El gigante norteamericano será el centro de gravedad del mundo hispánico en unas décadas. Aumenta la población hispanohablante, su acceso a la educación y su sentimiento de constituir una sola comunidad.
La publicación de la Enciclopedia del español en Estados Unidos ha despertado asombro por lo apabullante de las cifras que dan cuenta de la fuerza de nuestro idioma en aquel país, aunque no han faltado quienes se han mostrado escépticos a la hora de valorar lo que realmente puedan significar los datos aportados.
Más de uno ha señalado que la Enciclopedia peca de triunfalismo; que por depender directamente de la inmigración, el español hablado en Norteamérica es una lengua carente de prestigio cultural; que la fuerza del español en Estados Unidos es efímera, siendo una lengua condenada a desaparecer no bien los hijos de los recién llegados se escolaricen y abracen el idioma y la cultura dominantes.
Para quienes ven las cosas de este modo las manifestaciones culturales que tienen como vehículo de expresión el español (periódicos, emisoras de radio y televisión) se caracterizan por moverse dentro de unos parámetros de calidad ínfimos. En las líneas que siguen esbozaré de manera sucinta seis tesis cuya formulación tiene por fin contextualizar la situación que vive hoy el español en Estados Unidos.
1. Lengua materna a la vez que extranjera
Como pone de relieve la topografía, con nombres tan resonantemente hispánicos como Florida, San Francisco, Los Ángeles, Colorado o Nevada, en Estados Unidos el español no ha sido nunca una lengua extranjera.
Tras la cesión de más de la mitad del territorio mexicano cuando tuvo lugar la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, un número ingente de hispanohablantes pasaron a ser estadounidenses de la noche a la mañana. El siglo y medio largo transcurrido desde entonces ha estado marcado por una sucesión de flujos migratorios que han reforzado de manera ininterrumpida la condición de lengua materna que tiene en aquel país el español.
Esta circunstancia es la razón directa de la imperiosa necesidad que tienen los norteamericanos de estudiar nuestro idioma. Con gran diferencia sobre todas las demás, el español es la lengua extranjera con mayor demanda. Por otra parte, la fuerza de la inmigración hispana es la causante de un hecho que no se da en ningún otro país del mundo. En Estados Unidos el español goza de un estatus doble: es, a la vez que un idioma materno, una lengua extranjera. Esta insólita circunstancia es uno de los rasgos que singularizan a Estados Unidos como país hispanohablante. Hay otros, como se verá.
2. País bilingüe y bicultural.
En torno al año 2050, los hispanos constituirán la cuarta parte de la población estadounidense, lo cual equivale a decir que, en la proporción que refleja este dato, el país está destinado a convertirse en una sociedad bilingüe y bicultural.
Esta tendencia viene subrayada por un giro que ha empezado a experimentar recientemente la inmigración hispanohablante, que de estar circunscrita a enclaves perfectamente localizados, en su mayoría urbanos, ha pasado a repartirse por la totalidad del territorio nacional, incluidas amplias áreas rurales.
En una zona tan remota como el Estado de Washington, en la costa del Pacífico, al extremo noroccidental de la frontera con Canadá, la población hispana, no hace mucho inexistente, ronda ya el 10%.
Esta dispersión demográfica conlleva una expansión sin precedentes del español y de las culturas de que es vehículo, fenómeno que está transformando de manera dramática el mapa estadounidense, confiriéndole un rostro cada vez más latino.
3. La segunda ‘latinitas’.
En mi opinión, en Estados Unidos se está fraguando hoy una latinitas de signo opuesto a la primera, cuando el latín se disgregó dando lugar al nacimiento de las diversas lenguas romance.
Al converger en territorio estadounidense, las distintas identidades latinoamericanas tienden a acortar distancias entre sí, produciéndose un tropismo de signo transnacional que hace que, trascendiendo su origen y sin renunciar a él, mexicanos, puertorriqueños, dominicanos, salvadoreños, colombianos y otros, se sientan hispanos de los Estados Unidos o, si se quiere ser políticamente correcto, latinos (vocablo despojado de connotaciones colonialistas).
