Algunas de las niñas con las que trabaja sister Caridad tienen 13 años. Son víctimas de secuestros, pero también de ventas. Porque su familia las vende. O las deja marchar porque cree que alguien –normalmente un desconocido– ha encontrado un buen trabajo para sus hijas. Abandonan su casa y su entorno, la mayoría de las veces, para siempre.
«Aunque logremos rehabilitarlas, no pueden volver, porque su familia las repudia. Otras veces las familias las aceptan, pero los vecinos se enteran de que han ejercido la prostitución y repudian a la familia entera»,explica sister Caridad. Muchas son de diversos Estados de India, pero también llegan desde Nepal, Bangladesh o Bhutan. Viven en chabolas, en condiciones infrahumanas y bajo el control de una madame a la que tienen que pagar la totalidad de sus ingresos. «También trabajamos con las hijas de las mujeres víctimas de prostitución, porque en los colegios no las aceptan»,añade la religiosa. «A veces –afirma– me pregunto por qué no estoy en su lugar. Yo podría haber sido una de ellas. Y es porque Dios me ha protegido».
Las Adoratrices cuentan, en India, con 14 centros ubicados dentro de las zonas de prostitución. Allí recogen a las chicas, les dan un techo, y hacen talleres para que aprendan un oficio. «Esto nos ha supuesto muchos problemas con los traficantes. Incluso nuestra vida está en peligro», reconoce sister Caridad, y recuerda una incursión a un burdel «en el que las chicas, nepalís, nos suplicaron que nos fuésemos, porque nos iban a matar».