El «Correo Caroní»- un conocido periódico venezolano- ha tenido acceso a una entrevista a un niño sicario que comenzó su actividad a los 14 años y ahora tiene 19 años.
Aseguró creer en Dios y rezar todos los días con un arma bajo la almohada. Su historia, como muchas historias, comenzó cuando sus padres se separaron y tuvo que dejar los estudios para ponerse a trabajar y poder ayudar a su mamá con los gastos de la casa. Tenía que hacerse cargo también de dos hermanos pequeños. Al dejar las clases comenzó a juntarse con los «chamos» de su barrio. Ellos le introdujeron en la «vía rápida y fácil» para ganar dinero. Con el pasar del tiempo llegaron los problemas. A los 15 años mató por primera vez. Ahora ya tiene a sus espaldas más de 10 asesinatos, el asalto a 5 bancos, dos tránsitos cortos por la cárcel y un «nombre» en el barrio y en la ciudad que le proporciona «nuevos encargos» como asesino a sueldo. También posee más de 8 armas de fuego, no le teme a la muerte y proclama con serenidad que sabe que lo más seguro es que muera a tiros.
La de este muchacho es la historia de muchos otros. La espiral de la violencia siempre comienza en aquellos que han sido víctimas de esa otra violencia primera: la violencia estructural que destruye familias y trabajo, que condena a la miseria y la ignorancia. Sin luchar contra esa violencia primera, el trabajo siempre se queda cojo.