No se puede decir que es mala suerte que en España uno de cada cuatro jóvenes estén en paro, y los que trabajan cobren menos que sus padres, y estén en tan malas condiciones laborales que a duras penas pueden casarse a los treinta años y acceder a una vivienda.
Hoy la mayor parte de la juventud del mundo son empobrecidos. Hoy la mayor parte de los jóvenes católicos convocados por Benedicto XVI a congregarse en Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud, son empobrecidos. Y empobrecidos significa que algo o alguien los empobrece.
Significa que no se puede decir que es mala suerte que en España uno de cada cuatro jóvenes estén en paro, y los que trabajan cobren menos que sus padres, y estén en tan malas condiciones laborales que a duras penas pueden casarse a los treinta años y acceder a una vivienda.
Significa que no se puede decir que pasen hambre por causas naturales. Porque si fuera la sequía o las catástrofes quienes causan la pobreza sería echarle la culpa a Dios.
Decir empobrecidos es decir con Benedicto XVI que se ha decidido crear un mundo donde la mayoría de los comensales son excluidos de un banquete para el que sobran alimentos. Y excluirlos no es sólo que carezcan de lo necesario y vivan en la miseria, es que se decide abortarlos, para que no haya más bocas en el reparto, y poner alambradas, para que sólo los más capaces crucen las fronteras para acceder al trabajo, que es un deber y un derecho de todas y cada una de las personas.
Esta es la juventud empobrecida con la que el Papa cuenta para una Nueva Evangelización. La gran mayoría de los jóvenes católicos del mundo, que viven cotidianamente el martirio y la pobreza. Esta es la juventud a la que en su primera JMJ en Colonia, este Papa pidió hacer la revolución buscando a Cristo en la pobreza del pesebre, y no junto al poder de los palacios de Herodes.
Pero curiosamente los que hoy encarnan al rey genocida han pretendido apropiarse de la JMJ. Esos nuevos Herodes que matan a los inocentes para mantener su poder en los mercados, los que afilan las espadas del comercio de armas para derramar la sangre de niños soldados, los que fuerzan con sus injusticias a que millones de familias emigren (como tuvo que huir a Egipto la Sagrada Familia)… Estos son los que se han querido apropiar del mensaje con que el Papa alienta a los jóvenes a comprometerse con Caridad y Verdad a favor de la justicia.
¿No es ofensivo que tomen esta bandera empresas como el Corte Inglés, acusado de explotar niños y deslocalizar empresas, y uno de los principales agentes de la propaganda que educa en el consumismo?
¿No es humillante para los empobrecidos el logo de bancos como el Santander, que cobran intereses usurarios en Iberoamérica y abusan de las familias que quieren acceder a una vivienda?
¿No es lamentable la omnipresencia de la Coca-cola, la Mahou y otras marcas del botellón y la evasión alienante?
Como ya nos advirtió el Señor en el Apocalipsis, la Bestia se disfraza de profeta para atacar a los seguidores del Cordero. Pero una Iglesia de mártires, de jóvenes luchadores como el esclavo paquistaní Iqbal Masih es signo de la mayor esperanza, la de aquellos que arraigados y edificados en Cristo, que nos pidió servir a Dios y no al dinero están dispuestos a seguirle en pobreza, humildad y sacrificio, a de aquellos jóvenes que como en su día José Ratzinger, desprecian la superficialidad de una vida burguesa y abrazan como ideal y vocación la causa de la verdad que es Cristo.