El término ha pasado a ser la seña de identidad de una latinidad que aglutina en sí a un gran número de comunidades. Este fenómeno de aglutinamiento cultural tiene su correlato en el plano lingüístico, como se verá.
4. Desplazamientos del centro de gravedad.
La lengua española adquirió la plenitud de su ser cuando se trasladó al otro lado del Atlántico y se hizo americana. Tras el nacimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, el español se convirtió en la lengua común de una veintena de países.
Con el advenimiento del modernismo, al desplazamiento del centro de gravedad lingüístico se sumó el literario, con Rubén Darío desempeñando el papel de piloto del idioma. El fenómeno alcanzó el clímax en los años sesenta del siglo pasado, con el surgimiento de la extraordinaria generación de narradores conocida como el boom latinoamericano.
Según las estadísticas, en algún momento del siglo XXI, Estados Unidos será el país con mayor número de hispanohablantes. En mi opinión, ello comportará el desplazamiento del centro de gravedad hacia Norteamérica, no sólo de la lengua, sino también de una cultura de signo pan-hispánico.
El fenómeno de hecho ha comenzado y con el tiempo Estados Unidos no hará sino afianzarse como un potente productor de cultura latina, con la singularidad de que lo hará en inglés y en español.
5. El español como territorio de afirmación y resistencia.
El fenómeno más revelador en torno a la relación que mantienen entre sí las culturas hispánica y anglosajona en Estados Unidos es el cambio de actitud por parte de los latinos hacia la lengua y la cultura dominantes, algo cada vez más patente.
Antes había urgencia por asimilarse, lo cual implicaba dejar atrás, junto a la cultura, la lengua de que ésta era vehículo. Hoy día, aunque a nadie se le pasa por la cabeza el despropósito que supondría dejar de lado el inglés, se observa entre los latinos, sobre todo en los que tienen acceso a la educación superior, un claro orgullo por la cultura originaria, y un afán por preservar el uso del español, que se desea mantener vivo, especialmente en las siguientes generaciones.
De manera inequívoca, el español se ha convertido en un territorio de afirmación y resistencia que busca preservar la vinculación con la cultura latinoamericana.
6. Cristalización de una nueva lengua: el español de Estados Unidos.
En último lugar postulo que de manera semejante a como se está forjando una identidad latina, resultante de un proceso de aglutinación cultural, en Estados Unidos se está forjando una nueva variedad lingüística, resultante del amalgamamiento de las distintas hablas nacionales que se dan cita en aquel país.
El proceso será largo y nosotros no veremos su cristalización, pero la necesidad de dar con una modalidad de español con la que se sientan cómodos todos los hispanohablantes es ya patente. Un buen ejemplo son las emisiones de CNN en español, en las que se recurre a un habla despojada de marcas de identidad regionales. Otro tanto ocurre con el lenguaje de la prensa escrita o en el de las traducciones literarias al español publicadas por las editoriales estadounidenses.
Y a modo de conclusión, aunque es cierto que la batalla de la calidad está aún lejos de ganarse, son muchos los síntomas que permiten constatar que nos encontramos en un proceso en el que el español está adquiriendo cada vez más prestigio cultural.
La población hispanohablante no hace sino aumentar y los miembros de las comunidades latinas tienen cada vez más acceso a la educación y menos prisa por desprenderse de las señas de identidad cultural de los países que dejan atrás.
Nos encontramos en los umbrales de un proceso histórico que en el plazo de unas décadas convertirá a Estados Unidos en el centro de gravedad del mundo hispánico. Como parte de ese proceso, el español, un español con un nuevo rostro, está llamado a desempeñar un papel crucial.
Eduardo Lago es escritor y director
del Instituto Cervantes de Nueva York.