Se llamaban John, Willi, Josephine, Julliet… y venían de Nigeria

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Sólo once supervivientes de los ¿40?, ¿60? que viajaban en la barca. Los demás engrosan en silencio el negro cementerio del fondo del mar Mediterráneo. Sin lápidas, sin tumbas, sin flores. Con llanto, con dolor, con el desgarro de los suyos que ni siquiera saben, ni sabrán nunca qué les pasó.

Se llamaban John, Willi, Josephine, Julliet… y venían de Nigeria. Había familias enteras, el marido, la mujer, los niños, algunos de ellos bebés todavía. También había mujeres embarazadas que habían usado su cuerpo como pasaporte para atravesar miles de kilómetros y llegar vivas. Les acompañaban otros jóvenes hambrientos, valientes y luchadores, que habían dejado su casa, su familia, sus amigos y quizás alguna novia. Todos embarcaron juntos en una zodiac hace unos días rumbo a España, por la noche, a oscuras, clandestinos, con el miedo clavado en el corazón. Eran los últimos kilómetros de sus particulares odiseas, con el frío, las olas y el deseo ardiente de llegar a tierra, a la tierra prometida.

Sólo once supervivientes de los ¿40?, ¿60? que viajaban en la barca. Los demás engrosan en silencio el negro cementerio del fondo del mar Mediterráneo. Sin lápidas, sin tumbas, sin flores. Con llanto, con dolor, con el desgarro de los suyos que ni siquiera saben, ni sabrán nunca qué les pasó. Los once que salieron con vida, ya han sido deportados, dicen que a Oujda, en la frontera marroquí con Argelia, donde el rey Mohamed VI recibió a Rodríguez Zapatero, donde se hacinan cientos de inmigrantes clandestinos entre ratas, sin apenas comida, y donde, para calmar el dolor de estómago por el hambre, arrancan hojas de olivo para hacer una especie de sopa con ajo y limón.

Venían de Nigeria, otro rico país empobrecido. Allí estrechó la mano de su presidente el nuestro, en su visita de junio, al igual que la cohorte de empresarios que lo acompañaban. Allí están haciendo negocio grandes constructoras españolas. De este país procede el 25% de los hidrocarburos de España, los millonarios beneficios de Repsol, y también el gas que va a ser canalizado hasta Europa a través del gasoducto transsahariano. De allí procede mucha de la gasolina de nuestros coches.

Pero en esta rica tierra nigeriana las mujeres y los niños siguen buscando leña cada día para cocinar. Los niños se mueren por una diarrea y las madres en el parto, no hay médicos ni medicinas ni hospitales: en los estados de Delta y Bayelsa hay un médico por cada 150.000 habitantes. En Nigeria se encuentra la zona más contaminada de todo el planeta gracias a la devastación que las grandes petroleras llevan haciendo durante años, allí opera una guerrilla y allí siguen matando las balas. 

Las consecuencias criminales de nuestras políticas tienen caras, las de John, Willi o Josephine. El Parlamento Español acaba de aprobar la nueva reforma de la Ley de Extranjería para adaptarla a la férrea política de candados de la Unión Europea, una ley asesina que mata con total impunidad. Esta “civilizada” Europa debatía acaloradamente en su parlamento, a la misma hora en que se ahogaban en el mar,  si declaraban al atún rojo especie protegida. El atún rojo vale más que el niño nigeriano. Una sociedad que pretende proteger al atún mientras cambia impasible de canal cuando le muestran la última patera de hambrientos que se ha ahogado por el camino, es una sociedad profundamente enferma, rabiosamente insolidaria.

Los que llegan nos traen humanidad y vergüenza, nos gritan solidaridad. Como hace unos días cuando entre el grupo de personas reunidos en las calles de Almería para denunciar esta salvajada, un africano, un negro, un inmigrante, nos lanzó un grito: “Estamos tan acostumbrados a toda esta miseria… que ya no reflexionamos por qué se perpetúa una situación tan relativamente fácil de resolver, si existiera voluntad para solucionarla… Queremos gestionar nuestros propios recursos, protagonizar nuestra propia historia … Queremos Justicia”.

Unámonos a este grito de justicia y no permitamos que ningún niño del mundo tenga que usar una barca de juguete para jugarse la vida cruzando el estrecho.