Se acabó el escuchar a los bancos

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Las crisis económica y financiera han puesto de manifiesto el afianzado poder que tienen los bancos en la Unión Europea. En este artículo correspondiente a la serie «La Unión Europea en crisis»el miembro de Corporate Europe Observatory Kenneth Haar describe como la crisis de 2008 puso en movimiento una oleada de regulación financiera.

La mayoría de esta regulación se ha aprobado hasta el momento y hay muchas pruebas que demuestran que se está sacando del atolladero a los bancos. Mirando atrás, quienes pertenecen a los lobbies bancarios pueden concluir que quienes toman las decisiones se han desvivido por servir a los intereses de la industria de la banca. El sueño de una Unión Europea que pusiera freno al poder de las finanzas se ha convertido en un chiste y en vez de ello hemos visto emerger una Europa de los banqueros que hace palidecer de envidia incluso a Wall Street.

El problema es sistémico. Se ha permitido crecer tanto a los bancos que el colapso de simplemente uno de ellos plantea un problema fundamental a la sociedad. También se les ha permitido hacer apuestas de altísimo riesgo, a menudo utilizando el dinero de la gente ordinaria. Existen remedios para ello, reformas que podrían reducir su poder. Pero el primer paso necesario podría ser simplemente hacer que los políticos y los miembros de la Comisión dejen de considerar que los bancos son los oráculos de la economía.

Una comisión cautiva

Hace menos de 15 años la banca no era realmente el negocio de la UE. La regulación estaba enmarcada o a nivel internacional en las negociaciones de Basiela o a nivel nacional. Pero para finales de la década de 1990 entre los gobiernos hubo un consenso incipiente en relación a construir un auténtico mercado único para los servicios financieros. El objetivo era quitar las barreras a los bancos y a otras instituciones financieras, no aumentar la regulación que podría evitar riesgos sistémicos o el reinado de los especuladores. No querían contener la financiarización de la economía sino promoverla. Este modelo se desarrolló en estrecha colaboración con aquellos que eran considerados los verdaderos expertos, las propias grandes instituciones financieras, sin olvidarse de los bancos.

En aquel momento la banca no era un asunto seriamente politizado, así que solo unas pocas personas lucharon para denunciar la problemática influencia de los bancos en la legislación de la UE. Siempre que se desarrollaban nuevas iniciativas o se revisaban las antiguas, la Comisión acudía rutinariamente a los grandes actores para recabar su opinión. Entonces esta escribía propuestas en la línea de sus consejos y generalmente estas se adaptaban con cambios menores.

La crisis financiera establece una nueva agenda

Pero con la crisis financiera de 2008 pareció que se terminaba la fiesta. Por todas partes hubo unas críticas brutales de los irresponsables bancos y de las laxas leyes sobre la banca. Tanto los gobiernos como los miembros de la Comisión salieron con declaraciones notablemente agresivas sobre la irresponsabilidad de los bancos y la necesidad de revisar la legislación.

“Creo que la actual crisis ha demostrado que tenemos que reconsiderar exhaustivamente nuestras normas reguladoras y de supervisión para los mercados financieros”, afirmó el Presidente de la Comisión José Manuel Barroso.

Su colega en la Comisión, el hombre más destacado de la regulación del Mercado Único Charlie McCreevy, admitió rotundamente escuchar demasiado a las corporaciones financieras:

“Lo que no necesitamos es convertirnos en cautivos de aquellos que tienen los mayores presupuestos para los lobbies o los más persuasivos miembros de lobby: tenemos que recordar que fueron muchos de estos mismos miembros de un lobby quienes en el pasado lograron convencer a los legisladores de que insertaran las cláusulas y provisiones que tanto contribuyeron a los estándares laxos y a los excesos generalizados que han creado riesgos sistémicos. El contribuyente se ve forzado ahora a cargar con la cuenta”.

Unas palabras bastante sorprendentes en boca del mismo hombre que había permitido al lobby financiero dominar su propio trabajo con la regulación financiera. Parecía que había pocas dudas de que no se proyectaban reformas radicales.

Costosas redes de seguridad

La crisis reveló tanto los extremos excesos de los bancos como un imperfecto sistema de supervisión y de regulación. Pero la prioridad principal no era una regulación nueva y eficaz, sino salvar a los bancos.

