Sin fuerzas para echar los cadáveres al mar

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(…) estamos deshechos; esto marcará mi vida durante mucho tiempo; te das cuenta de que son seres humanos, de que no importa ni la raza ni el color…

PILAR PIÑEIRO / JOSÉ NARANJO – VIGO / LAS PALMAS DE GRAN CANARIA.



«Estamos mal; fue una locura», señalaba José María Abreu, de 46 años, vecino de A Guarda (Pontevedra) y patrón del Tiburón III con veinte años de experiencia en el mar. «Fue algo horrible, dantesco; estamos muy mal», confesaba entre lágrimas el capitán de pesca, que sólo lamentaba «no haber pasado por la zona veinte días antes para haber salvado a todos esos hombres». Abreu explicaba la situación física en que se encontró al náufrago, de entre 20 y 25 años, imaginando los «20 días que tuvo que pasar en el mar, sin comer ni beber; cómo puede estar una persona después de eso; fue mucho». El patrón rememora cómo se encontraron con «una situación horrorosa».


Recuerda que «la embarcación tenía bastante agua y cuerpos flotando dentro y luego vimos que eran siete cadáveres. Y, allí, en el medio de todo aquello apareció una mano que subía». En un primer momento pensaron que podría haber personas vivas y acercaron más el barco al cayuco. «El olor era impresionante e hicimos lo que pudimos; yo bajé a coger al chaval, lo metí en el barco y no se podía mover; ya vimos que no había ningún vivo más y que aquellos cuerpos llevaban varios días muertos: la situación era patética, demoledora». Luego vendrían los primeros auxilios y ánimos al superviviente, la comunicación a Salvamento y «una noche espantosa, con los siete cadáveres en la embarcación semihundida al costado y achicando agua para que no se hundiera y salvar lo que se pudiera».


El superviviente pudo comunicar mediante un papel que eran 57 los embarcados en Nuadibú hace 20 días. «Imagínese; 20 días perdidos en el mar sin agua, sin comida, sin gasolina ni nada». Ahora, después de veinte días, Abreu sabe que «es imposible localizar al resto. Al fin, aguantó el que más pudo y él, como no pudo moverse, no pudo echar al mar a los otros». «Lo que vivimos es tremendo y más después de cuatro meses, que estamos deseando ver a la familia, a los hijos y a la mujer y nos encontramos con este panorama; imagínese con qué alegría podemos ir nosotros ahora para casa», concluía José María Abreu, poco después de reiniciar el retorno a Vigo.


«SOMOS PERSONAS». «La tripulación está muy mal porque, además de marineros somos personas; estamos deshechos; esto marcará mi vida durante mucho tiempo; te das cuenta de que son seres humanos, de que no importa ni la raza ni el color, que por unas monedas tiran su vida y me queda el sabor amargo de pensar por qué no habríamos pasado por aquí hace quince días para poder salvarlos, pero creo que hicimos lo que pudimos, salvamos a uno al menos», reflexionaba ayer entre sollozos el veterano marinero.»La imagen que me queda va a ser muy difícil pero mi cabeza está ahora rota pensando que por el costado quedaron 49 personas; esto fue una locura; algo demoledor «.»Ojalá nunca más volvamos a ver algo así». Con esta contundencia, pero con la voz entrecortada, se expresaba ayer por la tarde José Ramón Serrano, uno de los marineros, después de haber vivido «una de las experiencias más duras y difíciles de mis 18 años trabajando en el mar. La cara del chaval cuando lo rescatamos no la voy a olvidar jamás, igual que ese cayuco lleno de cuerpos. Muy duro, muy duro», repetía Serrano. «Estamos todos muy afectados, no estamos acostumbrados a cosas así».