Mientras en el Soccer City Stadium de Johannesburgo se inauguraba el Campeonato Mundial de Futbol 2010, a pocos kilómetros de allí, en la periferia de la ciudad más poblada de Sudáfrica, miles de personas viven hacinadas en edificios abandonados (antiguas oficinas, instalaciones industriales y bloques de vivienda).
Fuente: La Jornada, 22 06 10
Según la organización Médicos sin Fronteras (MSF), estas personas viven en condiciones lamentables. La mayoría de esta población, serían migrantes, tanto extranjeros –procedentes sobre todo de Zimbabue– como migrantes internos, es decir sudafricanos que buscan mejores condiciones de vida en la ciudad.
Mientras en el mismo estadio, que costó más de 400 millones de dólares, se celebra la final del añorado campeonato mundial, unos 500 kilómetros más al norte, hacia la frontera con Zimbabue, migrantes de dicho país seguirán pidiendo refugio al gobierno sudafricano, a un ritmo –estimado– de 300 peticiones al día. Y mientras el más barato de los boletos para asistir a los encuentros entre los guerreros aztecas y sus contrincantes cuesta 300 dólares, la mitad de esa cifra sería suficiente para que un ciudadano de Zimbabue consiguiera el pasaporte para cruzar legalmente al país anfitrión del renovado circo del futbol. Y sin embargo, un ciudadano de Zimbabue difícilmente tendrá ese dinero todo junto y optará por irse de mojado a Sudáfrica porque otras maneras no existen.
Mientras esperamos sacar el boleto a los cuartos de final, un mojado de Zimbabue tiene que cruzar el río Lipompo. Los encuentros que uno hace en la ruta de la supervivencia (y de la esperanza) que une Zimbabue a Sudáfrica son los mismos: policías migratorios –de todo tipo, por cierto–, criminalidad organizada y racismo autóctono. La denuncia de abusos de todo tipo, comenzando por el grave y poco atendido caso de decenas de violaciones sexuales. «Muchas mujeres viajan en grupos para tratar de hacerlo más seguro. Sin embargo, a menudo varios asaltantes violan a cada una de ellas, o incluso obligan a los hombres que forman parte de estos grupos a que violen a sus propias mujeres, hermanas o tías. Si se niegan, los guma guma los violan a ellos». Por su parte, la policía sudafricana –local y nacional– hace caso omiso a las denuncias argumentando, en el mejor de los casos, que dichas violaciones se llevan a cabo del otro lado de la frontera. Los datos de MSF desmienten dicha versión: 83% de los casos acontecen del lado sudafricano de la frontera.
Mientras nos emborrachemos por las calles de Johannesburgo festejando un gol (?), miles de migrantes buscarán un día más de supervivencia en la misma ciudad. Dice MSF que hay al menos 30.000 personas que viven hacinadas en edificios abandonados y en precarias condiciones. Son más de mil edificios que fueron paulatinamente abandonados a su suerte y poco a poco ocupados por gente pobre de barrios más marginados y por los mismos migrantes. Sólo en 45 de estos edificios, viven más de 30.000 personas, es decir, una tercera parte de los lugares del nuevo y espléndido Soccer City Stadium.
Mientras nos emborrachemos por las calles de Johannesburgo festejando un gol (?), miles de migrantes buscarán un día más de supervivencia en la misma ciudad.
Mientras la Asociación de Futbol sudafricana prometió cerca de 130.000 dólares por cada gol realizado por sus jugadores, los dueños de estos edificios –señalados por MSF como criminales y terratenientes sin ningún escrúpulo que buscan exprimir al máximo a sus inquilinos– seguirán sin proveer los edificios de servicio alguno; pero exigirán el pago de cerca de 100 dólares mensuales (o seis por día) a los ‘inquilinos’.
Mientras observaremos cuan eficazmente se desarrolla el programa del evento deportivo, el gobierno local aún no tiene un plan para las personas que viven en estos edificios, en su mayoría solicitantes de asilo y personas que se han visto obligadas a emigrar de Zimbabue, aunque también de otros países como Malawi, Tanzania o Mozambique. En cambio, los desalojos de pobres y de migrantes que ocupan estos espacios siguen su ritmo. Son los dueños particulares que con el auxilio de la policía y de los cuerpos de seguridad privada (que logran organizar verdaderos ejércitos de golpeadores, las llamadas hormigas rojas) imponen los desalojos realizados –sobra decirlo– con lujo de violencia.
Mientras los guerreros aztecas lucharán dejando atrás las polémicas generadas por las leyes racistas de Estados Unidos, en Sudáfrica el racismo vuelve a surgir, los migrantes de Johannesburgo se enfrentan a la amenaza constante del acoso policiaco. Muchos testimonios testimonian que la policía acosa y detiene a muchos extranjeros, aunque estén de compras. Es el clima de xenofobia lo que preocupa. Tras el estallido generalizado de violencia xenófoba de 2008, refugiados y migrantes vulnerables han seguido siendo víctimas de la violencia. Aunque los casos se produzcan ahora a menor escala, las consecuencias continúan siendo igualmente graves. Por eso, sería urgente hacerle caso a los testimonios de varios migrantes de Zimbabue, quienes hoy afirman: Tenemos miedo de la xenofobia, pues todo el mundo dice que nuestra situación se agravará después del Campeonato Mundial de Futbol.