Una espectacular operación de rescate tras otra tuvieron un peso extraordinario en los presupuestos de los Estados miembros, como cuando el gobierno irlandés asumió las deudas del banco Anglo Irlandés, supuestamente empujado por el presidente de Goldman Sachs International, el ex miembro de la Comisión Europea y ex ministro irlandés Peter Sutherland. Un paso que en última instancia podía haber dejado a los contribuyentes británicos una cuenta de 47.000 millones de euros, más de una tercera parte del PNB del país.

O cuando el banco franco-belga Dexia colapsó dos veces, primero en 2008, cuando solo lo salvó un préstamo garantizado de 150.000 millones de euros. Después otra vez en octubre de 2011, cuando el gobierno belga garantizó un préstamo de 54.000 millones de euros (el 14% del PNB del país) más un pago inmediato de 4.000 millones de euros por la adquisición de Dexia-Belgium. Con el eurodiputado y ex ministro belga Jean Luc Dehaene en la junta [directiva], Dexia tenía un fácil acceso a la elite política del país.

Se han puesto en peligro enormes cantidades de dinero público para salvar los bancos. A fecha de octubre de 2011, en conjunto 27 Estados miembros de la UE reservaron 4.5 billones de euros en apoyo, garantías y paquetes de préstamos para los bancos, o lo que es lo mismo, casi el doble del PNB anual de Alemania.

El lado generoso del Banco Central Europeo

La crisis del euro crisis ha revelado las posibilidades de recaudar vastas sumas de dinero cuando está en juego la salud de los balances de los bancos. De hecho, la Unión Europea está poniendo a los bancos al frente de su intento de evitar la crisis e impulsar la reactivación de la economía. En diciembre de 2011 el nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE), el ex director de Goldman Sachs Mario Draghi, lanzó una atrevida iniciativa de incentivar el préstamo bancario al sector privado y calmar el aumento de la tasa de interés de los bonos soberanos e incluso reducirlo. El BCE gastó 489.000 millones de euros en esta primera tanda de la Operación de Refinanciación a Largo Plazo (LTRO, por sus siglas en inglés) – préstamos baratos sin condiciones – un paso en general bien recibido por los bancos.

“Es alentador ver esta cantidad de liquidez por parte del BCE. Sea cual sea el grado de nerviosismo de los inversores acerca del retroceso de los mercados y bancos de financiación, el BCE estará ahí y proporcionará liquidez para asegurar que las cosas se mantienen en marcha”, afirmó un estratega del banco de inversión estadounidese JP Morgan en diciembre de 2011.

La ganga de la venta de préstamos iba a continuar y en febrero de 2012 estaba disponibles otros 530.000 millones [de euros], esta vez a beneficio de ciertos créditos al consumo, lo que hacía ascender el total a un billón de euros. Los fabricantes de coches Mercedes Benz, Daimler y Volkswagen estaba entre los beneficiarios, gracias a sus armas financieras establecidas para proporcionar a los clientes créditos para comprar un coche. Paro hay pocas pruebas que demuestren que la LTRO haya cumplido sus objetivos. Aunque el presidente Draghi afirmó que la iniciativa era "un éxito incuestionable", el propio BCE dirigido por él informó en febrero que los préstamos a la economía real en realidad habían caído en febrero.

Absurdos

Puede que el jurado todavía esté deliberando sobre el veredicto final, pero en cualquier caso la LTRO suscita un par de preguntas. Si el BCE puede proporcionar tanto dinero, ¿por qué gastarlo aumentando los fondos de los bancos con la esperanza de que los bancos presten más barato a los gobiernos?¿Por qué no prestar directamente a los gobiernos? Y si la economía real necesita un incentivo, ¿por qué no proporcionar inversiones públicas, por ejemplo, invirtiendo en energía verde que dé un tono verde a la economía? La respuesta es que según el tratado de la UE, el BCE tiene que ser independiente de los gobiernos y la ley le prohíbe proporcionar préstamos directos. A consecuencia de ello, el BCE respalda a los bancos como alma de la economía.

Y hay otro absurdo en juego: el dinero gastado en la LTRO es el doble de la cantidad de dinero empleado en el nuevo fonde de rescate en los próximos tres años, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (ESM, por sus siglas en inglés), para ofrecer préstamos a los gobiernos de Estados que estén en una grave crisis. Mientras que la LTRO suscitó poca controversia política, ha sido muy difícil encontrar la mitad de dinero para préstamos a los gobiernos y han sido necesarias varias cumbres de la UE para acordarlo.

