Los contadores de la industria farmacéutica no dan abasto, sumando pedidos de antivirales y calculando los beneficios que dejará en sus arcas la finalmente denominada gripe A
Y los gobiernos intentan tranquilizar a la población publicando las cantidades de medicamentos que atesoran en sus almacenes. Los laboratorios Roche no necesitan efectuar inversión alguna en publicidad para vender masivamente el famoso Tamiflu, ya que la prensa mundial lo señala como el principal recurso contra la tan temida enfermedad, a la vez que especula sobre hipotéticas mutaciones del virus dibujando escenarios aterradores que invitan a una masiva «compra preventiva» del polvo mágico contra la pandemia.
Entretanto, en silencio, en los rincones más empobrecidos del planeta continúan muriendo millones de personas a causa de males a los que nadie ha puesto nunca demasiado interés en combatir: el hambre y sus consecuencias, la falta de agua, la carencia de sales, la inexistencia de mínimas estructuras sanitarias… Porque la injusticia en el reparto de la riqueza continúa siendo la primera causa de mortandad en todo el mundo. Y la pobreza extrema constituye la pandemia –el caldo de cultivo de enfermedades– más mortífera.
Médicos Sin Fronteras asegura que cada 30 segundos muere un niño de malaria. Es decir, dos por minuto, 120 por hora, 2880 diarios, más de un millón de niños cada año. ¿A quién le importa? El dengue es otra enfermedad de miserables con cifras tremendas de mortandad: dos millones de víctimas anuales. La lista de padecimientos más graves y dañinos que la nueva gripe A sería demasiado larga para esta bitácora. Pero basten los dos ejemplos citados. Sus cifras –como sus efectos– no resisten comparación con las de la temida pandemia. Pero son enfermedades endémicas del sur, que castigan a las zonas hundidas en la miseria, que las poderosas corporaciones farmacéuticas no consideran como «clientes potenciales». Y dedicar los recursos precisos para la investigación de medicamentos y/o vacunas eficaces no sería una inversión rentable.
Si la gripe A se extiende por las regiones más empobrecidas de Africa, América latina y Asia, no habrá quien compre los miles de millones de dosis de antivirales necesarias para combatirla. La miseria favorece a la pandemia: el hacinamiento y la promiscuidad, la falta de agua y la carencia de higiene elemental favorecen su propagación. La desnutrición, la debilidad crónica, la existencia de tantas otras enfermedades –sida, tuberculosis, malaria, etcétera– multiplica sus efectos sobre poblaciones más frágiles y desprotegidas. Finalmente, la precariedad de infraestructuras sanitarias, cuando no su absoluta carencia, dificulta si no imposibilita una actuación médica adecuada.
Llega el invierno al sur de América: la estación de las gripes constituye este año una amenaza mayor. Pero más miedo hay que tener en otras zonas que no saben de inviernos pero sí de pobreza extrema: en Nicaragua disponen de tratamientos antivirales para unas tres mil personas, mientras el 60 por ciento de su población carece de agua potable. Y mientras Argentina anuncia que cuenta con 600.000 dosis de fármacos adecuados, la Organización Mundial de la Salud reconoce que sólo cuenta con un millón de tratamientos para Africa entera.
Las cifras están ahí: una maraña de guarismos sirven para calcular la cantidad de posibles afectados, evaluar la disponibilidad de los medicamentos almacenados, discutir y establecer presupuestos… ¿Conoce alguien las estimaciones de beneficios que manejan estos días los consejos de administración de las corporaciones farmacéuticas? Que nadie espere un gesto solidario de tan despiadada industria trasnacional.