ciertos sectores eclesiales (reconozcamos que el afecto era mutuo) y subrayaba con ardor la dimensión social de la fe. Eso mismo afirmaban los católicos progresistas, y en buena medida no les faltaba razón cuando criticaban el pietismo desencarnado de muchas expresiones religiosas de la época. Otra cosa es que al fin y a la postre, el compromiso de transformar la realidad que asumieron muchos de esos sectores católicos vino dictado más por ideologías ajenas que por una verdadera experiencia eclesial. De ahí que se convirtieran (aunque fuese involuntariamente) en un importante factor de secularización interna de la Iglesia, y en un apoyo objetivo de la potente oleada descristianizadora de los años 70-80. Y si no, véase la matriz cultural de algunos epígonos de dicha oleada, tanto en la política como en los medios.

Pero repito que, en su origen, era justo y necesario subrayar la dimensión social de la fe, como haría De Lubac en su famoso libro «Catolicismo, aspectos sociales del dogma». Lo curioso es que ahora los nuevos representantes del progresismo católico (hay lecciones que son duras de aprender) se rasguen las vestiduras por la movilización de los católicos contra agresiones de libro a los valores de la libertad de educación, la familia o la defensa de la vida. Que yo sepa, esto se llama conciencia de las implicaciones sociales de la fe, y marca un inicio de salida del individualismo y la siesta del laicado católico español.

Menos extraño es lo de Rubalcaba, que es un perfecto exponente del alma más sectaria del PSOE. En realidad, les interesaban los católicos «comprometidos en lo social» mientras resultaran funcionales a su proyecto transformador de España, que era necesaria y esencialmente secularizador. Pero ahora se revela a las claras la única imagen del catolicismo aceptable para ellos: una consolación espiritual ajena a las preocupaciones de la vida y desarraigada de la historia; todo lo más, un manual de urbanidad con pátina espiritual. Se lamenta Rubalcaba de que el acuerdo que estuvo tan cercano no llegara a cuajar, pero yo me pregunto si con los actuales mimbres ideológicos del PSOE podíamos aspirar a otra cosa. La idea del Estado educador está profundamente radicada en el código genético de este partido, y especialmente de su actual dirección cultural.


Conviene desempolvar un artículo de Peces Barba en El País, donde afirmaba que el gobierno de Zapatero estaría justificado históricamente sólo por la introducción de la asignatura de «Educación para la ciudadanía», concebida como alternativa a una educación en clave católica, que a su juicio no permite formar auténticos ciudadanos para la democracia. Eso es lo que explica que al final no hubiera acuerdo, por más que Rubalcaba estuviera dispuesto a recular mucho, con tal de parar la manifestación del 12-N.