Aún así, es poco probable que en un futuro no tan distante veamos una LTRO 2 porque muchos bancos son “dependientes crónicos” de los fondos del BCE, según Alberto Gallo, un estratega del Royal Bank of Scotland.

Salvar Grecia

La generosidad económica con los bancos es paralela a la generosidad política y un incidente es un crudo símbolo de ello.

Poco después del inicio de la cumbre de la Eurozona en julio de 2011 un coche negro paró en frente del edificio del Consejo en Bruselas y de él salió un hombre con traje de chaqueta y que estrechaba manos y sonreía, como cualquier jefe de Estado o de gobierno. A pesar de las apariencias, no era un hombre de Estado sino Joseph Ackermann, presidente de Deutsche Bank y del grupo de lobbies bancarios internacionales, el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés), que se unía a las negociaciones sobre la deuda griega.

Antes de ese encuentro parecía como si los bancos tuvieran que pagar parte de la factura por sus aventuras inversionistas. A lo largo de 2011 había quedado claro que a Grecia le resultaba imposible pagar los intereses de la carga de la deuda acumulada, lo que incluía préstamos con bancos privados. Se necesitaba un llamado “corte de pelo” para reducir la deuda. Había que encontrar una solución con los bancos, así que se invitó a Ackermann a la cumbre.

Se podría argumentar que los propios bancos se lo habían buscado y que cuando se echaron a perder sus inversiones, simplemente se les debía haber dejado cargar con sus pérdidas. Pero cuando acabaron años de fácil prosperidad se consideró un problema que los gobiernos tenían que resolver. Se consideró a los grandes bancos interlocutores con los que los gobiernos de la Eurozona tendrían que negociar. Tras las negociaciones dirigidas por Ackermann, por fin se llegó a un acuerdo con los altos cargos de Grecia y de la Zona Euro, y “finalmente con los Estados o gobiernos de la Zona Euro y las instituciones de la EU”, como señaló un documento del IIF.

Las pruebas sugieren que Ackermann es un negociador habilidoso. Ante ello, los bancos se tienen que tragar un recorte del 50%, pero el valor de los bonos griegos había caído en picado a un 35% de su valor nominal. Con el acuerdo, de hecho los gobiernos habían acudido en ayuda de los bancos. Era menos un “corte de pelo” para los bancos y más un afeitado de todo el cuerpo para Grecia.

Y había un bono extra para los bancos, con una cláusula en el tratado que apuntalaba préstamos a las economías en crisis de la Eurozona, el Tratado del Mecanismo Europeo de Estabilidad, que prohibirá a los gobiernos intentos futuros de hacer que los bancos cancelen las deudas que les deben los gobiernos.

Los sospechosos habituales

Teniendo en cuenta estos antecedentes, hubiera sido una sorpresa que la Unión Europea hubiera hecho respetar de hecho una fuerte regulación, sin hacer caso del consejo de los banqueros de abstenerse de llevar a cabo auténticas acciones.

En efecto, lo primero que hicieron la Comisión y el Consejo en 2008 fue establecer un consejo asesor de alto nivel para proponer un enfoque global de la reforma financiera. De los siete del grupo cuatro tenían estrechas relaciones con grandes bancos, un quinto era el regulador al que se culpa de una supervisión no efectiva de los bancos británicos y un sexto era conocido por sus puntos de vista liberales extremos. En otras palabras, la Unión Europea había preguntado cómo responder a la crisis a las mismas personas que eran responsables de ella. Su informe sería considerado un punto de referencia en futuras propuestas.

A pesar de la retórica impaciente al inicio de la crisis, pronto el paso de la reforma iba a ser más lento. Y el lobby de la banca hizo cuanto pudo para evitar medidas ambiciosas. Para ello utilizaron el alarmismo y el IIF fue un maestro en ello. Ackermann afirmó que había un “riesgo muy real” de que “entraran en vigor medidas reguladoras que podían minar la recuperación global y la creación de empleo”. Y el IIF escogió muy cuidadosamente el verano de 2010 como momento para publicar un informe sobre los peligros de la regulación. Era el momento en que las negociaciones internacionales sobre la regulación de la banca (los Acuerdos de Basilea) llegaban a un punto culminante. Para entonces el clima político había cambiado completamente. El temor a un crecimiento más lento y a la inestabilidad en el sector bancario había apagado el deseo de reforma. Esto permitió a los lobbies financieros atenuar las ambiciones de los políticos.

Pocas esperanzas de que haya pasos creíbles

Según una nueva parte del acuerdo de Basilea III, si se hubiera inspeccionado Lehman Brothers poco después de su colapso, ¡habría sido considerado una empresa sólida! En aquel momento el apalancamiento (la cantidad de dinero que prestan los bancos en comparación con el valor de sus activos) de Lehman Brothers era de 31 a 1. Según el acuerdo, el límite es de 33 a 1. En otras palabras: según este conjunto de normas, Lehman Brothers era una compañía fuerte cuando quebró.

El nuevo Acuerdo de Basilea (apodado Basilea III) no es una legislación en sí misma sino más bien un conjunto de directrices. Teóricamente las normas que presenta se pueden mejorar cuando se implementen a nivel nacional o en la UE. Pero no hay indicios de un enfoque más fuerte en la UE. Por ejemplo, los asesores de la Comisión no son diferentes de los educados por el comisionado McCreevy antes de que se fuera en 2010. En una fase de la discusión, el grupo asesor clave para asesorar a la Comisión sobre regulación de la banca, el Grupo de Expertos sobre la Banca [Group of Experts on Banking] estaba fuertemente dominado por “expertos” de bancos afiliados al grupo de lobby del IIF que tanto había trabajado para suavizar cualquier regulación internacional. De los 42 expertos, 23 eran miembros del IIF y la mayoría de los demás lo eran de otras corporaciones financieras.

¿Y los gobiernos? Los gobiernos alemán y francés se declararon recientemente en contra de Basiela III afirmando que tendría un “efecto negativo” sobre el crecimiento y que tendría que ser suavizado cuando se implementara en la legislación.

Se acabó el escuchar a los bancos

El privilegiado papel de los bancos en el debate sobre la reforma de la regulación de la banca no supone una verdadera sorpresa. En todas las reformas de los mercados financieros desde la primera estrategia global de la UE sobre los mercados financieros en 1999 es cierto que se ha dado un papel destacado a las corporaciones financieras. Desde la crisis de 2008 han cambiado algunas cosas menores, pero los cambios de legislación sobre derivados, sobre contabilidad, sobre paraísos fiscales y los hedge funds [fondos de inversión libre] no han logrado hacer frente a los retos que tan dramáticamente plantea la crisis. Y cuando la Comisión da el paso sin precedentes de proponer una tasa sobre las transacciones financieras (FTT, por sus siglas en inglés), los detalles finales revelan que está lejos del diseño original. Y debido a la oposición de algunos Estados miembros hay pocas esperanzas de que ni siquiera esta versión suavizada se haga realidad.

Todo esto se reduce al dominio del sector financiero en el debate sobre la regulación financiera y la regulación de la banca no es una excepción a la regla. Dos expertos financieros, Simon Johnson y Darem Acemoglu, escribieron recientemente en un comentario sobre la influencia de los bancos en el manejo de la deuda griega: “La lección para Europa (y para Estados Unidos) está clara: es el momento de dejar de escuchar lo que dicen los bancos y de empezar a centrarse en lo que hacen. Debemos reconsiderar la distorsionada economía política del sector financiero antes de que el excesivo poder de unos pocos imponga costes aún mayores a todos los demás”.

Debería ser chocante ver la dependencia que quienes toman las decisiones en la Comisión y en los Estados miembros tiene de los bancos y de los banqueros. Cuando desean asesoramiento sobre regulación de la banca, preguntan a los banqueros. Cuando los bancos tienen problemas, socializan su deuda. Cuando la economía tienen problemas dan dinero a los bancos. Los banqueros están agradecidos, pero la sociedad en general no debería estarlo.

Parece que un requisito esencial para las profundas reformas que se necesitan es acabar con las estrechas relaciones que hay entre los bancos y el sistema político. Mientras las palabras de los banqueros y los mezquinos intereses de los bancos tengan más peso que las palabras de aquellas personas que cargan con la cuenta, tenemos un grave problema.